Los polvorones y la familia, mejor tradicionales

C.C El Pantera

La Navidad tiene sus propias tradiciones gastronómicas. En España, un signo inequívoco de que la Navidad se acerca es que aparecen los polvorones. Esos dulces, más bien pesados para el estómago, pero cuyo dulce sabor nos evoca navidades de infancia, cuando disputábamos los polvorones con nuestros hermanos sin que nos preocupara la báscula ni la digestión.

Al aparecer los polvorones de este año, he vuelto a comprobar que en su envoltorio destacan su carácter de “tradicionales”. Si en los productos tecnológicos hay que despertar la atención con el calificativo de “¡nuevo!”, en las cosas de comer parece que lo que marca la diferencia es que se hayan hecho conforme a las normas y costumbres del pasado. Así hay restaurantes que aseguran ofrecer “comida casera” de toda la vida o, puestos a exagerar, “como en casa de la abuela”.

Es curiosa la ambivalencia que ha adquirido el adjetivo “tradicional”. Si se trata de gastronomía, es sinónimo de genuino, de ingredientes ciertos, de elaboración artesanal, de sujeción a la receta de eficacia comprobada; en cambio, en otros contextos, tradicional tiene una connotación negativa como anticuado (“familia tradicional”), de obsoleto (“escuela tradicional”) o incluso patológico (“masculinidad tradicional”).

Si de polvorones se trata, están claros los ingredientes y la proporción en que deben ser mezclados. Si no utilizas en la medida debida harina, almendra molida, manteca de cerdo, azúcar glas y unos gramos de canela y de bicarbonato sódico, puede salir una masa indigesta o, en el mejor de los casos, con un sabor irreconocible.

En cambio, en las relaciones familiares, parece que hoy la “familia tradicional” es un modelo arcaico, y que hay nuevos modelos de familia que pueden hacerse con los más variados ingredientes. Junto al modelo matrimonial, tendríamos el de las parejas de hecho, basadas en la mera convivencia y en “análoga relación de afectividad”; junto al milenario matrimonio entre hombre y mujer, nuestra época habría inventado el matrimonio entre personas del mismo sexo; frente a la relación matrimonial estable y permanente, tendríamos el modelo con el comodín del divorcio exprés y unilateral. Si incluimos a los hijos, los niños podrían encontrarse en una familia con padre y madre, o con un solo progenitor, o con dos papás o dos mamás, o ser fruto del semen del padre, con el óvulo de una donante y gestado por una madre subrogada.

El tópico de hoy exige decir que todos los modelos de familia son igualmente respetables y que la “familia tradicional” es solo uno más. Sin embargo, cabe observar que, según la Encuesta Continua de Hogares (2019) del Instituto Nacional de Estadística, a la hora de vivir en pareja la gente se inclina por gustos más bien tradicionales. Del total de parejas, el 99,1% son de distinto sexo, frente al 0,9% del mismo sexo. En cuanto al vínculo, el 84,3% están casadas, aunque van en aumento las parejas de hecho (15,7%), si bien parte de estas pueden contraer matrimonio en el futuro. También se observa que el 10,1% de los hogares corresponde a un hogar monoparental (un adulto con hijos).

Por mucho que se hable de múltiples modelos de familia, da toda la impresión de que cuando se pretende constituir una familia el ideal de la gente es que sea tradicional. No en el sentido de que reproduzca el tipo de relaciones de pareja de sus abuelos, sino en la aspiración a lograr una familia sostenible y funcional, podríamos decir con lenguaje actual. Lo más probable hoy es que ambos trabajen, que haya un reparto más equilibrado de las tareas domésticas y de la crianza, que las decisiones se tomen por mutuo acuerdo. Pero, en cualquier caso, cuando un hombre y una mujer se casan, su aspiración es que su amor perdure para siempre, que se consiga la complementariedad y mutua ayuda propia del compromiso, que lleguen los hijos que consolidarán su unión. En estos aspectos, todo el mundo aspira a que la suya sea una “familia tradicional”, cualesquiera que sean las ideas y las creencias de los cónyuges, aunque el padre lleve peinado cresta y la madre rastas.

Ciertamente, las familias tienen perfiles y circunstancias diferentes, y han de encontrar su propia fórmula para ser felices. Pero, así como no cualquier ingrediente sirve para hacer polvorones, tampoco cualquier combinación de adultos y niños da lugar al sabor familiar. Abundantes datos sociológicos y psicológicos han confirmado que los niños están mejor cuando viven con sus padres biológicos, comprometidos en un matrimonio estable. Los niños son unos partidarios acérrimos de la familia tradicional, pues les gusta ir de la mano de su padre y de su madre, llevan muy mal que sus padres se separen y no superan fácilmente su malestar en las familias recombinadas.

Cuando fallan estas aspiraciones, aparecen otros “modelos” que no suelen ser tan funcionales para los hijos y para la sociedad. El mayor porcentaje de parejas de hecho se da en las parejas sin hijos (el 19,8% del total), con lo que aportan poco a la sustitución de las generaciones. Es sabido también que las familias monoparentales tienen más riesgo de pobreza, hasta el punto de que hay quien ha propuesto que la mujer con un hijo sea considerada “familia numerosa” a efectos de las ayudas sociales. En cuanto a los niños criados por parejas del mismo sexo, aún no hay estudios concluyentes sobre la repercusión que esto tendrá en sus vidas, por más que se intente presentarlo como una opción tan sana como cualquier otra. En estos asuntos de familia, es muy tentador disfrazar una carencia bajo el ropaje de un nuevo modelo. Y calificar como prueba de diversidad la opción de unos adultos que deciden que el niño no necesita un padre o una madre.

Las familias, como los polvorones, es mejor que se hagan con la receta clásica, que ha demostrado su eficacia a lo largo el tiempo.

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1 respuesta a Los polvorones y la familia, mejor tradicionales

  1. Rafael Jiménez Ase6 dijo:

    Muy oportuno y muy bueno.

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