La segunda esposa

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Estamos tan acostumbrados a dar por buenos los nuevos modelos familiares que es inevitable admitir viejos modelos que vuelven a ser recuperados. Es el caso de la poligamia, que sigue siendo legal en los países árabes, excepto en Túnez. En Egipto, son polígamos el 10,6% de los casados, aunque la poligamia ha estado mal vista socialmente y se consideraba en vías de erradicación. Sin embargo, según testimonios recogidos por el semanal del diario Al-Ahram, parece que es una práctica que está siendo aceptada por mujeres jóvenes.

Y no son mujeres pobres y analfabetas. Los testimonios proceden de una farmacéutica, una profesora de universidad, una diplomada de la facultad de letras… ¿Cómo es posible que estas mujeres educadas consideren aceptable la situación de segunda esposa?

Pues, en primer lugar, porque en Egipto, antes que ser soltera es mejor ser segunda esposa. Dalia, 34 años, profesora de universidad, explica: “Yo también tengo derecho a casarme. Que él esté ya casado o no, no es mi problema. En nuestra sociedad, las mujeres solteras son estigmatizadas y señaladas con el dedo”.

Igual que en Occidente las parejas homosexuales han concebido su acceso al matrimonio como un marchamo de legitimidad y normalidad, en Egipto la mujer quiere evitar el estigma de la soltería, aun a costa de ser la segunda o tercera esposa. ¡Matrimonio para todos! Si se quieren y están de acuerdo en casarse, ¿quién puede negarles ese derecho? Desde luego, no el Estado, ya que la ley admite la poligamia. Pero tampoco los prejuicios sociales que tienden a ver a la segunda esposa como una intrusa.

Lo llamativo de estas mujeres liberadas de los estereotipos sociales es que ven la parte práctica de ser la segunda esposa. Eso sí, siempre y cuando tengan su propia casa. Una dice que la poligamia le permite conciliar mejor familia y trabajo. “No veo a mi marido más que tres veces por semana, lo que me permite el resto del tiempo vivir mi vida y dedicarme a mis cosas”. Otras insisten también en que en esta situación encuentran más espacio para su independencia.

Algunas lo ven como una alternativa a la infidelidad. “Una segunda esposa –dice una mujer– es preferible a una amante. Cuando un hombre quiere buscar fuera de casa, nada se lo impide. Entonces más vale que tenga otra esposa”.

Por parte del marido polígamo, la decisión de tomar una segunda esposa se justifica como una solución más responsable que el divorcio. “La pasión que sentía por la madre de mis hijos ha desaparecido. En vez de divorciarme y de crear una fractura dolorosa en la familia, prefiero tomar una segunda mujer. Mi esposa ha apoyado mi decisión”. Estos hombres prefieren esta solución a la “poligamia sucesiva” que impera en Occidente con el divorcio fácil.

La socióloga Hala Mansur piensa que el “sí” de mujeres jóvenes a la poligamia es consecuencia de una evolución de las mentalidades, que hace que las mujeres sean más libres en su elección, sin que el rechazo social de la poligamia les haga retroceder. En su caso, la rebeldía femenina les llevaría a atreverse a ser la segunda esposa, desafiando los prejuicios sociales.

Esta idea indigna a las defensoras de los derechos de la mujer, que consideran la poligamia como una “regresión”. “La poligamia atenta contra el desarrollo personal de la mujer. Hay que suprimirla y no favorecerla. La mujer, por definición, no acepta compartir su hombre”, dice Nihad Aboul-Qomosane, presidenta del Centro egipcio de derechos de la mujer. Además, nada asegura que el hombre vaya a ser “justo” y evite el favoritismo, condición que exige el Corán para que el marido pueda tomar más esposas.

Lo llamativo de esta evolución es que siempre se había pensado que el cambio de las mentalidades y el reconocimiento de los derechos de la mujer en los países musulmanes llevaría a una creciente igualdad con el varón, y por tanto a la desaparición de la poligamia. Sin duda, esta práctica tropieza en la sociedad moderna con las dificultades económicas para mantener más de un hogar. Pero la mayor libertad de costumbres favorece también nuevas opciones en las relaciones entre hombre y mujer, aunque sean tan viejas como la poligamia.

Occidente se escandaliza ante esta opción de vida, que considera peyorativa para la mujer. Sin embargo, hay que reconocer que es una opción que ha existido en muchas civilizaciones, mientras que el matrimonio entre personas del mismo sexo es algo totalmente nuevo, que sigue siendo absurdo en la mayoría del mundo. Y, si el matrimonio ya no es de uno con una, ¿por qué habría de importar el número?

No es extraño que la poligamia esté ganando aceptación en EE.UU. y Canadá. Según la última encuesta Gallup sobre valores en EE.UU., el porcentaje de la población que considera aceptable la poligamia ha pasado del 7% en 2001 al 16% en 2015. Dentro de una creciente visión libertaria del matrimonio y la sexualidad, la poligamia empezaría a verse como una opción más. Solo que en Occidente siempre hay que buscar la palabra adecuada para ganar aceptación, y en vez de poligamia se prefiere hablar de “poliamor”, que suena más moderno. Esta “no monogamia consensual y transparente” sería el último grito en relaciones amorosas para gente especialmente capacitada.

Una vez que la institución matrimonial empieza a perder sus elementos esenciales, no cabe esperar que su desfiguración se mantenga dentro de ciertos límites. Si para unos el Estado no puede imponerte que te cases con alguien del otro sexo, para otros no tiene por qué decirte con cuántas puedes casarte.

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