Suicidio con o sin adjetivo

Es curioso cómo cambia la idea del suicidio según que lleve o no adjetivo. El suicidio a secas se ve como una tragedia, un error, una muerte que debió ser evitada, una patología que reclama prevención. En cambio, el suicidio “asistido” quiere ser presentado como un progreso de la civilización, una liberación, un modo de garantizar una muerte digna, un derecho que requeriría la asistencia médica para garantizarlo. El que evita que un suicida se lance al vacío es un héroe, aunque imponga al otro su propia convicción sobre el valor de la vida; pero pasa a ser un villano si es un médico que no quiere poner la inyección letal al aspirante a suicida en silla de ruedas.

La distinta valoración se nota también en el tipo y la abundancia de información sobre ambos modos de suicidarse. Del suicidio asistido –denominación más presentable de la eutanasia– se habla con profusión, al menos hasta que se legaliza. Si aún no es legal, salen a la luz continuamente casos dramáticos de enfermos asediados por el sufrimiento físico o psicológico, que desearían la eutanasia y a los que parece inhumano negársela. Los países donde esta salida es posible son presentados como “pioneros” cuyo ejemplo habría que seguir.

En cambio, del suicidio a secas apenas se habla. Y no es porque sea tan inusual. En España se suicidaron en 2017 al menos 3.679 personas, aunque también podrían engrosar la cifra otras muertes registradas como accidentales. En cualquier caso, es ya la primera causa de muerte no natural (externa), por delante de los accidentes de tráfico. También es un fenómeno que va a más, con un aumento del 3,1% en 2017.

¿Por qué se habla poco de él? Hay una tendencia informativa a no destacarlo, por miedo al “contagio”. El temor es que pueda animar a pasar al acto a los que tienen ideaciones suicidas. Curiosamente, esta actitud precavida y disuasoria se abandona en el caso del suicidio asistido. En esta modalidad, se pone rostro al problema, se recogen declaraciones del que pide recurrir a él, se habla con los familiares que apoyan su petición…

No se tiene en cuenta que, al considerar que esa enfermedad o discapacidad es incompatible con una vida digna, se está minusvalorando la dignidad de otros enfermos que sufren la misma patología, y que quieren seguir viviendo. Más de una vez, después del suicidio asistido –asistido también mediáticamente– de un enfermo que prefiere la muerte antes que perder su autonomía y su calidad de vida, han surgido las voces de otros enfermos del mismo tipo y de sus asociaciones recordando que ellos no comparten esa postura y que lo que esperan es la ayuda adecuada para vivir lo mejor posible en esas condiciones.

El silencio sobre el suicidio a secas se extiende también a los familiares del suicida. Ellos suelen vivir el drama con un sentimiento de culpa, como un estigma que los señala por no haberse dado cuenta de la situación o por no haber sabido evitarlo. Así que rara vez se escuchan las voces de los que han intentado suicidarse o de los familiares y amigos de quienes lo han hecho. Una de estas raras ocasiones ha sido en un reciente reportaje en XL Semanal, que recoge declaraciones de algunas de estas personas.

Una cosa que queda clara en lo que dicen los supervivientes y los profesionales de la salud mental es que quienes intentan suicidarse no desean la muerte, sino que cese su sufrimiento. En el fondo, es lo mismo que afirman los expertos en cuidados paliativos ante enfermos terminales. Cuando alguien les pide la eutanasia por el sufrimiento que experimenta, lo que está diciendo es que no quiere vivir más así. Lo que está reclamando es una ayuda contra el dolor físico, un apoyo psicológico, una compañía frente a la soledad, y cuando lo obtiene no suele insistir en pedir una muerte rápida.

Al igualar muerte digna con muerte rápida, el recurso a la inyección letal es el modo expeditivo de afrontar una situación que exigiría luchar contra el dolor, el aislamiento, la falta de esperanza.

Puede pensarse que quienes piden el suicidio asistido han meditado seriamente esta posibilidad, que no es fruto de un momento de desesperación. Pero lo mismo puede decirse del otro tipo de suicidas. Entre estos, un tercio de los que lo intentan reinciden. En el citado reportaje habla uno que lo intentó tres veces, y que ahora tiene una vida que “es la antítesis de la oscuridad en que viví”. Si a la hora de admitir la eutanasia se exige que el enfermo la haya solicitado repetidamente, también debería estar disponible para los otros suicidas que, por un motivo u otro, y con repetidos intentos, consideran que su vida ya no tiene sentido ni valor. De hecho, la misma deriva de la eutanasia muestra que lo que empezó como una solución para acabar con dolores físicos insoportables, se ha ido admitiendo también en el caso del sufrimiento psíquico, o del mismo cansancio de vivir.

Sin duda, son situaciones complejas que deben ser abordadas con métodos adecuados a cada enfermo. Pero lo paradójico es que nuestra sociedad hable tanto de garantizar el suicidio asistido, cuando hace tan poco para afrontar el problema de los que se suicidan sin ninguna asistencia.

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1 respuesta a Suicidio con o sin adjetivo

  1. Francisco Baciero Ruiz dijo:

    Excelente comentario. Enhorabuena

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