La política del resbalón mediático

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La política es cada vez más representación, espectáculo ofrecido a través de los medios. Se compite para captar la atención del votante y escenificar que uno es más creíble que el rival. Dentro de esta lógica mediática, la contienda electoral atiende menos a los programas que a los personajes, que son los que pueden suscitar interés. Y, en vez de debatir ideas y estrategias para solucionar problemas, se espera o se provoca el resbalón mediático que puede arruinar la imagen del otro.

Un modo de conseguirlo es declarar un tema tabú, de forma que quien se atreva a plantearlo se exponga a ser tachado de expoliador de derechos. Por ejemplo, la viabilidad del sistema de pensiones. Visto que cada vez hay más pensionistas y que viven más años, mientras que el número de activos no aumenta, es inevitable proponer algún tipo de medidas que contengan el gasto, desde el retraso de la edad de jubilación al freno en la revalorización de las pensiones. Pero si alguien lo hace, los rivales saltarán inmediatamente para decir muy dignos que ellos “blindarán las pensiones”, y que cualquier recorte sería intolerable. Pero no explican con qué medios las blindarán, ni si habrá que recortar otros capítulos para cubrir el agujero de las pensiones. Con la misma rotundidad se pueden decir que los coches oficiales pasan a ser blindados por decreto y sin cambiar la chapa. Pero lo importante es presentarse como defensor del jubilado frente al desaprensivo.

Otro método de aprovechar el resbalón mediático es no centrar la atención en el tema sustantivo sino en la comparación poco afortunada. Si un candidato saca a colación el infanticidio entre los neandertales a propósito del aborto, ya puede quedar eclipsada la realidad de que en España se producen casi 100.000 abortos al año, lo cual es bastante letal en un país donde ya hay más ataúdes que cunas. Pero quien se atreve a recordarlo infringe la norma de urbanidad que obliga a retirar este tema del debate social. No se quiere discutir si la ley ha producido demasiados abortos, ni si el feto es una vida humana, ni si hay modos de ayudar a las mujeres con embarazos conflictivos… El aborto se convierte así no ya en un derecho, sino en un tabú que no puede ser motivo de debate.

En cambio, hay asuntos que no tienen que ver nada con las elecciones pero que se ponen como cáscara de plátano. ¿Qué haría si tuviera un hijo gay? es una de las preguntas típicas para un político de derechas. Para cumplir con los cánones de lo políticamente correcto no basta decir que “lo seguiría queriendo y tratando como hijo, cualquiera que fuera su orientación sexual”. Hay que dar la impresión de que al político padre nada le haría más feliz que tener un hijo gay, y, si no, es un homófobo. Por la misma razón, si a Pablo Iglesias le sale un hijo votante de Vox, ¿debería sentirse contento o llevarle a un politólogo de Podemos para que se aclarase en su orientación política?

Provocar un resbalón mediático es también un recurso para exigir luego que un político pida disculpas. Cabe esperar que un político pida perdón a la ciudadanía por algo que su partido ha hecho mal, por ejemplo, por casos de corrupción de otros correligionarios. Pero hoy día hay muchos colectivos dispuestos a sentirse permanentemente ofendidos por opiniones adversas que les molestan. Invocando distintos motivos –racismo, sexismo, xenofobia, homofobia…– diversos grupos exigen reparación por opiniones que consideran malignas y ofensivas, aunque en realidad expresen solo una discrepancia con sus posturas. Y, gracias a la presión del grupo, a menudo consiguen que el político de turno retire sus palabras, como si realmente estuviera en falta.

El hostigamiento mediático puede provenir también no de lo que el político hace ahora, sino de un episodio del pasado, visto con ojos de hoy. En los tiempos del #MeToo, un político debe tener mucho cuidado para que sus efusiones políticas no vayan a ser malinterpretadas por mujeres. Y si no que se lo pregunten al exvicepresidente americano Joe Biden, que ha sido acusado por Lucy Flores, entonces una congresista de Nevada de 35 años, quien asegura que en un mitin político en 2014 Biden puso sus manos en su espalda, y la besó en lo alto de la cabeza. Flores considera que este gesto fue “claramente inapropiado e incómodo”, aunque no consta que se lo dijera entonces al interesado. Biden había ido a apoyarla en su campaña a vicegobernadora, pero hoy Flores considera que esto descalifica a Biden para presentarse como candidato demócrata a la presidencia. Se ve que cuando se acercan las elecciones se activan las memorias.

Biden ha respondido que en su carrera política ha dado “incontables apretones de manos, abrazos, expresiones de afecto, de apoyo y consuelo”, y que nunca pensó que había actuado de un modo inapropiado. Pero la speaker de la Cámara, Nancy Pelosi, le ha recomendado que no sea tan efusivo, y ha pedido a los políticos que mantengan las distancias en sus relaciones con mujeres.

Bien es verdad que cuando el gobernante es mujer y toma la iniciativa, sus efusiones son un signo de empatía. Así hemos visto hace poco a la primera ministra de Nueva Zelanda Jacinda Arden repartiendo abrazos a hombres y mujeres, consolando a la comunidad musulmana tras los atentados de Christchurch y ejerciendo de líder compasiva y afectuosa. Y a juzgar por las imágenes de otros eventos anteriores parece que es bastante pródiga en abrazos. Pero en su caso la prensa la lleva en volandas y no se molesta en medir las distancias.

Un periodo electoral debería ser el momento de tratar a fondo los problemas más serios del país. Si se reduce a no pisar minas mediáticas, será difícil que haya un debate clarificador.

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