Una violencia poco divina

yihadistaPara el Occidente secularizado el yihadismo es un fenómeno de fundamentalismo religioso. Quien mata al grito de “Alá es grande” solo puede ser alguien intoxicado por una insana creencia religiosa, por la que se cree situado más allá del bien y del mal. El yihadista sería un zelote atiborrado de lecturas del Corán y de prédicas extremistas, que le llevarían a aniquilar al infiel. Por eso en la prensa abundan los análisis sobre si el islam justifica la violencia y, ya de paso, sobre si el monoteísmo, también el cristiano, es un caldo de cultivo de la intolerancia.

La misma dificultad que tienen los servicios de inteligencia para detectar los viveros del terrorismo islámico en Europa, ya indica que en este campo hay que evitar fáciles generalizaciones. De todos modos, lo que se va sabiendo de yihadistas como los que atentaron en París o se unieron al Estado Islámico (EI) indica que no destacaban precisamente por su religiosidad. Eran gentes que trapicheaban con drogas, que estaban mezclados en la pequeña delincuencia, que frecuentaban más las discotecas que las mezquitas, que bebían alcohol, que eran fans de videojuegos violentos, que intervenían en webs de ligue; en fin, su Corán no estaba desgastado por el uso.

El EI ha sabido adaptarse para pescar en estos caladeros. De los cientos de videos colgados en Internet, apenas un puñado tienen un carácter religioso. Nada de sermones interminables de busto parlante como usaba Al Qaeda. Ahora son videos de pocos minutos, con exhibición de violencia, decapitaciones y exterminio del enemigo, con un lenguaje accesible a los adictos a videojuegos violentos, del estilo Mortal Kombat.

Para este tipo de personajes, la apelación a la religión parece más bien un intento último de dar un sentido a sus vidas, hasta entonces desestructuradas y banales. Empuñar las armas sería un modo de sentirse investidos de una misión aureolada de heroísmo. Morir matando en nombre del islam se convertiría en la forma de expiar una vida estéril. Este vacío les convierte en recipientes aptos para asumir con rapidez las visiones más extremistas del islam, que sacralizan la violencia contra el infiel. Pero, más que ver aquí un exceso de devoción, lo que destaca es una forma de patología religiosa, como el desorden alimentario del que pasa de la anorexia a la bulimia.

Por eso da la impresión de que el remedio no es “relativizar” las creencias religiosas, como sugieren algunos, siempre dispuestos a sospechar de las verdades que apelan a un Dios único. En estos días de Navidad hemos vuelto a escuchar el mensaje cristiano de paz y misericordia, y la llamada a amar al prójimo como a uno mismo. Excederse en esto solo puede favorecer la convivencia, también con los no creyentes. En este sentido, los personajes que han vivido más a fondo su fe cristiana –desde Juan Pablo II a la Madre Teresa de Calcuta, por quedarnos en santos recientes– han sido los más pacíficos.

Las noticias de estos días también nos han revelado nuevas atrocidades del EI. Pero aunque este intente envolverse con las vestiduras del combate por la fe para ganar nuevos adeptos, lo que muestran sus hechos son viejas pulsiones humanas: sed de venganza y de poder, soberbia, aniquilación del adversario, explotación del débil… lo más contrario del autodominio que siempre ha intentado inculcar la religión.

Si se trata de comprender el yihadismo para combatirlo mejor, hay que empezar por no atribuir de manera simplista a la religión las causas de conflictos que se explican por otros motivos.

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