La familia en África tiene otros problemas

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En la información religiosa se advierte a menudo un desenfoque llamativo. Por una parte, se ve con buenos ojos que el Papa sea latinoamericano, que nombre a cardenales no europeos, que busque una Curia Romana menos italiana y más universal… Pero, para la prensa, la agenda de los problemas que resolver está marcada por un “eurocentrismo” que pierde de vista la dimensión universal de la Iglesia.

Así ha ocurrido en el Consistorio extraordinario de cardenales, celebrado a finales de febrero, para reflexionar sobre la familia. Las informaciones periodísticas han estado muy polarizadas en la situación en la Iglesia de los divorciados vueltos a casar, su posible participación en los sacramentos, qué hacer con los no practicantes que piden casarse por la Iglesia, qué actitud tomar ante parejas del mismo sexo… Problemas reales todos ellos, pero que responden fundamentalmente a las peculiaridades –por no decir debilidades– de la familia en Europa y Norteamérica, pero que se presentan como si fueran universales.

En cambio, apenas se ha oído lo que han dicho los cardenales africanos sobre los problemas de la familia que preocupan en su continente. Pero algunas de las escasas informaciones al respecto hacen ver que son problemas bien distintos de los europeos. Allí la Iglesia está intentando desligar a la institución familiar de algunas tradiciones que son un obstáculo para la libertad y la igualdad propias del compromiso matrimonial.

En África, la situación “irregular” puede ser en bastantes casos la poligamia, y lo que se plantea es cómo proceder cuando un hombre o una mujer que viven en esa situación desea convertirse, sin dejar desatendidas las obligaciones familiares que haya podido contraer.

Otro problema son los matrimonios de mujeres menores de edad, matrimonios generalmente forzados. Si a nivel mundial el 12% de las mujeres de 20 a 24 años se ha casado antes de los 15, en África el porcentaje sube sensiblemente, y en algunos países islámicos supera el 60%.

En muchos sitios la tradición impone que los matrimonios sean decididos por los padres, a veces con el parecer de los hijos, y otras sin contar con su voluntad. En ciertas etnias la esposa tiene también un precio, con el que se intenta resarcir a sus padres de lo que han gastado para criarla y del trabajo del que se verán privados.

Allí donde están vigentes estas prácticas resulta difícil que la unión conyugal se base en las relaciones de igualdad, confianza y entrega mutua que el matrimonio cristiano requiere.

En los países africanos con mayor población cristiana la influencia de la religión ha permitido avances significativos en el modo de entender el matrimonio. Pero no ha sido a través de la asimilación a lo que era normal en el ambiente social –como ahora se pide en Europa–, sino instaurando nuevas costumbres a contracorriente.

En cualquier caso, parece claro que los problemas de la familia en África son distintos de los propios de Europa. Y sus puntos fuertes también: allí la fecundidad no es un problema –frente al declive demográfico europeo–, hay una fuerte solidaridad intergeneracional, el respeto a la vida concebida se mantiene.

La propia evolución demográfica del catolicismo nos muestra que la visión eurocéntrica ha quedado trasnochada. Si en 1910 seis de cada diez católicos vivían en Europa, ahora solo son dos de cada diez. En cambio, África es uno de los continentes en los que más ha crecido la Iglesia: tiene actualmente 172 millones de católicos, y aumentan a un ritmo superior al del crecimiento demográfico.

Cara al Sínodo sobre la familia, sería oportuno no pretender que los problemas europeos acapararan la atención, sobre todo cuando son más signos de debilidades que de fortalezas.

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