De los sentimientos a la biología

Ahora se reivindica el derecho a adoptar un género distinto del “sexo asignado al nacimiento”. En cualquier caso, si se trata de cambiar características asociadas al nacimiento, no se ve por qué hay que limitarlas al género.

En el nacimiento se nos imponen sin pedirnos permiso un conjunto de  características que van a condicionar nuestra vida: una familia, una lengua, una cultura, una raza, una nacionalidad, una edad, una riqueza o pobreza…

Los activistas trans nunca han logrado explicar por qué se puede defender la autodeterminación de género sin contar con la biología y no la autodeterminación de edad. A fin de cuentas, hay adolescentes de 14 años que se sienten ya mayores y podrían reivindicar un salto legal a la mayoría de edad, y personas de 60 que se sienten agotadas y podrían reivindicar un salto adelante legal para disfrutar de la jubilación. Y todo ello sin tratamientos hormonales. Un simple cambio en el registro. Por no hablar de las decenas de miles de centroamericanos que intentan penetrar en EE.UU. porque se consideran atrapados en un país pobre y violento que les fue asignado al nacimiento, y en cambio se sienten ya estadounidenses por anhelo y afán de trabajar.

La biología no lo es todo, desde luego. Pero cuando la dejamos al margen perdemos también un criterio objetivo para ver quién tiene  derecho a algo en ciertas situaciones. Así ha ocurrido en Canadá. Según el censo de 2016, los descendientes de pueblos indígenas son 1,6 millones de habitantes (el 4,9% de la población), y tienen por lo general unos índices de calidad de vida por debajo de la población en general (alcoholismo, cárceles, suicidios, pobreza, violencia…).

El gobierno del siempre políticamente correcto Justine Trudeau lleva años dando golpes de pecho a la conciencia nacional sobre esta situación. Entre otras cosas, ha establecido políticas de discriminación positiva para favorecer la presencia de población aborigen en campos donde está subrepresentada, entre ellos en la Universidad. Las universidades están deseosas de incorporar a académicos aborígenes que aporten “diversidad”. También hay créditos especiales para financiar sus investigaciones, y los comités de selección del profesorado prestan especial atención a sus candidaturas.

Si en otros tiempos podía haber un deseo de ocultar que uno tenía sangre indígena, ahora es todo lo contrario. Tener aborígenes en el árbol genealógico es garantía de que uno aporta una perspectiva diversa, siempre enriquecedora, y que además puede esgrimir su condición de víctima, herencia de las injusticias del pasado.

Pero la trampa siempre acecha allí donde se pueden obtener beneficios. Por eso hay una creciente polémica en el país sobre qué define la identidad indígena. Como también van en aumento los casos  de profesores acusados de hacer valer  antepasados indios poco claros, por no decir falsos (son los llamados “pretendians”, o “pretend indians”).

Si la ideología trans mantiene una fluidez de género, abierta y cambiante, tampoco puede decirse que el concepto de raza sea unívoco. ¿Y cómo se prueba? Hay tarjetas de identidad procedentes de épocas pasadas, pero ¿puede servir de prueba hoy un artefacto colonial? Si una comunidad india adopta a una persona no india como miembro de la comunidad, ¿pasa a ser de ascendencia indígena?

Hasta ahora se daba por buena la autoidentificación. Pero ahora se está pasando a criterios más objetivos. En la Universidad de Saskatchewan hubo alegaciones contra una profesora, Carrie Bourassa, que empezó su carrera asegurando que sus padres eran mestizos, y que fue denunciada por otros colegas indígenas. Al final, el caso acabó con la dimisión de la profesora.

Como suele ocurrir, los más indignados son los profesores de auténtica raigambre indígena, que ven invadido su territorio exclusivo por gentes que son de otra raza. Es el tipo de indignación que sienten las mujeres deportistas, cuando vienen a competir con ellas y a quitarles los trofeos supuestas mujeres trans por autodeclaración, pero que nacieron y desarrollaron fuerza y músculos como hombres en su pubertad.

Después de estos casos, la Universidad de Saskatchewan adoptó una nueva política para verificar la pertenencia a una comunidad indígena, mientras que antes bastaba la autoidentificación. Lo mismo ha hecho la Queen University de Ontario, después de que seis empleados, incluidos profesores, hubieran alegado falsamente sus antepasados indígenas. Ahora ha creado un Indigenous  Oversight Council, que valora las cuestiones de identidad indígena y decide si el árbol genealógico de quien asegura ser de ascendencia indígena se sostiene o es un mero signo de simpatía con la causa. En un país como Canadá, donde los transexuales tienen todas las facilidades para cambiar de sexo, los transraciales no están bien vistos.

En eso se está pasando de los sentimientos a la biología.

Print Friendly, PDF & Email
Esta entrada fue publicada en Igualdad, Minorías, Sexualidad y etiquetada . Guarda el enlace permanente.