Mucho orgullo y pocas bodas

Roma citta aperta 2013El lema de la manifestación del Orgullo Gay en Roma el pasado día 15 era el mismo que el del año anterior: “Vogliamo tutto” (lo queremos todo). En el todo se debía incluir la presencia en la manifestación del nuevo alcalde de Roma, Ignazio Marino, un senador del Partido Demócrata de centroizquierda, recién elegido con un récord de votos del 64%. Por fin había un alcalde de izquierdas, que se uniría sin tapujos al orgulloso cortejo. Pero Marino anunció que ese fin de semana lo iba a pasar en familia, descansando después del esfuerzo electoral y el trajín de la toma de posesión.

Gran decepción entre los organizadores del Roma Pride, que se han tomado muy a mal que el alcalde haya declinado su invitación a participar. No solo lo lamentan sino que lo califican como “una respuesta irrespetuosa y ofensiva a una comunidad que se bate desde hace años…”.

Esta vez se han ahorrado el calificativo de “homofóbica”, pero  su reacción indica la susceptibilidad de una comunidad gay que no solo quiere organizar libremente sus manifestaciones sino que también espera que la asistencia oficial sea obligatoria. “Estamos muy desilusionados por esta decisión [del alcalde] que revela una grave minusvaloración de lo que es el Orgullo para Roma y confiamos en que el alcalde sepa comprender la importancia que tendría su presencia para una comunidad que demasiado a menudo no recibe respuestas creíbles por parte de las instituciones y de sus más importantes representantes”, dice el comité organizador.

¿Nos imaginamos que la diócesis de Roma se declarara ofendida porque el alcalde no se sumara a la procesión del Corpus? Pero el Orgullo Gay ya no se conforma con menos que la adhesión incondicional. Solo le falta exigir que se ponga la bandera arco iris en los balcones de las calles por donde pase.

En el “Vogliamo tutto” Italia es una excepción, pero en otros países el lobby gay ya ha conseguido hasta el matrimonio y todas las ventajas unidas a esa condición. Se dijo que era el paso necesario para superar una injusta discriminación y el único modo de dar respuesta a una gran demanda social.  Lo curioso es que, tras redefinir el matrimonio de todos, los homosexuales no parecen tener tanto interés en casarse.

Cuando se aprueba el matrimonio gay en algún país, las fotos de los novios/novias besándose ocupan las portadas, y uno puede sacar la impresión de que los que hasta ese momento no podían casarse harán cola para pasar por el Registro. Pero parece que no es así, ni tan siquiera en Holanda, que en 2001 fue el país pionero en este asunto.

Un balance de la primera década (2001-2010) de vigencia del matrimonio gay, hecha por William C. Duncan, indica que se celebraron 14.813 bodas de este tipo. Según las estimaciones del censo, son homosexuales el 2,8% de los holandeses y el 1,4% de las holandesas, lo que para la población total el país en 2010, supondría que la población de gays y lesbianas sería aproximadamente 350.000. Si se entiende que todas las parejas del mismo sexo que se han casado en Holanda son residentes, el porcentaje de los homosexuales que han optado por el matrimonio se queda en poco más del 8%. En comparación, el 80% de las parejas heterosexuales están casadas.

Esta falta de apetencia nupcial entre las parejas homosexuales no es exclusiva de Holanda. En España, cuando se aprobó el matrimonio gay en julio de 2005, se decía que había cien mil parejas a la espera. Pero en ocho años, apenas se ha llegado a 25.000 bodas unisex. Después del máximo de 4.000 en el primer año de aprobación de la ley, la proporción se ha mantenido entorno al 2% del total de matrimonios. Según los datos correspondientes a 2012 que acaban de publicarse,  del total de matrimonios registrados, un 2,3% correspondieron a parejas del mismo sexo (3.834). También se ha observado en años anteriores que en el 30% de los casos uno de los contrayentes es extranjero, lo que facilita obtener el permiso de residencia y aun la ciudadanía española.

En suma, el lobby gay lo quiere todo, aunque haya que redefinir el matrimonio a su medida. Pero de ahí a decir “sí, quiero”, hay un trecho.

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