Si sube, mal; si baja, peor

La percepción de la violencia machista en España es uno de esos problemas donde la especulación tiene más fuerza que los datos. Así, cuando el pasado marzo empezó en España el confinamiento por el covid, las expertas advirtieron que se dispararía el riesgo de violencia contra las mujeres. El ambiente encrespado por el encierro solo exacerbaría las tensiones y el maltrato. Sería más difícil pedir ayuda y lograr protección. De modo que se tomaron medidas especiales para que fuera más fácil denunciar. El servicio del teléfono dedicado a atender a las posibles víctimas pasó a funcionar las 24 horas, y el Ministerio de Igualdad habilitó un servicio de chat para quienes no pudieran telefonear sin llamar la atención.

Al acabar el año, hay una evolución positiva dentro de la tragedia que siempre suponen estos crímenes: en 2020 murieron a manos de sus parejas 45 mujeres, el número más bajo desde 2003. La cifra de estos asesinatos ha ido oscilando dentro de un estrecho margen según los años, y la mediana se encuentra en torno a 60.

Así que habría motivos para felicitarse. Sea por casualidad, por el confinamiento o por las medidas preventivas, ha habido menos víctimas. El gobierno, tan necesitado de logros y tan deseoso de buscar avances positivos debajo de las piedras, debería destacar este. Sin embargo, da la impresión de que no quiere apuntarse este tanto. Y es que, en lo que se refiere a la violencia que sufren algunas mujeres, parece que si subrayas una mejora estás minimizando el problema; en cambio, para exhibir tu honda preocupación, tienes que afirmar que la situación se degrada o, al menos, que los datos conocidos ocultan la realidad.

Por eso, no es extraño que El País titule así la noticia: “2020: el año con menos asesinadas pero no menos violencia machista”. Lo primero es un dato; lo segundo, una especulación. Es cierto que dentro de la violencia machista los asesinatos son el fenómeno más extremo y llamativo. Pero es un expediente cómodo decir que “los asesinatos son solo la punta del iceberg”, para asegurar sin más datos, como hace la periodista de El País, que “menos crímenes no significa, ni de lejos, menos violencia”.

La tesis es que durante los tres meses del confinamiento (la información habla por error de cuatro meses) ha habido menos asesinadas que otros años porque las víctimas del maltrato han estado bajo el control total de su pareja, sin poder arriesgarse a decirle que le dejaban, decisión que suele desencadenar la agresión. Es posible que en algunos casos haya sido así. Pero esto no da pie a decir que “el virus ha obligado a las mujeres a convivir 24 horas bajo el mismo techo con sus agresores”. Primero porque esto es el problema de algunas mujeres, no de “las mujeres” en general; y segundo porque se habilitaron más cauces para pedir ayuda en medio del confinamiento en caso necesario.

La realidad es que también el número de denuncias ha bajado significativamente. Según datos del Consejo General del Poder Judicial citados por El País, en el primer semestre de 2020 hubo un 12,4% menos que en el mismo periodo de 2019, con un total de 70.723 denuncias; y en el tercer trimestre descendieron un 5,08% (42.854). Pero tampoco este descenso puede celebrarse. Para Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, las víctimas “han tenido más dificultades para pedir ayuda, para salir. Han soportado más delitos sin denunciar”. Parece que Carmona se sentiría menos decepcionada si las denuncias hubieran aumentado. Pero, además de que el confinamiento acabó en junio y ya han tenido tiempo para denunciar, Carmona no expresa más que una especulación, que los datos no avalan. De un Observatorio cabe esperar que examine atentamente y con precisión la realidad, no que se dedique a hacer conjeturas.

Pero en el problema de la violencia machista las conjeturas se toman fácilmente por realidades. También Victoria Rosell, delegada del gobierno contra la Violencia de Género, se declaraba convencida el pasado marzo de que “la cifra oculta de violencia machista ronda el 90%”, sin aportar más datos. Pero, basta comparar esta afirmación con el número real de denuncias para concluir que, si fuera cierta, serían víctimas de violencia machista una de cada quince mujeres, contando desde las niñas de primaria a las nonagenarias.

Para estas responsables de la lucha contra la violencia machista parece que reconocer cualquier mejora equivale a quitar importancia al problema (o quizá quitar importancia al organismo que dirigen). Pero para combatir las violencias contra las mujeres no hay que imaginar más amenazas que las existentes. De lo contrario, el problema es insoluble por definición. Si los datos indican un aumento de conflictividad, la situación se está degradando; y si las denuncias de maltrato disminuyen, no es que haya menos violencia machista, sino que se está ocultando, porque solo conocemos la punta del iceberg.

En esto, como en tantos otros problemas, es noticia lo negativo, y más si se trata de algo tan trágico como un asesinato. Pero si se echa mano tan expeditivamente de la teoría de la “punta del iceberg”, también habría que tener en cuenta que en la parte oculta del iceberg informativo hay millones de parejas que conviven amorosa y pacíficamente, sin ser noticia.

 

Print Friendly, PDF & Email
Esta entrada fue publicada en Violencia y etiquetada . Guarda el enlace permanente.