El consentimiento y la negociación

En su forcejeo político, el gobierno y la oposición compiten por ofrecer protección a las mujeres y, de paso, instrumentalizan sus causas. Primero fue el gobierno de Pedro Sánchez el que salió en tromba para evitar en Castilla y León que las mujeres que se plantean abortar conocieran lo que llevan dentro de sí, como si fueran obligadas a parir a punta de ecografía. Ahora, con motivo de la aplicación de la retroactividad penal más favorable en la ley del “solo sí es sí”, la oposición agita la rebaja de penas de los delincuentes sexuales y las consiguientes excarcelaciones de algunos, como si en cada esquina hubiera un potencial violador.

En ambos casos, la alarma social justifica la reacción en defensa de la libertad de las mujeres. Pero, más allá de la cuantía de las penas por agresiones sexuales, en todo esto influye el cambio en la idea de consentimiento, propio de la era de la liberación sexual, y las confusiones a las que da lugar.

Como ha distinguido Heather Mac Donald en EE.U.,  antes la respuesta por defecto de la mujer a los avances sexuales del hombre era un “no”. No tenía que justificar su negativa en cada caso, pues era lo asumido respecto al sexo prematrimonial. No debía explicar las razones para parar los pies a alguien. En su boca estaba la prerrogativa de decir sí, cuando decidía apartar esa barrera social y, en su caso, religiosa.

Con la liberación sexual, la respuesta por defecto al sexo prematrimonial se inclinó hacia el “sí”. Cualquier tabú cultural en este asunto se identificó como una represión autoasumida. Mujeres y hombres podían expresar sus deseos con la misma libertad y buscar la conquista sexual sin inhibiciones. Esto, por una parte, parecía ampliar su libertad. Pero, al mismo tiempo, favorecía las confusiones. Cuando el “sí” es lo normal, la mujer se ve obligada a justificar el “no” en este caso. Puede hacerlo, sin duda. Pero es más incómodo explicar a un hombre por qué tú no. De ahí que, según confesión de mujeres, en no pocos casos han accedido a tener sexo porque era más fácil que discutir por qué no.

Según una encuesta de Sigma Dos para el Instituto de las Mujeres realizada el pasado año entre mujeres españolas de 18 a 25 años, el 57% declaran que han tenido sexo alguna vez sin ganas o por compromiso, sin desearlo (La sexualidad de las mujeres jóvenes en el contexto español). No es que lo hayan hecho por violencia o intimidación. Basta no ser capaz de resistir la presión y la insistencia de la otra persona. La disociación entre amor y sexo complica la negociación, ya que se supone que para enrollarse no hace falta compromiso ni afecto especial, con lo que la negativa puede parecer discriminatoria y poco sociable. En este aspecto, la mujer de la época anterior estaba más empoderada por la costumbre social que la mujer joven actual, para decidir el resultado ante la insistencia del hombre.

Domar la libido masculina era antes más bien un problema de carácter, que apelaba a la caballerosidad, al respeto y a la confianza. Pero eso fue desmontado en el taller de deconstrucción de la masculinidad, y ahora se ha convertido en un tema cada vez más jurídico. En las universidades americanas, que siempre van por delante en cualquier obsesión social, han proliferado los cursos sobre consentimiento sexual, las reglas burocráticas sobre las relaciones entre los sexos, las instancias sobre reclamaciones y denuncias. Pero en un asunto tan pasional como el sexo, la costumbre y la educación son siempre más influyentes que las reglas jurídicas.

Sexo sin valor

En España, a medida que se renunciaba a educar el carácter, se endurecía el Código Penal. Si en algo coinciden la mayoría de los penalistas, es que en España las penas por los delitos sexuales son altas, también en comparación con otros países europeos. Una violación agravada puede tener una pena incluso superior a un homicidio intencional. También dicen que, aunque la ley del “solo sí es sí” haya bajado moderadamente las penas mínimas en algunos supuestos, en su conjunto siguen siendo altas. Incluso si uno ve los casos de excarcelaciones aireados estos días, puede advertir que ninguno de los delincuentes se ha ido de rositas, sino que ha pasado varios años en la cárcel.

Algunas reacciones se limitan a denunciar el peligro que supone que hayan salido de la cárcel, como si el ideal es que no salieran nunca. También aquí al penado por delitos sexuales se le aplica un descarte social que no se utiliza en otro tipo de delitos. Aunque los expertos dicen que penas más altas no son más eficaces para la rehabilitación del delincuente sexual, lo que la alarma social pide es que estén entre rejas cuanto más tiempo mejor. Aquí la búsqueda de la seguridad, tan propia de nuestra época, se quiere hacer compatible con el derecho a la imprudencia, bien expresado en el eslogan “sola y borracha quiero llegar a casa”. Aunque sola y borracha también te pueden quitar la cartera.

Pero el problema más habitual no suele ser la agresión de un desconocido, sino los avances indeseados e insistentes de algún conocido, que no acepta un no. En este aspecto, la ley del “solo sí es sí” implicaría volver a un “no” por defecto, al requerir un consentimiento afirmativo. Cómo lograrlo en un clima sociológico que desvaloriza la significación del acto sexual es algo que la ley no puede conseguir por sí sola.

En cambio, cuando no se separa el sexo del amor y del compromiso, es más fácil que exista respeto y que el consentimiento sea libre sin rellenar un documento de consentimiento informado.

Hay feministas que se desmarcan de un “populismo punitivo”, que ha contagiado a otras correligionarias, y mantienen que el problema no se arregla con penas más duras, sino con educación, prevención y protección de las víctimas. El Ministerio de Igualdad se mantiene en sus trece de que por primera vez su ley “pone el consentimiento en el centro”, como si el consentimiento no hubiera sido hasta ahora un criterio distintivo para delimitar los atentados contra la libertad sexual. Pero ya se sabe que el Ministerio de Igualdad siempre piensa que está abriendo huella en el hielo, aunque el glaciar ya se haya derretido.

Para otras feministas radicales, el consentimiento implica una enorme ambigüedad, ya que en una sociedad patriarcal las relaciones de desigualdad y las estructuras opresoras impedirían un auténtico consentimiento libre en una relación heterosexual. Pero con este criterio basta ser hombre para ser culpable.

Qué tiempos aquellos en que todos creíamos saber qué era un sí y qué un no en este asunto. Ahora estamos en el reino de la ambigüedad. Y el consentimiento ya no es la entrega a la pasión amorosa, sino el resultado de la negociación.

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