La libertad de información, en topless

Portada del Charlie Hebdo

Si no fueran trágicos, resultarían ya cansinos estos periódicos choques entre algunos medios occidentales  empeñados en ridiculizar el islam y las reacciones violentas en países musulmanes, que acaban arremetiendo contra gentes e instituciones que no avalan esos gestos ofensivos y que pagan con su vida la injuria de otros.

Estos gestos provocativos se envuelven en banderas muy respetadas: por un lado se enarbola la libertad de expresión, que excluye la “autocensura”; por otro la libertad religiosa, que denuncia la “blasfemia”.

Pero la necesaria defensa de la libertad de expresión, no impide preguntarse si lo que se publica tiene algún valor que merezca ser defendido. Prácticamente todo el mundo está de acuerdo en que el vídeo sobre Mahoma no es más que una película burda hecha con propósitos ofensivos. Las viñetas del semanario satírico  Charlie Hebdo tampoco van a pasar a la historia del periodismo ni a las antologías del humor.

Su  redactor jefe, Gérard Biard, se defiende de las acusaciones de oportunismo e irresponsabilidad diciendo que se han limitado a comentar la actualidad generada por una “película imbécil” que había provocado manifestaciones con atentados y muertos. Sin embargo, otros muchos medios han comentado lo mismo sin necesidad de agregar ofensa a la ofensa ni de publicar caricaturas imbéciles.

Pero Biard se llena la boca con grandes palabras: “La autocensura es el principio del totalitarismo. No podemos ceder ante la violencia”.  Así que, para no ceder, echemos más  leña al fuego, que nosotros estamos en la tranquila Francia y allá se las compongan los que viven expuestos al riesgo en países islámicos.

Esta actitud refleja los típicos rasgos del fundamentalismo –en este caso laico–, dispuesto a poner en peligro la paz y las vidas ajenas, con tal de defender sus ideas innegociables y sus heroicos gestos. Pero la libertad de prensa nunca se ha entendido como excusa para la irresponsabilidad.

Interés comercial

Pero, detrás de las grandes palabras, cabe sospechar que también hay pequeños intereses comerciales. Charlie Hebdo, como tantas otras revistas, no debe de estar en sus mejores momentos de difusión. De hecho, en la web de la Oficina de Justificación de la Difusión francesa no aparece en la lista de medios auditados, lo cual quizá ya sugiere algo. Tiempo atrás, Charlie Hebdo publicó en Francia las viñetas sobre Mahoma que habían sido publicadas con escándalo en un periódico danés, y tuvo un subidón de difusión. Quizá fue pasajero, y ahora ha recurrido al mismo truco: caricatura de  Mahoma, protestas previsibles, los redactores se hacen la foto con pancarta en la calle, la tele  habla de mi, publicidad gratuita. Biard es particularmente sincero cuando dice: “¡Para escandalizarse hace falta cumplir el trámite de ir al quiosco y comprar la revista!”.

El interés comercial aparece al desnudo más claramente en el otro gran affaire del momento sobre la libertad de información: el robado topless de la duquesa de Cambridge. Otra vez grandes palabras: derecho a la información frente a derecho a la intimidad, un equilibrio siempre inestable. La revista que publica las fotos se escuda en el derecho de la gente a saber sobre la vida que llevan los personajes públicos, y asegura que las imágenes sirven para conocer el estilo de vida de la familia real. Pero la desnudez, que es lo más común a la especie humana, es lo que menos nos dice sobre lo característico de una pareja real. Y el hecho de que una persona tenga relevancia pública no le priva del derecho al respeto a su intimidad en un lugar privado.

La revista debería reconocer más llanamente que el topless de la duquesa satisface la curiosidad de sus lectores  y engorda, de paso, sus ganancias.

Temas para revistas audaces

Si estas revistas fueran realmente audaces, podrían abordar temas que sí tienen un verdadero interés público, en defensa de la libertad y de la dignidad. Por ejemplo, Closer podría mirar más de cerca los casos de celebrities que recurren a los vientres de alquiler de mujeres pobres del Tercer Mundo para aparecer en papel couché como felices padres, y poner así al desnudo esta explotación. Son temas más arriesgados, pero que también pueden hacerse interesantes.

La libertad de información está hoy a menudo en riesgo por gobiernos autoritarios que quieren silenciarla, por  intereses económicos que pueden manipularla,  o por lobbies políticamente correctos que pretenden imponer su ortodoxia. Así que cuando los grandes casos de la libertad de información se reducen a las fotos de la duquesa o a las caricaturas del profeta, lo menos que puede decirse es que nuestra libertad de información se está quedando en topless.

 

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