El referéndum y la excepción irlandesa

Al margen de lo que uno piense sobre el matrimonio gay y el aborto, hay que reconocer a Irlanda que haya decidido estas cuestiones por referéndum. Nada de imposición de un partido mayoritario, ni de negociaciones opacas entre políticos, ni de interpretaciones aventuradas del Tribunal Constitucional. Dar la voz al pueblo, sobre unos asuntos que afectan a la vida de todos y donde las alternativas son comprensibles a todos. Así como en 1983 los irlandeses decidieron –también por referéndum– incorporar una enmienda constitucional en defensa de la vida del concebido, ahora han decidido quitarla. No sé de ningún otro país que haya decidido ambos temas de modo tan democrático. Quizá tiene que ver con la cultura católica de Irlanda.

Tampoco quiere decir esto que haya habido un debate en igualdad de condiciones. El nuevo establishment de la Irlanda liberal –todos los medios de comunicación importantes, los líderes de los principales partidos y las celebrities– ha hecho campaña a favor del aborto. Así que la otra parte tenía que defender un “no” políticamente incorrecto. Y como ha perdido, nadie se pondrá a elucubrar si en la victoria del “sí” han influido maniobras de Putin o de alguna Cambridge Analytica.

Como suele ocurrir al debatir el tema del derecho a la vida, los partidarios del aborto a petición lo han revestido con ropajes más presentables de compasión y preocupación por la salud de la mujer. Así, una obstetra y activista por el “sí” comentaba: “Durante todos estos años hemos estado tratando de cuidar a las mujeres y no hemos podido; esto lo significa todo”. Pues para no haber podido cuidarlas, el resultado ha sido bastante bueno. Uno podría pensar que la salud materna en Irlanda estaba al nivel de la India y que la prohibición del aborto ha dejado un reguero de víctimas. Pero afortunadamente nunca fue así.

La tasa de mortalidad materna en Irlanda es de 8 por 100.000 nacidos vivos, inferior, por cierto, a la del Reino Unido, donde es 9, a pesar de que allí el aborto es legal, o a la de EE.UU. (14). Como en Irlanda nacen unos 64.000 niños al año, esa tasa de mortalidad supondría 5 madres muertas al año, y nadie ha demostrado que hayan fallecido por algo relacionado con el aborto. El único caso repetido hasta la saciedad en la campaña fue el de Savita Halappanavar en 2013, aunque después una comisión médica dictaminó que su muerte se debió a que no se trató bien la septicemia que sufrió, y no porque los médicos se negaran a practicarle un aborto.

Pero esto no son más que cortinas de humo. Todo el mundo sabe que la alternativa aquí es reconocer si la mujer tiene el derecho a decidir sobre si acepta o rechaza la vida del hijo ya concebido. Si uno es pro-choice, la consecuencia lógica es el aborto a petición, por mero ejercicio de la libertad de la madre, sin necesidad de adobar el asunto con pretextos emotivos. Lo que hay en su seno será un bebé que se espera con ilusión o un feto despiezado para la basura hospitalaria, según sus deseos. La vida del hijo está en sus manos, y el Estado renuncia a defenderla.

Lo más llamativo del referéndum irlandés es que haya sido visto como un test de incorporación a la Europa progresista y secularizada. Se diría que los demás países europeos no podían dormir tranquilos mientras no se acabara la “excepción irlandesa” en el tema del aborto.

Pero, dentro de esa Europa que no asegura la sustitución de generaciones, Irlanda había obtenido un buen dividendo demográfico de su protección a la vida naciente. No solo la mortalidad materna e infantil están entre las más bajas de Europa. También tiene una tasa de fecundidad de 1,8 hijos por mujer, por encima de la media de la UE (1,6). Y aunque la fecundidad sigue una tendencia a la baja en los últimos tiempos, todavía le asegura un perfil demográfico más equilibrado en comparación con sus vecinos: de hecho, los menores de 14 años suponen el 22% de la población, la tasa más alta de la UE en esa franja de edad. Y esto es lo que Irlanda va a ir perdiendo al homologarse con entusiasmo a la Europa envejecida donde tantas nuevas vidas son segadas por el aborto.

Al final, Irlanda ha renunciado a ser un “paraíso provida” con menor resistencia a la que opone para dejar de ser un paraíso fiscal, la otra gran “excepción irlandesa”. Como se sabe, otros países de la UE están muy molestos con Irlanda por su baja fiscalidad, que hace que empresas de otros países se radiquen allí. En Irlanda el impuesto de sociedades es el 12,5%, por debajo de la media de la UE (22,9%) y menos de la mitad de países como Francia (34%).

Igual que hasta ahora había irlandesas que iban a abortar a Londres, las multinacionales van a Dublín para beneficiarse de su laxa fiscalidad. Con un hábil ejercicio de ingeniería financiera o de acuerdos especiales con el gobierno irlandés, pueden vender en otros países y tributar en Irlanda.

Pero la UE no es pro-choice cuando se trata del derecho fiscal, y no está dispuesta a permitir que las empresas elijan el país donde más les conviene tributar. La Comisión Europea obligó a Apple a resarcir con 13.000 millones de euros a Irlanda, por impuestos no pagados, lo que se interpretó como una ayuda estatal ilegal. Pero el gobierno irlandés no ha mostrado ninguna prisa por cobrarlos. Prefiere mantener un tratamiento de baja fiscalidad, que le atrae inversores. En esto, Irlanda no pretende homologarse con el continente.

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