Orgullomanía

El colectivo LGTB, que ha obtenido un aplastante éxito en su batalla de opinión pública, puede acabar perdiendo puntos por aburrir al personal. No es una cuestión de ideología, sino de empacho y cansancio. Es normal que el colectivo celebre su fiesta, pero no hay por qué atosigar a toda la sociedad para que se sume, venga o no a cuento. Lo mismo ocurriría si un colectivo proclamase a todas horas su orgullo por tener ocho apellidos vascos.

El afán celebrativo puede tan agobiante que acabe generando “orgullomanía”. Muchos vecinos de Chueca se ausentan en cuanto va a empezar el Orgullo, huyendo del ruido y la bullanga, no porque sean homófobos. El mismo sentimiento de empacho puede surgir por la multitud de iniciativas dirigidas a todos los públicos por parte de empresas e instituciones. Mi banco me ofrece la posibilidad de hacerme una tarjeta de crédito con los colores arcoíris. En la biblioteca pública del barrio hay desde hace tiempo una sección especial con literatura y películas de temática LGTB, como si fuera el género de “acción”. Entro en la web de RTVE y, entre las películas disponibles, hay una sección especial con ¡34 películas! de este género sobre el género. Voy a las ofertas de Movistar y encuentro otra sección específica bajo el rótulo “Orgullo de ti”, siempre en la misma línea. No hay serie que no tenga su cuota de personajes LGTB, en una proporción muy por encima de la que presenta la vida real.

Busco noticias sobre la guerra de Ucrania, y surge el titular en El País: “Los militares gais luchan por desmontar la homofobia en Ucrania”. En la sección de cine, una actriz trans dialoga con una periodista, también trans, por supuesto. Demasiado.

El problema del Orgullo es que se trata de la fiesta identitaria de un colectivo, que quiere presentarse además como una fiesta de todos, por no decir oficial. Como si fuera el Día de las Fuerzas Armadas. Solo así se explica que el gobierno publique una declaración institucional con motivo de la fecha, en la que afirma que “el Orgullo LGTBI es el orgullo de toda España, y al mismo tiempo manifestamos nuestro orgullo por ser una sociedad inclusiva, respetuosa y que valora las diferencias como una riqueza que no debe implicar, nunca más, una desigualdad de trato”. Pero si las diferencias son una riqueza, también debe ser admitida la diferencia de quienes no sintonizan con ese orgullo particular.

La pretensión de recibir un trato no ya igual sino preferencial, se manifiesta, por ejemplo, en el empeño por que los edificios oficiales exhiban la bandera arcoíris, aunque haya una sentencia del Tribunal Supremo que prohíbe que en el exterior de los edificios públicos se utilicen banderas no oficiales. El Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid se han negado a colocar esa bandera en sus fachadas, lo cual es motivo suficiente para que sean acusados de menospreciar el Orgullo gay. Y, si tenemos en cuenta que ya existen también la bandera de los trans y la bandera de los intersexuales, dentro de poco no habría suficiente balcón paras exhibirlas todas.

¿Vulnerable o poderoso?

Las fiestas del Orgullo dan lugar también a discursos ambivalentes sobre la situación de los LGTB. ¿Es un colectivo vulnerable o un lobby poderoso? En la declaración del gobierno, después de felicitarse porque vivimos en un país inclusivo y respetuoso, se asegura a continuación que “las personas LGTBI siguen sufriendo intolerables niveles de violencia, de delitos de odio, de acoso en las escuelas, de discriminación en el acceso al empleo y en los puestos de trabajo, de invisibilidad…”.

Parece que hay que mantener a toda costa la idea de que “sigue quedando camino por recorrer”, aunque la situación actual no tenga nada que ver con discriminaciones del pasado. Pero decir que el colectivo LGTB tiene un problema de “invisibilidad”, solo se le puede ocurrir a ministros que van en coche oficial y que no ven la televisión, pues RTVE transmitía en directo la manifestación. Podrían darse un paseo por Madrid en estos días para comprobar que si algo hay es una proliferación de simbología gay y de personas de este colectivo que pasean tan tranquilas sin ninguna sensación de hostilidad.

Si en otro tiempo hubo discriminación en el trabajo por este motivo, hoy muchas empresas compiten por declararse “gay friendly”, y por aportar su patrocinio al Orgullo. En realidad, el Orgullo Gay perdió hace tiempo su carácter de rebeldía y protesta, para convertirse en un elemento más del establishment oficial.

También han cambiado los motivos para exhibir la bandera arcoíris. Como escribe Brendan O’Neill a propósito de Inglaterra: “Claramente, la bandera del Orgullo significa algo más que ‘yo apoyo la igualdad gay’. Ahora se ha convertido en un medio por el cual los individuos y las instituciones exhiben su virtud. (…) Levantar esta bandera en el lugar de trabajo, en la escuela, en el banco o en tu negocio da a conocer al mundo que no tienes pensamientos heréticos. Que aceptas, total y fielmente, el credo neoliberal de las políticas identitarias, de la fluidez de género y del reconocimiento”.

La propia fiesta del Orgullo certifica que, más que un colectivo vulnerable o discriminado, se trata de un sector económicamente poderoso al que hay que atender y mimar. Un reportaje sobre el consumidor gay afirma que “el colectivo está considerado como un segmento de cliente clave. Sobre todo, el gay, al que definen como un consumidor premium y exigente. Es extraordinariamente atractivo y rentable para las marcas. Por esas menores cargas familiares, tiene un poder de compra dos veces mayor del estándar”.

También viaja más que el turista medio, y no solo para ir al Orgullo. Según los últimos datos del World Travel & Tourism Council, los clientes gais suponen el 16% del gasto turístico total, hacen de cuatro a seis más viajes que el resto de la población y gastan más. En fin, podemos estar tranquilos, pues un consumidor con este perfil no está discriminado en el trabajo.

Pero, ¡ay!, la brecha de género se mantiene bajo la compacta unidad de las siglas LGTBI. El perfil del consumidor del hombre gay es muy diferente al de una mujer lesbiana. Ellas son menos atractivas como consumidoras. Ganan menos que los hombres, ocupan puestos de menor responsabilidad, si quieren tener hijos se dejan la pasta en las clínicas de reproducción asistida y luego tienen que ahorrar más por sus cargas familiares. Pero cabe esperar que el Ministerio de Igualdad tome cartas en el asunto para rellenar la brecha dentro del colectivo LGTBI.

Lo que a estas alturas resulta postizo es que un colectivo que cuenta con el respaldo del gobierno, del capital y de los medios de comunicación, siga presentándose como un grupo vulnerable cuyos derechos están amenazados.

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2 respuestas a Orgullomanía

  1. Amanda Alonso de Falconi dijo:

    Excelente , verdadero y lamentablemente .muchos no lo reconocen. Gran discriminación contra muchos que no compartimos la » moda y euforia de ser incondicionales seguidores del movimiento . Gracias por ser una voz de muchos

  2. Carmen Montón Lecumberri dijo:

    Muy buen artículo. Humor, ironía y bien documentado. Como en el 68 la imaginación llegó al poder, ahora ha llegado este colectivo que siguen haciéndose los víctimas mientras intentan atosigar al público por todos los medios. A lo mejor alguna vez se llegan a pelear entre sí y estaremos salvados.

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