Hay privilegios intolerables y otros admisibles

La palabra privilegio tiene una doble valoración. La publicidad, que sabe lo que atrae a la gente, nos promete siempre experiencias de privilegiados: un destino turístico, un hotel,  una urbanización, un coche, una bebida… algo que nos distingue de la masa, y nos coloca entre una elite privilegiada. En cambio, en el discurso igualitario tan propio de nuestra época, el privilegio se presenta como una situación injusta, excluyente, intolerable; aquí la palabra privilegio se convierte en arma arrojadiza, que se utiliza para descalificar al adversario. Porque el privilegio es, por definición, algo que tienen otros  y que me discrimina.

Normalmente el privilegio va asociado al dinero. Pero últimamente la propia identidad no elegida puede ser suficiente para ser considerado un privilegiado. Sobre todo si uno es blanco, hombre y heterosexual, lo que acumularía un privilegio de triple capa.

En la lucha contra el “racismo sistemático”, que agita ahora a los EEUU y, por extensión al mundo anglosajón, la denuncia del privilegio blanco se ha convertido en una de esas ideas ante las que solo cabe hincar la rodilla sin discutirlas. Sin duda, EE.UU. es un país con grandes desigualdades. Pero lo inédito es que ahora el privilegio aparece asociado a la raza más que a la posición social.

Así la afroamericana Oprah Winfrey, estrella de la televisión, puede permitirse decir que hasta los blancos pobres disfrutan del privilegio blanco. “Hay blancos que no son tan poderosos”, reconoce. “Pero, independiente de donde estén en la escalera del éxito, tienen al menos su blancura”. De modo que puedes ser un pobre blanco desempleado de larga duración y gozar de un privilegio negado a una presentadora multimillonaria. Si eres mujer y negra estás por encima de toda sospecha en el catálogo de privilegiados. Incluso  puedes ser presentada como ejemplo de mujer empoderada, no de rica poderosa.

La idea de que la raza es la explicación última de la desigualdad –mensaje de la teoría crítica de la raza– puede ser un modo de enmascarar  otras distinciones entre clases. Hoy día muchas grandes empresas se han lanzado a una carrera por la diversidad, incorporando a más mujeres y miembros de minorías étnicas en los consejos de administración y puestos de alto nivel. Pero fomentar la diversidad por un carril de aceleración suele favorecer a los que estaban ya más cerca de las alturas, sin cambiar la situación de los que están abajo.

Y, como dice Douglas Murray en La masa enfurecida, “a menudo son personas a las que consideraríamos privilegiadas dentro de cualquier grupo, incluido el suyo”. De modo que, en el ámbito anglosajón, “a pesar de que las empresas han mejorado la movilidad femenina y étnica, la movilidad entre clases es más baja que nunca. Lo único que se ha conseguido es crear una nueva jerarquía”.

La política identitaria, al recluir a cada uno en su condición de minoría, favorece la unión en el grupo en vez de la solidaridad de clase. La presencia de más mujeres o de más miembros de minorías en los consejos de administración de grandes empresas puede presentarse como un logro igualitario. Pero si los que están más arriba –sean hombres, mujeres, negros o latinos– tienen unas retribuciones astronómicas en comparación con el empleado medio de la empresa, no puede decirse que la igualdad haya avanzado mucho.

Hoy día el privilegio solo es admisible si se atribuye a minorías. Se entiende que haya aparcamientos reservados para minusválidos. Se entiende menos otros  privilegios que algunas leyes están concediendo a minorías sexuales, por el mero hecho de serlo. Por ejemplo, el gobierno de Aragón da una ayuda de 3.000 euros a un parado que decide emprender y darse de alta como autónomo. Pero la ayuda sube a 6.000 euros si se trata de un transgénero, que queda así equiparado a los discapacitados o a las mujeres víctimas de violencia de género. ¿Es que un trans tiene menos capacidad emprendedora y necesita más ayuda? Precisamente ahora que se intenta “despatologizar” la transexualidad, ¿hay que equiparar a los trans con los discapacitados?

La misma idea de que uno puede identificarse con el género que quiera por mera declaración puede ser origen también de nuevos privilegios. No cabe duda de que el nacido hombre que se declara mujer y es admitido como tal a una competición deportiva femenina, va a tener un privilegio biológico a la hora de competir, lo que ya está dando lugar a muchas quejas por parte de mujeres atletas. Y también cabría plantearse si la mujer que pide hacer la transición hacia el otro sexo no está movida por el deseo de gozar de ese privilegio masculino tan exclusivo.

En cualquier caso, el trans puede tener reconocido el privilegio de cambiar a su gusto su identidad, diga lo que diga su realidad biológica. Los demás tenemos que conformarnos con nuestra raza, nuestra nacionalidad  o nuestra familia, queramos o no. No es poco privilegio.

Print Friendly, PDF & Email
Esta entrada fue publicada en Igualdad, Minorías y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.