Privilegios de vacunados

 CC.  Marco Verch

Nuestra época está muy sensibilizada con los privilegios. En el discurso igualitario, privilegio se ha convertido en una palabra tabú, adjetivo descalificador, arma arrojadiza. Privilegio blanco, privilegio masculino, privilegio hetero… El privilegio, por definición, es siempre algo intolerable que tienen otros y que me discrimina.

A la lista de privilegios hay que añadir ahora el privilegio de los vacunados. Y no solo porque les inmuniza contra el riesgo de sucumbir al covid, mientras los demás siguen expuestos a contraer la enfermedad. También les coloca en situación excepcional para realizar actividades aún vedadas a otros. Podrán viajar, asegurados por su certificado de vacunación. Así, la Unión Europea va a presentar su “pasaporte” de vacunación. Según informaciones adelantadas, el reglamento afirma que el certificado “no debería ser una condición para ejercer la libertad de movimientos”. Pero en la práctica parece llamado a convertirse en un pasaporte sanitario que permitirá traspasar fronteras entre los países miembros sin someterse a restricciones.

Los vacunados tampoco tendrían que someterse a cuarentena ni realizar una prueba diagnóstica si entran en contacto con un positivo. Podrían también hacer reuniones de vacunados sin mascarilla… (aunque por lo que se ve, en las terrazas de los bares no parece este un gran privilegio).

En cualquier caso, en seguida han surgido voces que avisan que los certificados de vacunación “amenazan” con dividir a la sociedad entre vacunados y no vacunados, sobre todo cuando el acceso a las vacunas es todavía limitado. Por solidaridad, los vacunados deberían permanecer como están, sin aligerar restricciones ni medidas de seguridad.

La advertencia tendría más peso si no hubiera otras muchas desigualdades en la sociedad, que delimitan las posibilidades de cada uno. Un pasaporte sanitario puede crear diferencias de movilidad. Pero también hay diferencias de modo habitual entre los que pueden permitirse viajar a las Seychelles y los que se conforman con viajar a su pueblo.

Escandalizarse ante la división entre vacunados y no vacunados, estaría justificado si las vacunas se ofrecieran al mejor postor. Pero el criterio de vacunación que se está siguiendo ha privilegiado no a los ricos sino a los grupos de riesgo, por edad, patologías o profesión más expuesta al contagio. Si alguna discriminación flagrante ha habido en esta pandemia es la que han sufrido los de más edad, ya que en España el 80% de los muertos han sido mayores de 75 años. Así que, aunque solo sea para compensar, parece razonable que esos mayores ya vacunados, especialmente los ancianos de residencias que han sufrido un confinamiento más duro y prolongado, puedan flexibilizar sus restricciones.

Probablemente no es ese público el que más inquieta a los alérgicos a los privilegios de los vacunados. Por eso se dice que, con solo el 3,7% de la población vacunada en España, no hay inmunidad de rebaño, y por tanto todos deben de seguir igual. Los más precavidos aducen que aún no está demostrado científicamente que los vacunados no puedan infectar a otros, aunque los datos epidemiológicos disponibles hasta ahora muestran que, si hay riesgo de transmisión, es bajo. Pero si buscáramos el riesgo cero ante cualquier enfermedad infecciosa, tendríamos que ir enmascarados de la cuna a la tumba.

En no pocas advertencias contra la división entre vacunados y no vacunados, lo que se advierte es más bien la consigna de que “nadie es más que nadie”. Lo que yo no puedo hacer, tampoco deben poder hacerlo otros. Si yo tengo estas limitaciones, los demás también. Por eso, cuando las infantas Cristina y Elena se vacunaron en Abu Dabi, adonde habían ido para visitar a su padre, las reacciones indignadas reflejaban el reproche de que “se habían saltado la cola”. Pero, aparte de que una de ellas ni tan siquiera vive en España, tampoco le habían quitado su dosis a ningún ciudadano español.

Yo creo que hay que alegrarse por la gente que se vacuna, ya que ni van a enfermar por covid ni van a ser un foco de contagio. Tampoco me parecería mal que tuvieran un estatus distinto, ya que su situación sanitaria ha cambiado. Además, lo que obtienen no son privilegios, sino la normalidad que todos teníamos antes de la pandemia. Cómo hacer esto compatible con las medidas que exige el esfuerzo colectivo es cuestión de prudencia política. Lo que me parece fuera de lugar es una mentalidad de rebaño inspirada en el criterio de que todos debemos hacer lo mismo.

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1 respuesta a Privilegios de vacunados

  1. Pilar Aterido dijo:

    Me encanta que alguien sepa pensar por libre y liberarse del yugo del igualitarismo

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