Negro carbón sobre verde

Los combustibles fósiles en general, y el carbón en particular, han sido las bestias negras en la reciente cumbre del clima de Glasgow, como principales responsables de las emisiones de efecto invernadero. Finalmente, los países más dependientes del carbón, como India y China, consiguieron suavizar la declaración final, que, en vez de pedir que se eliminen ya las centrales de carbón, se conforma con una reducción progresiva de este tipo de energía. Para ciertos grupos ecologistas, esto es un fracaso; para 800 millones de personas de todo el mundo que aún no tienen acceso a la electricidad, un alivio.

Aunque el calentamiento global nos afecte a todos, a la hora de luchar contra él es inevitable tener en cuenta los distintos grados de desarrollo. Para Occidente el problema es lograr energías limpias; para muchos países en desarrollo, el problema es simplemente tener energía. Como recordaba estos días un keniano a propósito de la COP 26, muchas cosas que los occidentales damos por supuesto, son todavía un lujo para millones de africanos: “Unos quinientos millones de africanos no tienen un enchufe en sus paredes para dar la luz por la noche”. Dependen de velas o, lo que es mucho más caro, de keroseno. Por la misma razón mucha gente en África cocina con leña y carbón, por lo que sus cocinas están siempre llenas de humo. Lograr que tengan acceso a la electricidad y a otro tipo de combustibles para cocinar evitará muchas enfermedades respiratorias y eliminará también un factor de deforestación.

También en la India todavía hoy 200 millones de personas carecen de electricidad. Así que no es extraño que la India se niegue a renunciar al carbón, que actualmente genera el 70% de su electricidad. Garantizar el aprovisionamiento energético de hoy es una necesidad más acuciante que rebajar las emisiones a largo plazo. Para sacar a la gente de la pobreza hace falta un drástico aumento de la producción de energía. Eso es lo que ha hecho China, apoyándose todavía mucho en combustibles fósiles, pero el nivel de desarrollo alcanzado le va a permitir ahora plantearse la descarbonización de su energía.

Pedir que los países en desarrollo cumplan unos criterios de energía limpia que los países ricos nunca siguieron para alcanzar su nivel de vida, no parece razonable. Y más si tenemos en cuenta que, por ejemplo, la “verde Alemania” todavía depende en un 24% del carbón para producir su electricidad, con el objetivo de abandonarlo para 2038, o que el Reino Unido obtiene la mitad de su producción eléctrica del gas natural.

Sería hipócrita poner como “chicos malos” en la lucha contra el cambio climático a los países en desarrollo, cuando las emisiones per cápita en Occidente son muy superiores a las de un habitante de esos otros países.

Organismos internacionales y ONG ambientalistas han defendido a veces que la gente de las naciones pobres de hoy podrían saltarse la era fósil y pasar directamente de la leña y el carbón a las nuevas energías renovables. Algo así como en las comunicaciones algunos países se han saltado la construcción de infraestructuras de telefonía fija para pasar a los teléfonos móviles. Las naciones pobres, afirmó el IPCC en 2018, pueden evitar las fuentes de energías centralizadas como presas, centrales de gas natural y centrales nucleares, y pasar directamente a fuentes de energía descentralizadas y renovables. Pero, como ha comentado el ingeniero sudafricano John Briscoe, “una y otra vez he visto a ONG y políticos de países ricos defender que los pobres sigan un camino que ellos nunca siguieron ni están dispuestos a seguir”.

Pero siempre pueden ayudar a los países en desarrollo a través del Fondo Verde para el Clima, constituido como mecanismo para financiar proyectos de adaptación al cambio climático y mitigación de sus efectos. El compromiso, adoptado en 2010, era que 38 Estados, entre ellos España, movilizarían anualmente 100.000 millones de dólares (en préstamos y donaciones, públicos y privados) para facilitar que estos países pusieran en marcha proyectos de este tipo.

Tampoco aquí se han alcanzado los objetivos. Los últimos datos indican que en 2018 se llegó a 78.900 millones de dólares, por debajo de los 100.000 previstos. Además, el 69% de los fondos van a los países en desarrollo de ingresos medios –entre los que se encuentran China, India y la mayoría de los países latinoamericanos–, mientras que los de ingresos más bajos, concentrados sobre todo en África, reciben el 8%.

No cabe pensar que los africanos y asiáticos que aún no tienen electricidad pongan su objetivo en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, de las que son tan poco responsables. Su prioridad es disponer de energía. Incluso los ecologistas más sinceros, que se manifestaban en Glasgow contra la “falta de ambición” de la COP 26, pueden comprender que ellos consumen unas grandes cantidades de energía simplemente porque el modo de vida de las sociedades ricas así lo impone. Esperar que los pobres renuncien a un desarrollo que les llevará a consumir más energía no es realista ni justo.

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1 respuesta a Negro carbón sobre verde

  1. Fernando. dijo:

    Muy atinado. La obstinación de muchos organismos internacionales en desarrollar energías limpias ( que en realidad no lo son), es una de las causas que impide el desarrollo de las regiones más deprimidas de África.

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