Sabidurías ancestrales de pueblos indígenas

En unos tiempos en que todo personaje público está expuesto a las críticas, resulta llamativo el respeto reverencial con que se acoge el mensaje de cualquier líder indígena que se presente en Europa. Si en otras épocas la voz de los indígenas fue ignorada, ahora se identifica con la sabiduría ancestral que va a salvar el mundo. Su papel se ha realzado mucho por el clima cultural de nuestro tiempo y por la extensión de la ecoansiedad. Y como el objetivo es salvar el planeta de un sistema de vida depredador, ¿quién puede aconsejarnos mejor que estos pueblos que son presentados como custodios de la Tierra?

En Madrid hemos tenido en estos días a algunos de estos líderes indígenas que viajan a distintos lugares del mundo, invitados para que transmitan su cosmovisión y sus conocimientos ancestrales sobre la protección del planeta. Dos indígenas arhuacos de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, y otro mexicano de la península de Yucatán, han venido para la inauguración en la Universidad Carlos III de un máster sobre pueblos indígenas. Con una duración de dos meses y medio y en modalidad a distancia, uno puede convertirse en “experto en pueblos indígenas”, aunque no haya saludado nunca personalmente a un indígena. Y también aplicar su sabiduría para dar el salto a responsabilidades de gobierno y a tareas de alto nivel en organizaciones internacionales y ONG. Una inversión de tiempo y dinero muy razonable, habida cuenta de lo que antes le costaba a un antropólogo entender a un solo pueblo.

Si hoy se atribuye a los indígenas una autoridad especial para hablar de la protección del medio ambiente, es porque se reconoce que tienen una vinculación particular con la tierra. Es más, se piensa que tienen experiencias ancestrales necesarias en la actualidad para mitigar los riesgos del cambio climático. “Sabemos que los pueblos indígenas tienen respuestas para la crisis y presentan alternativas de vida necesarias en el mundo de hoy”, dice Daniel Oliva, director de la cátedra de Pueblos Indígenas.

Pero su estilo de vida tiene más que ver con el mundo de ayer. Su vinculación más estrecha con la tierra se debe a que la mayoría  sigue practicando una agricultura de subsistencia en un medio rural aislado, una etapa que los pueblos más desarrollados superaron hace tiempo. Ciertamente ese tipo de economía puede ser sostenible, pero es dudoso que sea lo que la mayoría de la gente está dispuesta a aceptar.

Tampoco parece que a ellos los haya llevado muy lejos. Según el Banco Mundial, se estima que hay 476 millones de indígenas en todo el mundo, el 6% de la población mundial, que representan el 19% de las personas extremadamente pobres. Su esperanza de vida es entre 7 y 20 años inferior a las de los pueblos no indígenas, dice el Banco (datos de 2007).

Entonces es inevitable preguntarse: Si son tan sabios, ¿cómo es que están sobrerrepresentados entre los más pobres? Si vivir en armonía con la naturaleza garantiza una vida más sana, ¿cómo es que viven bastante menos que otros pueblos? ¿Cómo pueden tener respuestas “ancestrales” para superar el cambio climático cuando este es un problema moderno? Sin duda, la discriminación y el desplazamiento que han sufrido han limitado sus posibilidades de avance. Pero precisamente por encontrarse en esa situación es difícil que constituyan un modelo de vida alternativa.

Sin embargo, en estas informaciones nunca se explica en qué consisten esas sabias prácticas ancestrales y cómo esas experiencias de pueblos pequeños y agrícolas pueden aplicarse en megápolis de millones de habitantes en una economía desarrollada.

Los líderes indígenas invitados saben bien lo que se espera de ellos y no dudan en insistir: “La responsabilidad de todos nosotros es cuidar de la madre original, la madre principal, la madre de todos los humanos que existen: la Tierra”. Y, dentro de esta cosmovisión, realizan también rituales y ceremonias en defensa de la naturaleza, bien vistos en nuestra sociedad laica.

Custodios frente a tecnólogos

Solo queda clara la oposición entre la sabiduría indígena, que cuida del planeta, y el desarrollo tecnológico occidental, al que se atribuye un efecto depredador insostenible. Pero ¿por qué se considera que los pueblos indígenas son los ángeles custodios del planeta? Ciertamente, su repercusión en el medio natural ha sido más bien limitada, sobre todo porque en muchos casos han sido empujados hacia las peores tierras y porque su aprovechamiento del medio se ha limitado a una agricultura de corto alcance.

Son los tractores, las rastras y las cosechadoras –fruto de la tecnología occidental– las que ha hecho posible la multiplicación de la productividad agrícola, para alimentar a una población creciente. La Tierra nos da de comer porque la tecnología sabe extraerle el mejor aprovechamiento, con métodos que pueden ser perfectamente sostenibles.

La llamada “Revolución verde”, que multiplicó la productividad agrícola entre los años 1960 y 1980, no nació de ninguna sabiduría ancestral de pueblos indígenas. Fue el agrónomo estadounidense Norman Borlaug quien, insatisfecho con la baja productividad de los métodos tradicionales, desarrolló semillas innovadoras, unidas al uso de plaguicidas, fertilizantes y el riego por irrigación. Podemos añorar una agricultura más biológica, pero este cambio es lo que hizo posible erradicar buena parte de la desnutrición en el mundo. Hoy nos inquietamos ante la inflación del precio de los alimentos provocada por la guerra de Ucrania, pero es precisamente porque durante décadas hemos estado acostumbrados a los precios bajos, fruto de la tecnología aplicada a la agricultura.

Sin duda, es bueno tener en cuenta también lo que podemos aprender de los pueblos indígenas en su relación con la tierra. Pues si algo ha distinguido a Occidente ha sido su apertura a los conocimientos de otros pueblos y su capacidad para incorporar elementos de otras culturas, cosa que no se puede decir de muchas comunidades indígenas, cerradas en su propio mundo.

La mirada indígena nos puede servir para redescubrir la frugalidad. Pero por el momento no da la impresión de estar en condiciones, por ejemplo, de aportar alguna innovación para sustituir las energías fósiles por otras renovables. Hasta ahora el aprovechamiento de la energía eólica, de la fotovoltaica, de la hidráulica, de la nuclear… no ha sido obra de la práctica indígena. Más bien son estos pueblos los que necesitan un aprovisionamiento efectivo de energía eléctrica, que en muchos casos no tienen garantizado.

¿Por qué, entonces, estamos encandilados con la “sabiduría ancestral” indígena? En el fondo, es una reedición del mito del “buen salvaje” que deslumbró a los románticos de los siglos XVIII y XIX. Aunque no se utilice ya la expresión, se habla de los pueblos indígenas con la misma admiración acrítica de entonces, como gente incontaminada por la depredadora civilización occidental, en armonía con la Tierra, no codiciosa, depositaria de una sabiduría tradicional, con una bondad natural. Pueblos necesitados de una especial protección para preservar su “natural” modo de vida frente a las amenazas del cambio climático y para aprender de su peculiar conocimiento, que sería distinto al del resto del mundo.

El problema surge cuando son los indígenas de la India o de China que reivindican su derecho a desarrollarse siguiendo los pasos de Occidente, aunque también sus fábricas echen humo. Estos indígenas han perdido todo su encanto y no son tan bien vistos en las conferencias internacionales como los pueblos originarios de las reservas. Y es que el buen salvaje no puede ser desarrollista.

Print Friendly, PDF & Email
Esta entrada fue publicada en Ecología y etiquetada . Guarda el enlace permanente.