Un tuit por la libertad

Para hacer política en EE.UU. hace falta tener dinero o contar con amigos que lo tengan. La seriedad de una campaña política se mide por el dinero ya acumulado para emprenderla. Por eso no es extraña la figura del millonario que utiliza su fortuna para lanzarse a un proyecto político o a una empresa mediática con repercusiones políticas.

Entre los más conocidos se encuentran millonarios como el fundador de Amazon, Jeff Bezos, que adquirió el Washington Post; el ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg (dueño de la agencia Bloomberg), el magnate de los media Rupert Murdoch (Fox News y Wall Street Journal). Y el más criticado, Mark Zuckerberg (Facebook, WhatsApp, Instagram).

Sin embargo, el anuncio de que Elon Musk ha comprado la red social Twitter por 44.000 millones de dólares ha provocado más reacciones y más recelos que otras adquisiciones de este estilo. Sin duda hay buenas razones para recelar de que el hombre más rico del mundo disponga de uno de los foros mundiales de opinión en los que se debaten cuestiones cruciales y que pueda imponer allí sus reglas.

Sin embargo, en estos casos el temor tradicional ha sido a que se reduzca el pluralismo, a que se recorte la libertad de expresión de acuerdo con las ideas del propietario, a que se excluya al disidente. Pero, curiosamente, aquí los papeles se han invertido. Elon Musk se ha presentado como el abanderado de la libertad de expresión, que ahora estaría encorsetada en Twitter por una serie de prácticas restrictivas en nombre de la “moderación de contenidos”.

Musk declaraba en estos días que “Twitter se ha convertido en ese tipo de plaza pública en la que es realmente importante que la gente experimente la realidad y la percepción de que puede hablar libremente, dentro de los límites de la ley”. A sus críticos, por el contrario, los límites de la ley les parecen demasiado amplios. De ahí su temor a que una política más liberal dé espacio en Twitter a las opiniones de gentes que ellos califican de irresponsables o de ignorantes. Bajo los eufemismos de “moderación de contenidos” y de “lucha contra la desinformación” o de “erradicar el discurso del odio», se enmascara un ejercicio de censura que no quiere decir su nombre. Es un tipo de censura dentro de unos parámetros definidos por una élite liberal y cuyo ejercicio se subcontrata a las redes sociales.

En el caso de Twitter su política ha ido derivando hacia la adopción de una postura oficiosa en temas sociales debatidos, como el uso de pronombres trans, el derecho de estos a participar en competiciones deportivas femeninas, la naturaleza y la extensión de los efectos secundarios de la vacunación anti covid-19… Son temas en los que existen variadas posturas en el debate social, pero que pueden llevar a ser excluido de la conversación de Twitter si se desvían de la ortodoxia dominante, no solo en las formas sino en el contenido. Como ha escrito Andrew Doyle en Spiked, “el problema nunca ha sido que Twitter tolere amenazas o acoso en sus plataformas, sino más bien que asimile el acoso con conductas relativamente inocuas para justificar la expulsión de cuentas por razones ideológicas o políticas”.

Musk ha prometido que ampliará los límites de la plataforma, de modo que puedan exponerse opiniones conflictivas y mantener un debate racional sin temor a ser expulsado o silenciado. “Espero –­ha dicho– que incluso mis más acérrimos críticos puedan seguir en Twitter, porque esto es lo que significa la libertad de expresión”.

Libertad de expresión y democracia siempre han ido asociados. Lo novedoso de la época actual es que una élite liberal afirme valorar la libertad de expresión y, a la vez, reclame mecanismos de censura para expurgar contenidos que considera inválidos u ofensivos, precisamente en nombre de la defensa de la democracia. Pero la libertad de expresión, en Twitter o en cualquier otra plataforma, implica esos riesgos.

 

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