La homosexualidad vuelve a la consulta

Siempre hemos pensado que el pueblo británico era muy celoso de su privacidad y reacio a cualquier intromisión indebida. Sin embargo, ahora, según las directrices que acaba de publicar el Servicio Nacional de Salud (NHS), un paciente puede ir a consultar a su médico por un problema de estómago y encontrarse con que el doctor, al recabar datos, le pregunta por su orientación sexual.

Las directrices instruyen al personal sanitario para que pregunte por este tema a todos los pacientes mayores de 16 años, como una información estándar, aunque el paciente no está obligado a contestar. ¿A cuento de qué viene esto? El NHS lo enmarca dentro de una política de respeto a la igualdad, pues parece que algunas orientaciones sexuales son más arriesgadas que otras. “Hay una sólida evidencia de que los LGTB están afectados desproporcionadamente por una serie de desigualdades de salud, entre las que se incluyen peor salud mental, mayor riesgo de autolesiones y suicidio, mayor prevalencia de enfermedades de transmisión sexual, incluido el VIH, mayor uso de alcohol, drogas y tabaco con una mayor probabilidad de dependencia; mayor aislamiento social y vulnerabilidad en la vejez”. Así que el conocimiento de su orientación sexual podría ayudar a ofrecerles un servicio más adecuado a sus necesidades.

No han faltado críticas a las directrices del NHS que, a juicio de algunos médicos, son una innecesaria intromisión en la vida privada del paciente. El Dr. Peter Swinyard, presidente de la Asociación de Médicos de Familia, ha dicho que la sexualidad es irrelevante en la gran mayoría de los aspectos de salud, y que cuando sí afecta, los médicos ya tienden a preguntar.

Lo paradójico es que ahora la pregunta sobre la orientación sexual venga motivada por los mayores problemas de salud del colectivo LGTB. Los activistas gais de los años setenta se rebelaron contra la asociación entre homosexualidad y enfermedad mental, y rechazaron la patologización de su orientación sexual. Sus campañas fueron decisivas para que la Asociación Psiquiátrica Americana retirara en 1974 la homosexualidad del catálogo de enfermedades en su Diagnostic and Statistical Manual. Y en su afán de normalizar la conducta homosexual, hasta han intentado inmiscuirse en la libertad del paciente que, insatisfecho con esta tendencia, busca ayuda médica.

Sin embargo, ahora resulta que los líderes LGTB están a favor de las nuevas directrices, e incluso han colaborado con el NHS para establecerlas. Paul Martin, director ejecutivo de la Fundación Manchester LGTB, las considera “un paso importante en la buena dirección para rectificar la desigualdad de los LGTB en la salud y en la atención social”. Pero habría que ver si la desigualdad está en la atención médica recibida o en las consecuencias de una conducta elegida. Tampoco puede decirse que hoy reine en la sociedad un sentimiento de hostilidad hacia los homosexuales que afecte a su salud mental. En cualquier caso, las directrices del NHS dan por supuesto que la conducta homosexual va unida a mayores riesgos de salud, afirmación que habría indignado a los activistas gais de otros tiempos.

Pero es verdad que en el colectivo gay se observa una creciente tendencia a medicalizar las consecuencias de su conducta sexual. Así se nota también en el entusiasmo con que se ha acogido el recurso a la llamada Profilaxis pre Exposición (PrEP) en el caso de los gais que no quieren utilizar preservativos en sus prácticas sexuales de riesgo. No se trata aquí de medicina preventiva, ni de una vacuna contra el VIH –que no existe–, sino de una “reducción de riesgos”. El objetivo es dar una protección anticipada con antirretrovirales a personas que se mueven en un ambiente promiscuo, con prácticas sexuales de riesgo con desconocidos y que optan por no utilizar preservativos.

Las estadísticas muestran el fracaso de la prevención del VIH entre hombres que tienen sexo con otros hombres. Mientras que en Europa Occidental y Central las infecciones a través de relaciones heterosexuales han bajado un 45% en los últimos diez años, las originadas por relaciones homosexuales han subido un 33%, y han vuelto a ser la mayor parte de las infecciones. Los expertos detectan en muchos casos un abandono del uso del preservativo. El especialista en lucha contra el Sida Michel Ohyon declaraba hace pocos días a Le Monde: “El fenómeno de la relajación de la prevención con el preservativo entre los gais ha tenido lugar en todo el mundo… La realidad es que se protegen menos que antes… Los jóvenes se infectan más que antes. El VIH circula, especialmente entre los menores de 25 años, y también en los medios acomodados”.

La estrategia PrEP, que Ohyon apoya por “pragmatismo puro y duro”, da por supuesto que entre muchos homosexuales las prácticas de riesgo son tan adictivas que no cabe esperar de ellos un cambio de conducta que les proteja contra la infección por VIH. Así que más vale tratarles como enfermos anticipados que requieren fármacos no para cambiar de conducta, sino para seguir corriendo riesgos. Pero el hecho de que haya que utilizar con estos gais una estrategia de reducción de daños, igual que se proporcionan jeringuillas limpias a los drogadictos, no concuerda bien con la idea de la normalidad de sus prácticas sexuales.

El actual énfasis en la vulnerabilidad mental de los homosexuales, como se desprende de las directrices del NHS, y en el tratamiento anticipado para que puedan mantener prácticas sexuales de riesgo, nos indica una remedicalización de la homosexualidad. Y no deja de ser sorprendente que una orientación sexual que luchó por liberarse del ámbito de la patología se vea ahora como una conducta que exige especial seguimiento médico y farmacopea específica.

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