Del distanciamiento social a la cohesión

El shock del coronavirus nos ha obligado a replantearnos nuestras prioridades como personas y como sociedad. Cosas que antes nos agitaban y nos dividían nos parecen ahora secundarias e incluso irrelevantes. Cuando está en juego la vida hay que centrarse en lo esencial. Esto afecta también al trabajo, desarticulado de golpe por el aislamiento de la cuarentena.

No a todos nos afecta del mismo modo. La crisis manifiesta la disparidad entre las profesiones intelectuales, que en gran parte se pueden ejercer desde casa, y los trabajadores manuales, que, si no pueden acudir al trabajo, sufren como mínimo un expediente de regulación temporal de empleo. Para los primeros, la experiencia del teletrabajo puede convencer a las empresas de que es viable intentar nuevas formas de conciliación entre hogar y trabajo. Aunque también puede ocurrir que quedemos tan hartos de la cuarentena que solo pensemos en volver a la oficina.

Para los trabajadores manuales, el abandono provisional de la tarea se convierte en una nueva amenaza a sus empleos. Si la automatización de la actividad productiva afecta sobre todo al empleo en las manufacturas, la actual caída de la actividad económica no augura una fácil recuperación tras el confinamiento, en un país como España que ya tenía una tasa de desempleo del 13,7%.

Al mismo tiempo, la cuarentena ha arrojado una nueva luz sobre qué actividades se consideran esenciales. No hace falta destacar aquí a los profesionales sanitarios, que son los héroes del momento. Pero los médicos han estado siempre a la cabeza de las profesiones a las que el público otorga más confianza. No en vano son profesionales a los que todos tenemos que recurrir en algún momento, para conservar un bien tan preciado como la salud.

Pero la crisis pone también de manifiesto la necesidad y el valor de trabajos a menudo poco considerados. No es fácil definir en periodo de confinamiento qué actividades son esenciales y deben seguir desarrollándose. Pero si se revisa el listado hecho por el gobierno, se advierte que muchas tienen que ver con la producción de bienes de primera necesidad, la logística, el servicio a domicilio, el cuidado…

Si queremos seguir comiendo, es esencial el trabajo de esos agricultores que poco antes de la crisis se manifestaban para pedir unos precios que no les abocaran a producir a pérdida. Necesitamos a los camioneros para tener asegurado el avituallamiento. La cajera del supermercado y los del servicio de recogida de basuras son una ayuda imprescindible. Cuando por el contagio por coronavirus falta personal en las residencias de ancianos, descubrimos la importancia de su papel. Ese mensajero que nos trae el pedido que hemos hecho on line nos parece una pieza vital en la cadena de suministros. En estas y en otras tareas redescubrimos hasta qué punto dependemos unos de otros.

Así que cuando termine este tiempo de distanciamiento obligado podríamos crear una mayor cercanía social, sabiendo valorar el trabajo de los otros. Es evidente que en los últimos años ha crecido la desigualdad entre profesionales con buena educación y habilidades demandadas, y trabajadores con empleos precarios, salarios mínimos y futuro incierto. Ahora la emergencia ha obligado a revalorizar los trabajos. Bien está que los jugadores del Barça hayan aceptado reducirse el sueldo un 70%, aunque lo que habría que preguntarse es si está justificada la inflación salarial que se ha dado en el fútbol; pero puede ser mucho más significativo que las empleadas del hogar que cotizan a la Seguridad Social tengan derecho al seguro de paro. Y que esos servicios que hoy nos parecen indispensables para mantener el pulso de la vida social tengan también el debido reconocimiento en su salario y condiciones laborales.

Durante una pandemia es fácil dejarse arrastrar por la tentación del “sálvese quien pueda”. Sin embargo, me parece que en estas semanas han predominado más las pruebas de solidaridad, tanto en el frente sanitario como en la inventiva social. Mucha gente está siendo capaz de ofrecer soluciones, desde los que hacen la compra para los vecinos ancianos, a los propietarios de bares de carretera cerrados pero que dejan comida y bebida gratis para los camioneros, a las monjas que cosen mascarillas artesanales, o a la Seat que reconvierte su cadena de montaje de automóviles para fabricar respiradores. Para afrontar la crisis económica tras la cuarentena va a hacer falta un gran contagio de cohesión social con lo que hemos aprendido en estos días.

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