8.000 millones bajo el invernadero

El mundo va a superar los 8.000 millones de habitantes, mientras en la ciudad egipcia de Sharm el Sheij se celebra la cumbre del clima de la ONU (COP27). En estas ocasiones surge siempre la pregunta de si el problema del cambio climático sería menos acuciante si la población mundial fuera menor de lo que es.

Hay que reconocer que el nacimiento del bebé 8.000 millones se ha acogido sin la histeria que en los años 1960 provocaba la llamada “explosión demográfica”. Entonces los “expertos” en calamidades pronosticaban que estábamos abocados a las hambrunas, que China e India no tenían solución, y que había que poner límites al crecimiento para evitar el agotamiento de los recursos. La población mundial se ha duplicado desde entonces y la bomba no ha explotado. Hemos llegado a los 8.000 millones, la esperanza de vida ha aumentado en todas partes, y la ONU pronostica que la población mundial se estabilizará en torno a los 10.000 millones entre 2050 y 2100. Otros expertos piensan que el límite al crecimiento de la población llegará incluso antes. Pero siempre hay quien dice que hemos completado la capacidad de carga del planeta y que la especie humana está agotando a la madre Tierra.

Los datos indican que la natalidad y el crecimiento de la población, en vez de registrar un crecimiento exponencial, están bajando en todo el mundo. La tasa de crecimiento de la población mundial, que superaba el 2% anual en los años 1960, ha pasado por primera vez por debajo del 1%. La tasa de fecundidad, que superaba entonces los cinco hijos por mujer, es ahora de 2,3. En muchos sitios está por debajo de la tasa de sustitución de las generaciones (2,1). En los países desarrollados la inmigración es el único factor que garantiza un crecimiento demográfico, ya que desde hace años hay más muertes que nacimientos. Y ya hay países donde se avecina un descenso de la población (Europa del Este, China, Japón, Alemania, Corea…). Por eso, el dinamismo económico de los países ricos está cada vez más amenazado por una población envejecida y escasez de mano de obra.

Solo África, que asegura la mitad del crecimiento de la población mundial, tiene un futuro demográfico garantizado. Y si de algo no es responsable África es de contribuir mucho a las emisiones de dióxido de carbono. En realidad, su problema no es cambiar de energías fósiles a renovables, sino de disponer de suficiente energía para impulsar su desarrollo. China, que acumula el 32% de las emisiones, es hoy el principal contaminador.

En realidad, el problema no es el volumen de la población, sino las emisiones per cápita. Entre las 14,4 toneladas de CO2 per cápita de EE.UU. y las 0,60 de Nigeria, por ejemplo, hay una brecha enorme.

Recientemente le preguntaban a John Wilmoth, director de la División de Población de la ONU, sobre este tema y su respuesta era clara: “Yo creo que tendríamos esos problemas de cambio climático tanto si la población crece como si no lo hace. Tiene que ver más con el sistema económico y la manera en que nuestro consumo y producción afectan al planeta”. “Los cambios –añadía– tienen que venir más en el comportamiento humano y en patrones de producción y consumo que en el número de gente que hay en el planeta”.

El año pasado, la organización Population Matters otorgó un premio al príncipe Harry y a Meghan Markle por su decisión de no tener más de dos hijos “para cuidar el planeta”, porque “son un modelo a seguir para otras familias”. En realidad, criar a dos hijos en una lujosa mansión en Montecito (Santa Bárbara) equivale por lo menos a tener seis en Kinshasa. Si los royals fueran un modelo a seguir, las emisiones se multiplicarían. Un niño nacido en Los Ángeles o en Berlín va a emitir más que otro nacido en Lagos, lo quiera o no. No hay un “niño medio”.

El problema no es la natalidad, sino lo que se consume. Así lo recuerda el ingeniero francés Emmanuel Pont, autor del libro Faut-il arrêter de faire des enfants pour sauver la planète? (Ed. Payot). “Si tomamos los países de fuerte natalidad –declara a Le Monde–, los que tienen más de tres hijos por mujer, representan el 20% de la población mundial, pero solo el 3% de las emisiones de CO2”. La responsabilidad por las emisiones actuales recae en gran parte sobre los países ricos y muy poco en los países pobres.

Si el nivel de vida se mejora en los países del Sur, como cabe esperar, le preguntan, acabarán aumentando sus emisiones, y al final habrá menos habitantes, pero más gases de efecto invernadero. A eso Pont responde: “¿Es que un francés tendría derecho a más emisiones de CO2 que un chino, un indio o un africano? A partir del momento en que se piensa que cada persona tiene derecho a un nivel de vida y a las emisiones asociadas equivalentes, no se ve por qué la gente de los países ricos, que son los más contaminadores, deberían querer controlar las emisiones de los otros”.

De eso se quejan los países más vulnerables en la cumbre del clima. Al final hay que ponerse de acuerdo sobre cómo pagar la factura de las medidas para afrontar el descenso de emisiones. Y ser menos habitantes sobre la Tierra no va a arreglar ninguna de las grandes cuestiones sobre el clima.

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1 respuesta a 8.000 millones bajo el invernadero

  1. Juan Carlos dijo:

    Entre mucha gente, incluidos muchos políticos, el gran problema es el supuesto aumento exponencial de la población. Todas las políticas mundiales se dirigen en ese sentido: aborto, planificación, modos de vida que no permiten la procreación (LGTB, trans…)
    Entre la gente hay un sentimiento de que no hay que tener hijos, de que la tierra no tiene futuro. Hay una auténtica psicosis promovida desde arriba.

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