Morir dignamente vacunado

En España ha comenzado ya a aplicarse la eutanasia, y algunas noticias presentan los primeros casos con la satisfacción de quien habla de pioneros. Pero hay una pregunta que nadie se plantea: ¿estaban vacunados? Puede parecer una cuestión superflua, pero en Alemania no hubieran podido acceder al suicidio asistido sin ese requisito.

En 2020, el Tribunal Constitucional alemán descubrió que la Constitución amparaba el derecho a disponer de la propia vida y, en consecuencia, declaró inconstitucional un artículo del Código Penal que prohibía la ayuda al suicidio. Desde entonces, los médicos pueden aconsejar a los pacientes sobre esta opción y proveerles de medicamentos letales, aunque no administrárselos.

Una de las organizaciones más activas en promover el suicidio asistido ha sido Verein Sterbehilfe (Asociación para ayudar a morir), que proporciona todos los medios para que la muerte anticipada sea un expediente cómodo y sin problemas legales. Basta llamarles, firmar los formularios, pagar el servicio y tomar el fármaco letal. El orgullo de la asociación está en no dejar en la estacada a nadie que quiera morir porque piense que su vida ya no vale la pena ser vivida.

Sin embargo, como la pandemia de Covid no remite, la asociación ha anunciado que a partir de ahora para requerir sus servicios el cliente debe estar plenamente vacunado o haberse recuperado del Covid hace poco. Es la misma regla que se está aplicando para participar en actividades de ocio, cultura, hostelería, restauración… Pero una cosa es que el pasaporte Covid se exija para entrar en la vida social y otra que se imponga para entrar en la muerte. Así que resulta paradójico que una asociación dedicada a asegurar el derecho a morir exija a sus potenciales clientes un requisito de vacunación pensado para proteger la vida.

¿Dónde queda la autonomía del paciente, que siempre se invoca para justificar la eutanasia? Si nadie debe imponer a otro una prolongación de la vida que él rechaza,  menos se le podrá exigir que su derecho a morir quede condicionado por la vacunación. Después de todo, si algo quiere él es morir y, en el peor de los casos, el coronavirus solo puede facilitar ese deseo.

También es un atentado a la lógica. Si quieres ayuda para morir, tienes que recibir la vacuna que te protege contra la muerte. Pero la vacunación es para los que quieren conservar la vida, no para los que quieren abandonarla. Obligarles a vacunarse es una especie de “ensañamiento terapéutico” inútil.

La alternativa a la vacunación –haberse recuperado recientemente del Covid– para poder recibir la ayuda al suicidio, no brilla tampoco por su coherencia. Equivale a decirle al paciente: si estás enfermo, primero tienes que recuperarte, para poder suicidarte.

Para justificar su decisión, la Asociación para ayudar a morir alega que la eutanasia y su examen preparatorio exigen una “cercanía humana” que puede favorecer la transmisión del coronavirus. Esto se entiende mejor. Se trata de proteger al que administra la muerte, cuya vida sí vale la pena ser vivida. Hasta ahora los activistas de este tipo de asociaciones se han presentado como personas desinteresadas dispuestas a hacer todo lo que fuera necesario para ayudar a  morir a enfermos que sufren. Ahora muestran ya las limitaciones de su dedicación al paciente.

Esta retirada nos dice también algo sobre los distintos modos de acercarse al enfermo terminal. El activista que solo busca acelerar su muerte, condiciona su actuación a no correr ningún riesgo. El personal sanitario que intenta aplicarle los cuidados paliativos lo hace a sabiendas de los riesgos que corre, porque coloca el bienestar del enfermo por encima de la propia seguridad.

Para dejar las cosas claras, las asociaciones pro-eutanasia deberían completar su eslogan para decir: “Muera usted con dignidad y bien vacunado”.

 

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