La brecha de optimismo entre los jóvenes

No es verdad que los jóvenes de los países ricos tengan más de todo que los jóvenes de los países de ingresos más bajos. Hay un recurso importante en los que estos les aventajan: optimismo ante el futuro.

Así lo revela una encuesta que han realizado Gallup y UNICEF en 21 países representativos de todas las regiones del mundo. El sondeo se ha hecho entre 21.000 personas de dos grupos de edad: uno de 15 a 24 años, y el otro de mayores de 40.

Ante la pregunta de si los niños de hoy estarán en mejor situación económica que sus padres, las respuestas revelan una gran diferencia entre países pobres y ricos. Entre los jóvenes de los países de ingresos altos, solo el 31% creen que estarán mejor, frente a un 59% que opinan que estarán peor. En España el optimismo se queda en el 30% y en EE.UU. en el 40%.

En cambio, en los países de ingresos bajos y medios, los porcentajes se invierten: el 69% creen que irán a mejor, frente a un 24% que creen que empeorarán. Dos tercios de los jóvenes –especialmente en África y Sur de Asia– piensan que los niños de hoy estarán mejor que sus padres.

También en el grupo de los mayores, hay más optimismo entre los que menos tienen. En los países ricos, solo el 27% de los mayores creen que los niños de hoy estarán mejor que sus padres en el futuro, porcentaje que sube al 66% en los países de ingresos medios y bajos.

En promedio, tres de cada cinco jóvenes manifiestan creer que el mundo progresa hacia un futuro mejor. Y en todos los países salvo tres –India, Marruecos y Nigeria–, los jóvenes expresan mayor optimismo que los mayores.

La brecha de optimismo entre los jóvenes de países ricos y de menos ingresos puede explicarse por ciertas tendencias. Los jóvenes de regiones de ingresos medios y bajos ven el futuro con más optimismo porque experimentan que están mejorando respecto a sus padres en materias básicas como salud, educación, seguridad. Los hábitos informativos hacen que nos fijemos más en los momentos dramáticos (guerras, hambrunas, catástrofes) que en las mejoras graduales y constantes, que no son noticia pero que van transformando el mundo.

En cambio, en los países más desarrollados hay cada vez más miedo frente a potenciales amenazas y más desconfianza en la capacidad para superarlas. Si en épocas pasadas se confiaba sin reservas en el progreso, ahora el futuro tiende a verse como un territorio peligroso e incierto, que escapa al control humano. Jóvenes y mayores se fijan más en lo que pueden perder que en lo que pueden ganar. De ahí que la aversión al riesgo y la búsqueda de la seguridad se hayan convertido en tendencias dominantes en los países ricos.

Desde la infancia, los jóvenes de los países ricos han sido socializados conforme a esta cultura del miedo. La hiperprotección paterna les impulsa a ser esclavos de su seguridad más que aprender a manejar los riesgos. Y con esta perspectiva es fácil ver el futuro bajo una lente pesimista. En cambio, en los países donde hay menos seguridad material la vida diaria obliga a los jóvenes a afrontar riesgos y a manejar experiencias difíciles, que les robustecen para retos futuros.

La diferente visión de futuro tiene también que ver con las distintas evoluciones demográficas. Las sociedades ricas de hoy son poblaciones envejecidas, con más ataúdes que cunas, con una escasa natalidad que no asegura la sustitución de las generaciones. Y el declive demográfico siempre ha sido un freno a la prosperidad. Lo estamos experimentado ya en la dificultad para sostener las pensiones, en la acumulación de la deuda sobre las futuras generaciones, en la penuria de trabajadores en distintos sectores.

En los países de ingresos medios y bajos, aunque el crecimiento demográfico también haya descendido, la población sigue siendo un recurso abundante. Y donde hay brazos puede haber también dinamismo económico, si unas malas políticas no lo impiden. Ningún país está condenado a la pobreza. El hecho de que centenares de millones de personas hayan salido de la pobreza en países como China o la India así lo atestigua.

Quizá la mayor diferencia entre los jóvenes de países ricos y en desarrollo radica en su actitud ante el futuro. Como declara una joven de Nairobi participante en la encuesta, “el poder para cambiar cualquier situación depende de nosotros: trabajo duro, constancia y disciplina”. Como ella, muchos jóvenes de estos países piensan que la educación y el esfuerzo personal son los factores más decisivos.

En cambio, en Occidente, y particularmente en EE.UU., muchos jóvenes encuestados dudan de que el trabajo duro garantice el éxito, y consideran que depende también mucho de la riqueza familiar y de los contactos.

En lo que más coinciden los jóvenes es en que los niños de hoy experimentan más presión para tener éxito que la que tenían sus padres. Así lo creen el 59% de los jóvenes, y también la mayoría de las personas mayores en 15 de los 21 países de la encuesta.

Todo esto da lugar a que un 36% de los jóvenes afirme sentir con frecuencia preocupación, nerviosismo o ansiedad, frente a un 30% de las generaciones mayores. Y también aquí parece que la abundancia no vacuna contra el pesimismo. Los jóvenes sienten relativamente más ansiedad en EE.UU., Francia y Alemania. Esta fragilidad psicológica coincide con la crisis de resiliencia que se observa en las universidades de diversos países occidentales.

Los grandes avances siempre se han hecho desde la esperanza. Por eso, la confianza en el futuro de los jóvenes de los países de menos ingresos es un buen presagio para el progreso de estas naciones.

 

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