Noches sin alcohol ni drogas

El problema del abuso del alcohol entre adolescentes es crónico en no pocos países europeos. Beber el fin de semana con ánimo de emborracharse se ha convertido para muchos en una diversión normal. Se ha intentado prevenir esta deriva con informaciones sobre los riesgos del alcohol y de las drogas, pero no parece que haya servido de mucho. Así que cuando surge un país que consigue revertir la situación, vale la pena examinar cómo lo ha conseguido.

Si hubiera un PISA que midiera las habilidades de los adolescentes para evitar los riesgos del alcohol y las drogas, Islandia estaría a la cabeza. Es un líder improbable, habida cuenta de que las poblaciones de los países nórdicos siempre han tenido problemas con el alcohol. Pero el mérito de Islandia es que en veinte años ha conseguido que sus adolescentes, que estaban entre los más bebedores de Europa, pasen a ser los que tienen une estilo de vida más saludable.

Según encuestas que se realizaron a finales de los años 90 en los colegios entre chicos y chicas de 14 a 16 años, la situación era preocupante: el 42% reconocía haberse emborrachado el mes anterior, el 23% fumaba y el 17% admitía haber consumido cannabis, tasa que por aquel entonces era de las más altas de Europa. El espectáculo de adolescentes emborrachándose los viernes por la noche en las calles del centro de Reikiavik era tan habitual como deprimente.

Las encuestas revelaron también algunos elementos que marcaban la diferencia entre los adolescentes sujetos a las adicciones y los que no tenían esos problemas. Los factores que tenían un efecto protector eran la participación entre semana en actividades organizadas, sobre todo deportivas; el tiempo que pasaban con sus padres; la sensación de que en el colegio se preocupaban por ellos, y el no salir de noche.

A partir de estos datos se diseñó una política –explicada en un interesante reportaje que publica El País– que mezclaba las prohibiciones y el ofrecimiento de alternativas. Se trataba de ofrecer a los chicos cosas mejores que hacer. Si con el alcohol y las drogas estimulantes se trataba de obtener un “subidón”, una alteración de la química cerebral, la alternativa consistiría en obtener una euforia natural ilusionando a los adolescentes con cosas que quisieran aprender: desde música y danza a artes marciales, fútbol o patinaje.

Para facilitar este tipo de ocio, se aumentó la financiación de los clubs deportivos, musicales, artísticos… En Reikiavik cada familia con hijos recibe una subvención anual de 35.000 coronas (320 dólares) para pagar las actividades recreativas. La participación en estas actividades permite que los adolescentes se sientan formando parte de un grupo, sin incurrir en el gregarismo de los consumidores de alcohol.

Los colegios se esforzaron en estrechar los vínculos con las familias, y se animó a los padres a asistir a charlas en las que se destacaba la importancia de pasar tiempo con sus hijos, hablar con ellos y conocer a sus amistades. En cada colegio, la asociación de padres puede proponer acuerdos que comprometen a sus miembros, por ejemplo, a no permitir que sus hijos salgan de noche o celebren fiestas sin su supervisión. Así se intenta evitar el consabido pretexto de los hijos de que “todos lo hacen”.

Este enfoque positivo se conjugó con prohibiciones legales. Se prohibió la venta de tabaco a menores de 16 años y de alcohol a los menores de 20. Para evitar los comportamientos de riesgo asociados a la noche, se estableció un “toque de queda” para los adolescentes entre 13 y 16 años, a las 10 de la noche en invierno y hasta medianoche en verano, norma que sigue en vigor.

Al cabo de veinte años, el programa está dando sus frutos. Según las encuestas que siguen haciéndose a los escolares, el porcentaje de los que dicen haber cogido una borrachera el mes anterior bajó al 8% en 2015; los fumadores diarios de cigarrillos, al 6%; y el de los usuarios de cannabis, al 7%.

Al mismo tiempo, el porcentaje de los que participan en actividades organizadas al menos cuatro veces por semana ha subido del 24% al 42%, y los que declaran pasar tiempo con sus padres a menudo ha pasado del 23% al 46%.

Alguno dirá que quizá los adolescentes han aprendido a contestar lo que se espera de ellos. Pero la tendencia es clara: la disminución de las complicaciones sanitarias asociadas al consumo de alcohol y drogas, indica que los factores de protección han aumentado y los de riesgo se han reducido.

Es verdad que Islandia tiene solo 340.000 habitantes, el equivalente a la ciudad de Córdoba, con lo que es más fácil movilizar a la población. Pero tampoco hay que pensar que los islandeses han sido un ejemplo tradicional de sobriedad y moderación. El colapso financiero de 2009, que hundió a la banca del país, fue el resultado de una borrachera de endeudamiento. Tampoco hacen remilgos al alcohol, que como en otros países nórdicos, se vende solo en tiendas estatales.

Pero en lo que se refiere al abuso del alcohol y drogas entre adolescentes han sabido reaccionar. Y cuando los chicos tienen muchas cosas que hacer y pueden divertirse así, es menor la tentación de evadirse con sustancias estimulantes.

Ya hay otras ciudades europeas –en España, Tarragona– que intentan aplicar al modelo islandés. Ahora que está de moda enviar misiones a Finlandia para desvelar los secretos de su éxito educativo, no estaría de más mandar alguna a Islandia para aprender su modo de desenganchar a los adolescentes del alcohol y el cannabis.

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