Tránsfugas de la raza

El establecimiento de cuotas en la Universidad o en las elecciones en favor de minorías raciales desaventajadas es una política discutida. Pero en un país como Brasil, donde el 43% de la población se considera de raza mixta, no es fácil establecer distinciones netas entre razas. Así que el mayor problema de las cuotas en Brasil es determinar quién puede beneficiarse de ellas. Y como es cada uno quién decide a qué raza pertenece, la raza se ha convertido en un concepto fluido y polémico.

Si la ideología de género nos asegura que la norma debe ser la gender fluidity, abierta y cambiante, en Brasil lo fluido es la raza. Ya ocurrió cuando en 2012 se empezaron a reservar plazas en las universidades estatales para hijos de familias con bajos ingresos y para miembros de minorías raciales, negros, mestizos e indígenas. Según la ley, es el candidato quien dice cuál es su raza. Esto permite que jóvenes que tienen la apariencia exterior de blancos aseguren que son “pardos”, porque tienen un ancestro negro, si les conviene para obtener una plaza.

En un país tan mezclado no es difícil encontrar en el árbol genealógico un tatarabuelo negro. Pero los estudiantes de minorías raciales se quejan de que hay mucho fraude de blancos que se hacen pasar por mestizos, para entrar en los estudios deseados.

Ahora los tránsfugas de la raza han llegado a la política. Hay que tener en cuenta que en las elecciones nacionales de 2018 la mitad de los candidatos eran negros o mestizos, pero solo obtuvieron el 18% de los escaños. Para promover una mayor igualdad de oportunidades, el pasado septiembre  el Tribunal Superior Electoral sentenció que si un partido presenta, por ejemplo, un 40% de candidatos negros o mestizos, debe dedicarles ese porcentaje de su gasto electoral y del tiempo de antena.  Los partidos no están obligados a incluir una determinada cuota de candidatos de minorías raciales. Pero esta nueva regla de proporcionalidad, que se aplicará a partir de 2022,  trata de evitar que se incluyan candidatos de minorías de adorno, pero con escasas posibilidades de salir elegidos.

La introducción de criterios raciales en las elecciones brasileñas está  provocando cambios en el modo en que  los candidatos se autodefinen. Según The Economist, más de 42.000 candidatos en las elecciones locales celebradas el 15 de noviembre se han presentado como miembros de una raza distinta de la que declararon en las elecciones de 2016.  El 36% cambiaron de blanco a mestizo; el 30% de mestizo a blanco; y el 22% de mestizo a negro. Quizá algunos se sentían atrapados en la raza equivocada que les asignaron al nacimiento. Pero en muchos casos el cambio tiene la motivación pragmática de acceder a una mejor financiación o de parecer más representativo de la composición étnica de su circunscripción.

En cualquier caso, las tendencias entre los transraciales políticos reflejan el espíritu de los tiempos. Ahora el número de gente que se declara negro o mestizo desde que las autoridades electorales empezaron a preguntarlo en 2014 crece más aprisa que la población. Y es que poder presumir de una mezcla de genes es un signo de “limpieza de sangre” en la era de la diversidad y la inclusión.

Pero el hecho de que uno se “sienta” de una determinada raza no implica que lo sea. Y cuando entran en juego beneficios especiales, la posibilidad de fraude salta enseguida. Igual que muchas feministas se quejan de que los transexuales están ocupando espacios y prerrogativas femeninas, los estudiantes de minorías raciales en Brasil denuncian que hay blancos que les quitan plazas reservadas en las universidades públicas declarándose mestizos.

De ahí que algunas universidades hayan creado comités de verificación para examinar si lo que dice el candidato sobre su origen racial es verosímil. En estos tiempos en que la biología parece que ya no cuenta para decidir el género elegido, estos comités han optado por lo que se ve a simple vista: el fenotipo de los candidatos, sus rasgos físicos evidentes. Los argumentos sobre el tatarabuelo negro no son convincentes. Hay que fijarse en cómo son los labios y la nariz del candidato; si su mandíbula inferior es prominente; el color de su piel; qué tipo de pelo tiene; la forma del cráneo…

Es la revancha de la biología en la identificación racial tras haber sido ninguneada en la relación entre sexo y género.

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