Imposiciones culturales, de ayer y de hoy

La nueva sensibilidad moderna sobre el valor de las culturas aborígenes lleva a darse golpes de pecho por las imposiciones culturales hechas en el pasado a los pueblos indígenas. Pero el pensamiento secularista hace que prevalezcan hoy sus propios valores como si fueran un progreso para todos. En Canadá ha vuelto a surgir un nuevo choque con la extensión del suicidio asistido para pacientes psiquiátricos, práctica que los líderes indígenas consideran un peligro para poblaciones vulnerables como la suya.

En Canadá hay 1,67 millones de habitantes que se identifican como indígenas, lo que equivale al 4,9% de la población total. Su integración en el conjunto nacional nunca ha sido fácil. En el pasado el Estado intentó la asimilación forzosa, para desarraigar a las nuevas generaciones indígenas de sus culturas. A la vista de los errores cometidos, se pasó a respetar su vida autónoma en comunidades propias, y a tratar de incorporarlos a la vida nacional sin pérdida de sus culturas.

A pesar de las buenas intenciones, siguen teniendo mayores índices de pobreza, niveles de educación más bajos, alcoholismo, mayor violencia contra la mujer, menor esperanza de vida. La falta de perspectivas lleva a situaciones de desesperanza, de modo que la tasa de suicidios es tres veces más alta que la de la población general. De ahí que su problema sea la prevención del suicidio, no facilitar la asistencia al suicidio y, menos, de enfermos mentales.

En 2016 el Parlamento canadiense aprobó una ley que permite la eutanasia y el suicidio asistido para pacientes que sufren una enfermedad grave e incurable, y cuya muerte natural es previsiblemente cercana. En la habitual pendiente resbaladiza de la legalización de la eutanasia, en febrero de 2021 se amplió la ley para incluir a los enfermos psiquiátricos, aquejados de un sufrimiento psicológico considerado intolerable e intratable, aunque su muerte natural no esté próxima. De este modo los enfermos mentales no serían “discriminados” respecto a los de otras dolencias,

Tras la aprobación de la ley, 15 líderes de las comunidades indígenas manifestaron en una carta su “grave preocupación” por la extensión del suicidio asistido, advirtiendo el efecto negativo que tendría sobre sus poblaciones. Entre los firmantes de la carta están políticos que han ocupado cargos públicos, profesionales sanitarios indígenas, expertos en prevención del suicidio y jefes de comunidades indígenas.

Estos líderes indígenas veían la aplicación de esta ley como una agresión cultural. “La ley C-7 va contra muchos de nuestros valores culturales, creencias y sagradas enseñanzas”, decían. “La idea de que la ‘ayuda médica a morir’ es un fin digno para los enfermos terminales o para los discapacitados no debe ser impuesta a nuestros pueblos”.

Y recordaban que ya en el pasado los pueblos indígenas habían sufrido los efectos negativos de la imposición de valores ajenos a su cultura. “Dada nuestra experiencia histórica de las consecuencias negativas del colonialismo y de la involuntaria imposición de ideas y valores culturales, creemos que no debería obligarse a proporcionar o facilitar la ayuda médica a morir”.

El rechazo de los líderes indígenas coloca en una posición incómoda al gobierno de Justin Trudeau, tan aficionado a gestos de respeto hacia los pueblos indígenas. Pero los líderes de estos pueblos no ven un progreso en la eutanasia.

En realidad, lo que piden los pueblos indígenas en Canadá es una ayuda médica para prevenir el suicidio. La Comisión Real de Pueblos Indígenas reconoció en 1995 que el suicidio es “uno de los problemas más urgentes que afrontan las comunidades indígenas”. Aunque en Canadá la tasa de suicidio ha disminuido, entre las poblaciones aborígenes ha seguido aumentando, especialmente entre los jóvenes.

El trauma de los internados

Entre los factores que han contribuido a los problemas mentales está el trauma intergeneracional creado por el sistema de internados para niños indígenas, establecido por el gobierno de Canadá a principios del siglo XIX. Se trataba de que los niños indígenas olvidaran su lengua y cultura, para transformarse en hablantes de inglés o francés, cristianos y con una capacitación agrícola o industrial que les apartara de la vida nómada. En muchos casos los niños eran sacados a la fuerza de sus familias y comunidades, y enviados a estos internados, a veces muy distantes de sus lugares de origen. Antiguos alumnos han testimoniado numerosos casos de abusos físicos y sexuales, además de una descalificación permanente de sus culturas y lenguas.

Los internados eran financiados –escasamente– por los gobiernos provinciales, y gestionados por instituciones religiosas católicas, anglicanas y protestantes. El sistema alcanzó su punto culminante hacia 1930. Luego estas escuelas se fueron cerrando o transformando, y la última cerró en 1996.

Aunque no hay registros bien documentados, se estima que, a lo largo de su historia, pasaron por estos centros unos 150.000 alumnos. Las condiciones materiales e higiénicas eran malas, por lo que la tasa de mortalidad en muchas escuelas era muy alta, sobre todo por tuberculosis. Según la Comisión para la Verdad y la Reconciliación –establecida en 2008 para investigar el trato dado a los indígenas–, habrían muerto al menos 3.200 niños en estos internados.

A finales de mayo fue noticia destacada el hallazgo de los restos de 215 niños enterrados en las inmediaciones de la residencia escolar de Kamloops (Columbia Británica). El hallazgo ha tenido su impacto en la opinión pública, aunque no revela nada nuevo sobre la mortalidad en estos centros y las prácticas de enterrar en una fosa común en el terreno.

A raíz de las investigaciones de la Comisión Verdad y Reconciliación en 2008, junto con la nueva mirada hacia las culturas indígenas, se han multiplicado las peticiones de perdón y los intentos de reparación, tanto por parte del gobierno como de las iglesias. Benedicto XVI, al recibir en audiencia en 2009 al jefe indígena Phil Fontaine, manifestó su pesar por el papel de la Iglesia católica en el sistema de internados y los deplorables abusos cometidos por algunos de sus miembros. Para este próximo otoño está prevista una nueva visita de una delegación indígena al Vaticano, donde será recibida por el Papa Francisco.

Ahora, en el caso de la eutanasia, los líderes de la Iglesia católica y los indígenas (entre los que también hay católicos) se encuentran en el mismo lado. Los obispos católicos canadienses, que siempre se han opuesto a la eutanasia, rechazan particularmente el suicidio asistido para enfermos mentales y discapacitados. Si en el futuro hay que pedir perdón a los pueblos indígenas por avasallar su cultura con un concepto de “muerte digna” propio del pensamiento secularista, será el gobierno de Trudeau el responsable.

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