Dar las batallas perdidas

Acaba de morir a los 92 años Phyllis Schlafly, una de las más eficaces activistas políticas en EE.UU., que dio mucho que hablar sobre todo en los años 70 y 80. Pero aunque fue un ejemplo de mujer batalladora en la vida pública, nunca será celebrada por las feministas radicales. Para ellas fue una bestia negra, pues se dedicó a luchar contra la propuesta de enmienda constitucional que pretendía prohibir toda discriminación por razón de sexo.

En los años 70, la Equal Rights Amendment (ERA) fue para el movimiento feminista americano lo que en nuestro tiempo es el matrimonio gay para los activistas del arco iris. El texto de la enmienda propuesta decía algo que sonaba muy sensato: “La igualdad de derechos bajo la ley no podrá ser negada ni limitada por razón del sexo en los Estados Unidos ni en ningún estado”.

Pero los críticos de la enmienda veían detrás mucho más de lo que afirmaba el texto. Una de las voces críticas más decididas fue la de Phyllis Schlafly, abogada y activista política republicana, católica y madre de seis hijos, que se lanzó a la arena política contra la ERA.

Parecía una batalla perdida. La ERA había sido aprobada en la Cámara de Representantes por 354 votos a favor y 24 en contra; en el Senado, por 84 contra 8. Tres presidentes (Nixon, Ford y Carter) la apoyaron. La respaldaban la inmensa mayoría de los medios de prensa, las estrellas de Hollywood, el poderoso movimiento feminista…

En 1972 empezó su proceso de ratificación, que requería la aprobación de tres cuartas partes de los estados (38 legislaturas) en un plazo de 7 años. Cuando ya la habían aprobado 30 estados, Schlafly lanzó su campaña “Stop ERA”. Schlafly fue la fundadora y presidenta de Eagle Forum, una organización dedicada a la defensa de los valores familiares tradicionales, con técnicas de comunicación modernas.

Su eficaz activismo se considera como una de las principales causas de la derrota política de la ERA, que al acabar el plazo de siete años había sido ratificada en 35 estados, pero a falta de tres, la enmienda expiró.

Como declaraba años después en una entrevista a Time, la enmienda no estaba clara: “¿Igualdad significa la igualdad de los individuos, como en el caso de la decimocuarta enmienda, o la igualdad de un grupo? En América no creemos en los derechos de los grupos”.

A su juicio, la aprobación de la ERA tendría consecuencias colaterales dañinas. Por ejemplo, supondría anular las ventajas reconocidas a la mujer en las leyes laborales por razón de maternidad, y en el derecho de familia; obligaría a las mujeres a servir en el Ejército; daría más poder a los tribunales federales y transformaría el matrimonio. Con la ERA, decía a Time en 2009, “habríamos tenido el matrimonio entre personas del mismo sexo hace 25 años”.

Gusten o no sus ideas, hay que reconocer que Schlafly tenía olfato político. Gracias al activismo judicial –más que a decisiones en los parlamentos estatales– se ha legalizado el aborto y el matrimonio gay, la apelación a la igualdad está justificando legislaciones especiales para distintos grupos, en las Cámaras está en trámite una ley que obligará a las mujeres de 18 años a registrarse para un eventual alistamiento militar…

Schlafly también reprochaba a las feministas “tratar a las mujeres como víctimas” y de “predicar la idea de que las mujeres reciben un trato injusto en nuestra sociedad, por lo que necesitan leyes, acción del gobierno y dinero del contribuyente para que se les dé una justa oportunidad”. El hecho de que no haya hecho falta una ERA para que Hillary Clinton pueda aspirar a ser la primera mujer presidente, parece indicar que las mujeres pueden abrirse camino por sí mismas (aunque, para seguir a contracorriente, Schlafly apoyó a Donald Trump semanas antes de morir).

Votantes que no olvidan

La acción de la que fue llamada “la primera dama de la mayoría silenciosa” muestra que es posible movilizar al votante con el poder de la retórica y un organizado activismo, en torno a cuestiones de entidad que parecen tener el viento en contra. Lo recordaba también recientemente Frank Schubert, director político de National Organization for Marriage (NOM), hablando de los políticos republicanos que han perdido la confianza de sus votantes por apoyar el matrimonio gay.

Normalmente se piensa que en América un político que quiera hacer carrera tiene que defender esta redefinición del matrimonio, sobre todo después de que el Tribunal Supremo la legalizara hace un año por 5 votos contra 4. Pero, según cuenta Schubert, en el campo republicano se pueden encontrar no pocos cadáveres políticos de legisladores o aspirantes a serlo que cambiaron de chaqueta para apoyar el matrimonio gay.

Cita el caso de Anne Zerr, diputada en la cámara de Missouri, o de cuatro republicanos del estado de Nueva York, que en el Senado votaron a favor de la redefinición del matrimonio, con la promesa del gobernador Mario Cuomo y del entonces alcalde Michael Bloomberg de que podrían contar con el apoyo financiero de grandes donantes para su reelección. Pero una coalición de grupos varios en defensa del matrimonio tradicional hizo campaña contra ellos, y hoy día los cuatro son exsenadores.

Schubert agrega otros casos de políticos republicanos aspirantes a senadores (por California, New Hampshire, Oregón) que han sido derrotados por campañas desarrolladas contra ellos por movimientos de la base republicana, que les reprochaban haber abandonado el matrimonio tradicional. Y, al revés, de otros republicanos (en Arkansas y Carolina del Norte) que se han visto reelegidos por lo contrario.

También se ha notado esta reacción en la judicatura. En Iowa, tres miembros del Tribunal Supremo, incluido su presidente, que con su sentencia impusieron el matrimonio gay en el estado, han sido removidos de sus puestos por unos votantes indignados.

Y, a pesar de las invitaciones a que el partido republicano “modernice” su idea del matrimonio y la familia, la plataforma del partido aprobada por los delegados en la convención de Cleveland es más combativa que nunca en la defensa del matrimonio como unión de un hombre y una mujer.

Los conservadores americanos no arrojan fácilmente la toalla, como se comprueba por la vitalidad también política del movimiento provida. Y, cuando se sienten traicionados en asuntos claves, tampoco lo olvidan a la hora de votar.

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