La imposición de un credo civil

Nunca ha sido fácil que la Iglesia y el Estado se mantengan en su campo específico, sin choques ni atropello de competencias. Históricamente hemos conocido periodos en que el Estado pretendía mangonear la Iglesia, y otros en que la Iglesia esperaba que el Estado impusiera a todos su credo. Afortunadamente, en los últimos tiempos habíamos llegado a un equilibrio razonable, al menos en países democráticos, en los que el Estado reconocía y respetaba la libertad religiosa, y la Iglesia la laicidad del Estado, sin pretender que este trasladase al ámbito civil exigencias solo vinculadas a un credo religioso. Este delicado equilibrio amenaza romperse hoy día, sobre todo por la imposición de un credo civil a las organizaciones religiosas.

Una intromisión “clásica” de algunos gobiernos es no tolerar que la Iglesia critique o se oponga a sus decisiones. El credo civil que se quiere imponer a la Iglesia en estos casos es el discurso monolítico del poder. En la estela de los dictadores latinomericanos, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, ha hecho que la Asamblea Nacional que él controla apruebe recientemente un informe en el que acusa a los obispos y sacerdotes de participar en un intento de golpe de Estado por las manifestaciones de 2018 en las que hubo un estallido social para pedir el fin del mandato de Ortega. La represión se saldó con 350 muertos.

En el informe se pide revisar el Código Penal para perseguir a los que protegieron a manifestantes en las iglesias y a los que con sus sermones “infunden odio” contra los simpatizantes del gobierno. Esto del “discurso del odio” o más bien, del “odio que me contradigas”, presta también su servicio a los dictadores políticos, muy susceptibles de sentirse ofendidos. De paso, la Asamblea prohibió 50 organizaciones de la sociedad civil, como para dar a entender que les molestan por igual las críticas religiosas y las laicas.

También en Hong Kong está mal visto que las autoridades religiosas no se conformen con la nueva normalidad no democrática impuesta desde Pekín. Hasta un anciano de 90 años como el cardenal Joseph Zen puede ser detenido –junto a otros defensores de las libertades democráticas– por resistirse al credo del gobierno comunista, siempre partidario de una Iglesia controlada desde el poder.

El cardenal emérito de Hong Kong era uno de los administradores del “612 Humanitarian Relief Fund”, que ha apoyado a los manifestantes prodemocracia para pagar los gastos legales que deben afrontar en sus juicios. Zen fue liberado el mismo día del arresto, pues solo se trataba de demostrar que el rojo cuenta más que el púrpura y que las convicciones democráticas no se pueden imponer en territorio chino.

En otros casos lo que las autoridades intentan es que las Iglesias hagan suyo un credo civil que el Estado promueve. En Canadá se encuentran cada vez más ejemplos de este tipo en los que el Estado invade la autonomía de las Iglesias o amenaza con excluirlas de su ámbito asistencial si no cambian. El último caso es el de un comité asesor de las Fuerzas Armadas que ha recomendado no admitir como capellanes militares a miembros de organizaciones religiosas que no promuevan activamente la “diversidad”.

Al comité asesor le preocupa que “algunas Iglesias excluyan del sacerdocio a las mujeres” y que “en sus dogmas estén presentes nociones sexistas”. También les reprocha que “ciertas religiones tienen estrictos principios que requieren la conversión de los llamados paganos o que pertenecen a religiones politeístas”. Todo lo cual sería incompatible con los principios de las Fuerzas Armadas de Canadá (CAF).

De entrada, puede verse aquí el típico ejemplo de la actitud que quiere promover la diversidad por la exclusión y la tolerancia por la condena de los principios del adversario. El obispo católico Scott McCaig, obispo castrense de las Fuerzas Armadas, ha preparado una respuesta de seis páginas en la que dice que “muchos de los comentarios peyorativos [del informe] parecen dirigidos contra los católicos, así como contra otros cristianos, y son meras caricaturas de lo que verdaderamente profesan”. También recuerda que los capellanes militares sirven a todos “independiente de su raza, género, religión o increencia”, sin imponer nada a nadie.

McCaig no se muerde la lengua: “Reducir el apoyo espiritual no favorece la diversidad. Excluir a la mayoría de las tradiciones religiosas no hace a las CAF más inclusivas. Facilitar la intolerancia hacia particulares grupos religiosos, que comparten y viven de acuerdo con la Carta de Derechos y Libertades de Canadá, no hace las CAF más tolerantes”.

El informe del comité asesor ha despertado también el rechazo del think tank no confesional Cardus, que lo ha calificado de “extremadamente preocupante y abiertamente discriminatorio contra ciertas religiones”, particularmente el islam, el judaísmo y el cristianismo.

Cardus recuerda un principio elemental de la laicidad, que hoy día algunos tienden a olvidar al pretender que las iglesias se acomoden a una nueva ortodoxia civil: “En una democracia constitucional, está totalmente fuera de la competencia del Estado hacer juicios sobre las pretensiones de verdad de cualquier religión o de las actitudes de sus miembros”.

Oponerse a esta intromisión del poder en el ámbito religioso no quiere decir que el cristianismo rechace la diversidad o la inclusión. Eso fue ya resuelto en los comienzos, cuando los apóstoles abrieron las puertas de la Iglesia también a los paganos. Lo que la Iglesia no puede hacer es olvidarse que la evangelización promueve la conversión (libre) de quien recibe la fe, y que su anuncio empieza por el “convertíos” de Jesucristo y no por “bienaventurados los inclusivos”.

En este ámbito, es ilustrativo lo que ha contado el Papa Francisco de la entrevista que mantuvo vía Zoom con el patriarca ortodoxo de Moscú, Kirill, que ha bendecido la invasión de Ucrania. «Los primeros 20 minutos me leyó, con una tarjeta en la mano, todas las justificaciones para la guerra». Le escuché y le dije: “Hermano, no somos clérigos de Estado, no podemos usar el lenguaje de la política, sino el de Jesús”. “El patriarca no puede transformarse en monaguillo de Putin”, le dijo Francisco.

Ni monaguillos de Putin ni clérigos del Estado que enarbola las banderas de la diversidad y la inclusión.

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1 respuesta a La imposición de un credo civil

  1. Encarna Moreno García dijo:

    Buenísimo artículo. Muchísimas gracias.

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