Chantaje emocional y niños activistas

Cada vez es más frecuente el caso de niños activistas que hablan ante cumbres y parlamentos, donde son escuchados respetuosamente. Ahora tenemos en Madrid a Greta Thunberg, a la que la prensa concede más atención que a los políticos y científicos que asisten a la Cumbre del Clima. Como no podía ser menos, Greta aprovechó la ocasión para advertir que nuestro mundo está al borde del colapso y para regañar a los políticos por no tomar medidas más drásticas para evitarlo.

En las librerías, la carita de Greta se asoma en las portadas de libros con títulos como “Cambiemos el mundo”, “Todos somos Greta”, “Nuestra casa está ardiendo”, “La historia de Greta”… Se comprende que el protagonismo mediático de la niña enfadada y sus viajes en catamarán empiezan a hartar a muchos, a juzgar por los chistes y críticas que surgen en redes sociales y conversaciones privadas. En cambio, la mayor parte de la prensa la trata con una reverencia que ya no se estila para los personajes públicos. Y, como cabía esperar, el éxito de Greta ha despertado el afán de imitación de otros niños, que también aspiran a convertirse en conciencia crítica y espectáculo mediático ante los mayores.

Pero no es solo el clima el caldo de cultivo de niños activistas. Hace pocos días, Elsa, una niña transexual de 8 años, “emocionaba” a la Asamblea de Extremadura con un discurso de minuto y medio en el que, según la prensa, dejaba un “profundo mensaje” a los políticos: “Tengo el derecho a ser llamada como yo me siento. Sigan, pese a las amenazas, haciendo leyes que reconozcan que las personas somos diversas. Por encima de todo, las personas transexuales tenemos el derecho a ser quienes somos”.

Después de que muchos mayores han renunciado a ejercer la autoridad sobre los niños, ahora son los niños los que amonestan y aleccionan a sus mayores. Estos niños propagandistas de buenas causas son escuchados como si la sabiduría hablara por su boca. Son las voces infantiles que gritan “el rey está desnudo”. Son los representantes de una generación que se sienta abandonada por adultos irresponsables. Son niños concienciados cuyo activismo solo puede despertar admiración y alabanza sin reservas. Hasta el punto de que políticos, profesores y padres han de felicitar al niño si decide hacer huelga escolar.

Sin embargo, al escucharlos no puedo evitar la impresión de estar ante un chantaje emocional: el chantaje que supone escuchar al niño como si fuera una persona mayor, pero sin permitir las reservas críticas que uno haría a un adulto. Al mensaje de estos niños se le concede la misma o mayor importancia que al discurso de un político. Sus palabras han de ser escuchadas con atención y respeto, porque se supone que transmiten verdades importantes e incómodas. Sus sentimientos han de ser tenidos en cuenta porque expresan el malestar de una generación que ve amenazado su futuro.

Pero si hemos decidido escuchar a los menores en parlamentos y cumbres como si fueran mayores, hemos de reaccionar con el mismo sentido crítico que aplicamos a las propuestas de los adultos. Sin duda, esos niños están animados de las mejores intenciones, pero eso no quiere decir que sus opiniones y sus propuestas sean incuestionables. Una cosa es que haya que cambiar el sistema de calefacción de una casa y otra que la casa esté en llamas. No hace falta negar el cambio climático para pensar que Greta incurre en exageraciones cuando anuncia “un desastre de indecibles sufrimientos” para el 2030 si no hay un descenso radical en las emisiones de CO2. Pero parece olvidar los problemas políticos para lograrlo si en ese tiempo hay que introducir “cambios sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad”.

Este imperativo de “lo quiero ya” es algo muy típico de la generación de Greta, y más en un país desarrollado como Suecia; pero cualquier político ha experimentado que la realidad es tozuda y los ciudadanos volubles. Quizá muchos de esos jóvenes que acompañan a Greta en las manifestaciones empezarán a molestarse si la lucha contra el cambio climático exige cerrar la fábrica en que trabaja su padre o encarecer la factura de la electricidad de su piso.

Atender a los sentimientos de algunos niños activistas tampoco justifica una legislación sentimental, donde la emoción se impone sobre el razonamiento. Así, ante la proliferación de niños “trans” de cada vez menos años, lo que se impone es seguir su evolución sin tomar medidas prematuras e irreversibles, que a menudo se han demostrado innecesarias. Si algo se echa en falta en la educación paterna de hoy, no es la falta de cariño, sino el temor a decir que “no” a un deseo infantil. Esta falta de autoridad no debería transmitirse a la vida política. Como ha escrito el director del Foro de la Familia, Javier Rodríguez, a propósito de estos niños activistas: “Llevar la contraria a un niño que muestra sus sentimientos en público es complicado, puesto que inmediatamente coloca al discrepante en una posición de rechazo social. No llevarle la contraria en estos supuestos, por el contrario, coloca a nuestro ordenamiento jurídico en una posición arbitraria a merced de las ideologías, y a la sociedad entera en la infantil posición de sustituir los argumentos racionales por los sentimientos, convertirlos en derechos y esparcir el miedo a expresarnos libremente”.

Más aún cuando los sentimientos expresados por los niños son muchas veces un mero reflejo de las ideas de adultos. No había muchas niñas que se sintieran atrapadas en un cuerpo de niño antes de que la ideología de género pusiera el pie en internet y en la escuela. Ni niños aterrados por el cambio climático cuando los medios no pronosticaban una extinción masiva tras otra. Y muchas veces da la impresión de que los activistas de ciertas causas están muy contentos de poder utilizar voces ingenuas que desarman las críticas.

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