Los divorciados no vueltos a casar

Familia invitada al SínodoPor mucho que el Papa Francisco diga que el asunto de la comunión de los divorciados vueltos a casar no es el único ni el principal tema del Sínodo de la familia, para la mayor parte de la prensa parece que ahí se juega el éxito o el fracaso de la asamblea. Con una perspectiva muy occidental, se supone que un cambio en este tema pondría a la Iglesia al nivel de la época y  llenaría las iglesias. Las etiquetas de conservadores y liberales se adjudican también según este parámetro.

Para decidir el tema se aducen argumentos exegéticos, teológicos y pastorales, de fidelidad a la fe y de atención misericordiosa  a las personas. Pero, a falta de consenso por el momento, se ve que algunos ha recurrido también a la apelación sentimental. Así ha tenido fortuna mediática un sucedido contado en el aula sinodal y referido después en el briefing a los periodistas.

Un obispo ha relatado un episodio que “ha conmovido a la asamblea”. Un día, mientras celebraba la Misa de las Primeras Comuniones en una parroquia, un niño ha subido al altar para tomar la hostia consagrada. La ha recibido en la mano, “la ha partido en dos y ha dado la mitad al papá que, al ser divorciado vuelto a casar, no podía comulgar”. Conmovedor, ¿no?

El gesto del inocente niño se utiliza así mediáticamente para transmitir el mensaje deseado: “No se trata de cambiar la doctrina católica, sino nuestra actitud  ante estas personas”.

De acuerdo, todo fiel debe sentirse acogido en la Iglesia. Pero, si de sentimientos se trata, también deberíamos atender  a los de los otros involucrados en una historia de divorcio. Entre ellos, los hijos del primer matrimonio, si los hubo. Podríamos pensar en los sentimientos del hijo del primer matrimonio que quizá el día de su primera comunión  ya no tenía a su padre a su lado. ¿No hubiera preferido que sus padres nunca se hubieran divorciado? ¿O hay que consolarle simplemente diciendo que su padre “ha rehecho su vida”?

En este tema da la impresión de que se habla mucho de la misericordia hacia los divorciados vueltos a casar civilmente, y muy poco de la misericordia hacia los que no se han vuelto a casar por fidelidad al evangelio y que quizá han sufrido el divorcio sin desearlo. Sin embargo, cuando se produce un divorcio, es a ellos a quienes las comunidades cristianas deben una especial misericordia. La soledad de las víctimas del divorcio que se quedan colgadas merece una ayuda y una cercanía consoladoras. Estas familias deberían recibir más atención que nadie. Seguro que en el aula del Sínodo se ha hablado también de ellas, pero no puede decirse que la prensa se haya hecho eco de esta preocupación.

¿El cónyuge abandonado se sentiría animado en su fidelidad si viera que la Iglesia admite a la comunión al que no ha sido fiel a su promesa? Si de sentimientos se trata, habría que atender también a los de estos divorciados a su pesar.

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