No hay energías limpias

A finales de octubre Greenpeace montó una de esas acciones de protesta con las que pretende sensibilizar a la opinión pública. Su barco Esperanza impidió durante ocho horas que accediera al puerto de Sagunto el British Merchant con una carga de 60.000 toneladas de gas natural licuado. El objetivo de la acción era exigir el fin de los combustibles fósiles y denunciar la dependencia de España del gas natural. Tan noble objetivo les hacía sentirse eximidos de las reglas del tráfico marítimo, y al final tuvo que intervenir la Guardia Civil para permitir la maniobra de atraque del Merchant. Los de Greenpeace desplegaron en su barco una gran pancarta con el lema: “El gas no es el futuro”.

El gas puede no ser el futuro, pero es innegable que en el presente cuenta mucho. Si no, su precio no se habría disparado con la reactivación económica, como todos hemos notado en la factura de la luz. En el mix de la producción de electricidad en España supone el 18%, frente al 43,8% de las renovables y al 22,8% de las centrales nucleares. Por eso tenemos tanto interés en que Argelia amplíe su gaseoducto con España en lugar de que lo reduzca para abandonar los combustibles fósiles.

Si para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero hay que rediseñar la producción de electricidad, no parece que la transición energética pueda hacerse “ya” y de forma indolora. Es un cambio que ya está en marcha, pero cuya rapidez e intensidad exige inversiones e inteligencia política.

Pero si no quieren combustibles fósiles ni energía nuclear, los defensores a ultranza de las energías renovables deberían admitir que no siempre estas energías van a ser limpias, bonitas y baratas. Si al principio las aspas de los parques eólicos parecían estar impulsadas por el viento del progreso, ahora hay ya demasiadas y descubrimos su impacto en el paisaje. También se ha comprobado que matan a determinadas aves. Y los parques fotovoltaicos tampoco armonizan mucho con el entorno natural. Además, las turbinas eólicas y los paneles solares también requieren muchos más materiales y producen más residuos que otros modos de producir electricidad.

De ahí que no pocos sectores ecologistas rechacen la implantación de parques eólicos y fotovoltaicos en cada vez más sitios. También se oponen a los proyectos a gran escala, porque las grandes compañías energéticas sacarían más provecho. Su postura es “Renovables sí, pero no así”. Pero ante la dificultad de encontrar un “así” rentable y ecológico, la renovación es cada vez más difícil.

Por eso el fundador de Greenpeace España, Xavier Pastor, hoy jubilado, se manifestaba preocupado en una reciente entrevista por esta deriva de determinados sectores ecologistas. “La izquierda está entrando en unas contradicciones tremendas con las [energías] renovables”. De una parte, estos sectores defienden los objetivos de bajas emisiones, y por otra ponen cada vez más dificultades para la creación de parques eólicos y fotovoltaicos. “Me sorprende cómo la generación ecologista siguiente a la mía está luchando contra aquello que nosotros soñábamos”, explica Pastor.

No es que Pastor defienda poner estos parques en cualquier paraje natural. Más bien cree que hay terrenos rústicos hoy en desuso que podrían utilizarse con este fin, pero donde también tropiezan con oposición vecinal y de grupos ecologistas. Parece que, como ocurría con las centrales nucleares, la actitud de “no en mi patio trasero” se extiende también a las renovables.

Pero esta oposición es un reflejo de las limitaciones intrínsecas de la energía eólica y la fotovoltaica, por su menor densidad energética respecto a otras fuentes. Mientras mayor sea la densidad de energía, más energía habrá disponible para acumular o transportar por volumen o por masa dados.

En el libro de Michael Shellenberger No hay Apocalipsis se hacen algunas comparaciones. La densidad de potencia alcanzable de una central solar es de hasta 50 vatios de electricidad por metro cuadrado. Por el contrario, la densidad de potencia de las centrales nucleares y de gas natural oscila entre 2.000 y 6.000 vatios por metro cuadrado (p. 317). Por eso, los parques fotovoltaicos requieren grandes extensiones de terreno y, por tanto, tienen un impacto ambiental significativo.

El propio Pastor reconoce en la entrevista que hace falta una extensión mayor de estos parques para reducir significativamente las emisiones de CO2 y llegar al objetivo de una energía 100% renovable para 2050. “Se precisa más territorio. Un 1% o un 2% del total”. Es decir, un territorio equivalente a la extensión de La Rioja o la de Navarra, según se tome uno u otro porcentaje.

A esto hay que unir el problema de que no siempre hay sol ni viento, por lo que las energías solar y eólica requieren otras fuentes que las respalden. E incluso los defensores de las energías renovables reconocen que estos ciclos estacionales no pueden resolverse con baterías, por lo que buscan otros métodos de almacenamiento.

Las bajas densidades de las energías renovables son así un problema tanto para proteger el medio ambiente como para proporcionar la suficiente energía que exige el modo de vida moderno.

Si a esto se añade la necesidad de luchar contra el calentamiento global, se comprende que la energía nuclear haya visto reverdecer sus laureles. En Francia, donde el 75% de la electricidad es de origen nuclear, Macron inició su mandato con la promesa de reducir esa proporción al 50% en 2035 y de cerrar 14 reactores. Ahora acaba de anunciar que volverá a construir reactores nucleares (en forma de los llamados mini-reactores). Lo ha justificado con dos argumentos. Por una parte, se trata de preservar la independencia energética del país pagando la electricidad a tarifas razonables y sin depender del extranjero. De otra, la necesidad de afrontar el cambio climático con una fuente de energía que no emite CO2.

Para los verdes tradicionales, las centrales nucleares siguen siendo un tabú. Otros activistas medioambientales, como el citado Shellenberger, consideran que son más necesarias que nunca, precisamente para tener suficiente energía sin dañar la naturaleza.

Lo que estamos comprobando es que todas las fuentes de energía tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Es posible que futuras mejoras tecnológicas permitan decidirse por unas en vez de otras. Pero, por el momento, en lo que se refiere a la producción de electricidad, en el mix seguirán entrando tanto las renovables como la energía nuclear y el gas natural.

Sin duda no se ven las cosas igual cuando uno no tiene que dar cuentas nadie y le basta meter ruido, como es el caso de Greenpeace, que cuando se tiene que asegurar el aprovisionamiento energético del país, como es el caso de los gobiernos.

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