Reparaciones por culpas históricas

¿Es responsable un hombre de hoy por las acciones del bisabuelo de su tatarabuelo? En la mayoría de los casos, ni sabrá quién fue ese antepasado. Pero en estos tiempos en que se pretende pedir cuentas por las culpas del pasado del hombre blanco, incluso un remoto parentesco se convierte en fuente de problemas. Es lo que puede pasarle al actor británico Benedict Cumberbatch, famoso, entre otras cosas, por su interpretación de Sherlock Holmes, en la serie Sherlock.

Resulta que su antepasado Joshua Cumberbacht adquirió en 1728 unas tierras en la caribeña isla de Barbados, entonces colonia británica. Allí explotó una plantación de azúcar donde llegaron a trabajar hasta 250 esclavos negros. Las tierras estuvieron en manos de la familia casi un siglo. Tras la abolición de la esclavitud en Barbados en 1834, el gobierno británico del momento otorgó a la familia Cumberbacht una compensación de seis mil libras. Hay que tener en cuenta que Gran Bretaña fue abanderada mundial de la abolición de la trata desde 1807, que utilizó su Armada para perseguir este comercio de seres humanos, y que compensó a los propietarios de plantaciones por los perjuicios económicos de la liberación de los esclavos.

Barbados estuvo bajo dominio británico durante tres siglos y medio. En 1966 alcanzó la independencia y en 2021 se constituyó en república, con un presidente como jefe de Estado en vez de la reina británica. Ahora, con la fiebre de la revisión histórica, ha creado una comisión nacional encargada de exigir que se reparen los daños causados por las familias de los antiguos propietarios de esclavos.

La onda expansiva de las reparaciones ha llegado hasta el actor británico Benedict Cumberbatch, como si realmente hubiera sido el propietario de esclavos que interpretó en la película 12 años de esclavitud (2012). Curiosamente, también tuvo un papel en el film Amazing Grace (2006), que cuenta la lucha política del diputado británico William Wilberforce para convencer al Parlamento de la necesidad de suprimir la trata de esclavos. Pero este palmarés de ficción no le ha rehabilitado ante la comisión de Barbados. Esta ha rastreado su árbol genealógico, dispuesta a castigar a los hijos por los pecados de los padres mucho más allá de la cuarta generación.

La petición de reparaciones de Barbados se inscribe en un movimiento más amplio que se dirige contra antiguas potencias colonizadoras o que desplazaron a poblaciones aborígenes. Así, en los últimos tiempos, los gobiernos de países como EE.UU., Reino Unido, Canadá, Australia o Países Bajos han pedido perdón por los daños causados en el pasado. Pero, cuando se trata disculparse por errores cometidos hace siglos, ni quienes se presentan como víctimas ni quienes se reconocen como victimarios son protagonistas directos de los hechos. Ni esos líderes políticos tomaron ninguna decisión explotadora ni esas personas que reclaman sufrieron ningún mal.

Por eso pueden plantearse algunas preguntas, como hace Douglas Murray en su libro La guerra contra Occidente, a propósito de los beneficiarios de las indemnizaciones a descendientes de víctimas del esclavismo. ¿Los beneficiarios serían solo los descendientes de esclavos al cien por cien? Y los que solo descienden de esclavos por parte de madre o de padre, ¿cobrarían lo mismo? ¿Cómo se evitarían los fraudes? En Barbados, por ceñirnos al caso, de una población de 302.000 habitantes, el 93% son negros, el 3% mulatos, el 3,2% blancos, y el resto hindúes y otros. ¿Habría que indemnizar a todos o seleccionar según el origen étnico?

También se plantean dudas en torno a los pagadores. Si las indemnizaciones van a cargo de familias de los antiguos propietarios de esclavos, en muchos casos ya no se podrá saber quiénes son sus descendientes o quizá no tienen gran fortuna. En cualquier caso, sería un número tan exiguo que la suma de reparaciones daría para muy poco. Sería más un castigo al descendiente de un culpable que una reparación que compense al descendiente de una víctima.

Así que lo más probable es que la responsabilidad de la reparación se trasladaría al Estado y se cubriría con impuestos. Entonces muchas de las personas que llegaron a Estados Unidos o a Gran Bretaña después del fin de la esclavitud y cuyos antepasados no tuvieron nada que ver con esa explotación, podrían plantearse por qué deben dedicar una parte de sus impuestos a pagar por algo que ocurrió varias generaciones antes de que sus familias se establecieran allí.

Puestos a hacer un balance equitativo, también habría que tener en cuenta los beneficios que la antigua potencia colonizadora ha aportado al país. Barbados es uno de los países más desarrollados del Caribe Oriental, con una renta per cápita superior a la de otros de la zona, y quizá en eso también ha influido la herencia británica. Y, tanto en el caso de Barbados como en el de otros países, a la hora de las reparaciones habría que descontar el importe de la ayuda pública al desarrollo por parte de los países ricos, que desde hace décadas ha sido muy relevante.

En el caso de Barbados, es lógico que si quiere pedir reparaciones, las busque en Gran Bretaña. Pero no deja de ser llamativo que los esclavismos no occidentales nunca estén en el punto de mira de la crítica. Nadie explica, escribe Murray, “por qué las antiguas potencias coloniales y los antiguos países esclavistas de Occidente son los únicos de quienes se espera que abonen algún tipo de compensación por los pecados de hace un par de siglos”. Nadie reclama que la Turquía moderna pague nada por el esclavismo del Imperio otomano, ni que los países árabes de hoy indemnicen a los africanos por la trata de esclavos dirigida también durante siglos hacia Oriente. Tampoco nadie reclama responsabilidades a los propios países africanos, en los que unos reinos cazaban a los africanos de otras tribus para venderlos a los negreros blancos o árabes.

Entrar en la dinámica de las reparaciones por culpas de hace siglos nos llevaría a complejas y tensas negociaciones, pues raro es el país que no tiene algo que reprochar a otros. De la historia podemos sacar enseñanzas sobre errores del pasado. Pero intentar rectificar sus consecuencias a golpe de talonario es tan imposible como unilateral.

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