Maternidad del corazón y maternidad subrogada

Ya antes de la guerra había familias españolas que, a través de ONG, acogían a niños ucranianos durante los meses de vacaciones. También había parejas españolas que recurrían a la floreciente industria de vientres de alquiler en Ucrania, para encargar el anhelado hijo, aprovechando que allí el negocio es legal. Ahora la guerra ha puesto a prueba la solidez de los lazos creados de modo tan diferente entre niños procedentes de Ucrania y familias españolas. Son dos situaciones muy distintas: familias de acogida para niños y parejas clientes de un servicio reproductivo.

En lo que se refiere a las familias de acogida, las historias que aparecen en la prensa estos días revelan que, aun sin lazos de sangre, pueden crearse vínculos muy fuertes por el amor. Quizá de un modo desordenado al comienzo, pero la primera reacción de familias de acogida que han mantenido antes contacto frecuente con un niño ha sido sacarle del peligro. Les han ofrecido su casa en España para instalarse aquí el tiempo que sea necesario. Si han huido de Ucrania con su madre también ella ha encontrado acogida. Algunas familias no han dudado en desplazarse hasta la frontera polaca para reunirse con el niño y traerlo a España. Como explicaba una de ellas, no han hecho más que “lo que cualquier madre haría por su hijo”. Han superado las inevitables complejidades burocráticas para que los niños viajaran con los papeles necesarios. Se han gastado dinero en el viaje y en la acogida. No se han echado atrás ante la incertidumbre del futuro de estos niños que van a depender de ellos durante mucho tiempo. También por parte de los niños, y más si son huérfanos, se observa esa confianza segura en que su familia española se ocupará de ellos. No son unos simples tutores legales: son su familia en España. Esta acogida incondicional sí que tiene en cuenta “el interés superior del menor”, que otras veces se invoca para utilizar al niño en función de los deseos de los adultos.

La guerra ha paralizado también el negocio de la maternidad subrogada en Ucrania, sector que es el más grande del mundo en su tipo. BioTexCom, la compañía más importante dedicada a los vientres de alquiler en el país, se esfuerza por tranquilizar a los clientes extranjeros. Muestra fotos de unas instalaciones en un búnker a las afueras de Kiev, donde 17 bebés ya nacidos esperan, bien atendidos, a que las parejas que los encargaron puedan recogerlos. Pero no están los tiempos para viajar a Kiev con seguridad.

En las declaraciones de algunas parejas clientes, se observa el temor a perder un encargo costoso. Seguro que quieren a ese bebé que aún no conocen y que esperan con anhelo. Pero se nota que es un niño deseado en función de las necesidades afectivas de dos adultos. El “interés superior del menor” se podrá invocar luego, cuando se trate de regularizar el estatus legal del niño obtenido de modo fraudulento para el Derecho español. Pero, de entrada, el mayor interés es el de los clientes. Tampoco importa mucho lo que puedan sentir las pobres mujeres gestantes, que se ganan un dinero haciendo de vientres de alquiler, y que tienen que firmar la renuncia a la criatura a las 48 horas de dar a luz, para que el niño quede a disposición de la compañía propietaria de la clínica, que se encargará de entregarlo a los “padres de intención”. Servicio cumplido.

Quizá la industria de la maternidad subrogada acabe siendo otra de las víctimas de la guerra en Ucrania. Por el momento, puede verse abocada a la interrupción involuntaria de embarazos por falta de clientes. Lo que sí queda claro es que entre las familias de acogida y las familias de encargo hay grandes diferencias.

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