Mujeres por cuenta propia

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Entre las muchas equivocaciones de los pronósticos sobre las elecciones americanas, la del voto de las mujeres se lleva la palma. Se suponía que las mujeres iban a apoyar masivamente a la que podía ser la primera presidenta del país. A la empatía de género debía sumarse el rechazo de un político caracterizado como machista y prepotente con las mujeres. En este marco, los grandes medios de comunicación habían organizado una especie de caravana de mujeres para llevar el voto femenino hacia Clinton.

Sin embargo, a la hora de las urnas la solidaridad de género no ha sido tan determinante como las diferencias ideológicas. Es verdad que el 54% de los votantes de Hillary Clinton fueron mujeres, frente al 42% de los de Trump. Pero eso no se diferencia mucho de lo que había ocurrido en las elecciones de Bill Clinton en 1996 y de Barack Obama en 2012.

A esto hay que añadir que, según el sondeo de la CNN a la salida de las urnas, el 53% de las mujeres blancas votaron por Trump, mientras que 94% de las mujeres negras y el 68% de las latinas apoyaron a Clinton. Incluso entre las mujeres blancas con título universitario la división fue marcada: 51% por Clinton, frente a un 45% por Trump.

Nada de esto es muy novedoso, pues los politólogos ya han comprobado desde hace tiempo que las mujeres no son un monolito político. No cabe esperar que una mujer blanca universitaria de la Costa Este tenga los mismos intereses que otra no universitaria del Medio Oeste rural o que una mujer negra madre soltera. Tampoco hay que olvidar que muchas mujeres del campo demócrata –y no solo Susan Sarandon– habían preferido a Bernie Sanders y no podían aguantar a Hillary Clinton.

Lo original de estas elecciones es que se intentara identificar el triunfo de Hillary con una conquista de “las mujeres”. La candidata demócrata sería la campeona de los derechos de las mujeres frente al republicano sexista, del que se destacaron los exabruptos antifeministas más polémicos. Incluso algunos medios de comunicación se escandalizaron por sus comentarios “lascivos” (hacía tiempo que no leía esta palabra en los periódicos), aunque unas páginas después en la sección de mujer se discutiera si es mejor ver pornografía sola o en pareja.

Pero da la impresión de que muchas mujeres han dado más importancia a la carrera del multimillonario y a sus posiciones políticas que a sus comentarios zafios. Pueden equivocarse. Lo que no tiene sentido es que las feministas clintonianas las hayan descalificado asegurando que han interiorizado el patriarcado, que no tienen autoestima, que confían en los hombres como salvadores, que son ignorantes y ciegas. Después de una campaña en la que se reprochaba a Trump sus expresiones de misoginia, debe de haber habido un efecto contagio.

Más allá de los resultados de estas elecciones, la polifonía de las voces femeninas desautoriza el truco de algunos políticos que para impulsar sus causas se presentan como portavoces exclusivos de los derechos de las mujeres. La Administración Obama ha recurrido a esta táctica con frecuencia, por ejemplo, cuando en la reforma sanitaria ha querido obligar a que todo empleador –también instituciones religiosas católicas– incluyan en el seguro sanitario de los trabajadores la cobertura de los anticonceptivos, la píldora del día después y la esterilización. Ante la resistencia encontrada, el gobierno de Obama se apresuró a llevar la polémica al terreno de los “derechos reproductivos” para denunciar toda oposición como un ataque a “la salud de las mujeres”.

Esto despertó la reacción de dos mujeres juristas, Helen M. Alvaré y Kim Daniels, que en una carta abierta, que fue firmada entonces por más de 33.000 mujeres, reafirmaron su derecho a defender sus propios valores, pues “no es razonable –decían– que unos pocos grupos hablen en nombre de todas las mujeres en temas como la vida, la familia, la sexualidad o la religión”.

Tampoco es de extrañar que en las elecciones presidenciales muchas mujeres provida se hayan alegrado de la derrota de Clinton, que prometía dedicar fondos públicos a la financiación del aborto y contaba con el apoyo entusiasta de Planned Parenthood. Ni de que más del 80% de los evangélicos y el 52% de los católicos hayan apoyado a Trump frente a una candidata identificada con la ideología de género.

Lo menos que puede pedirse a las que se consideran “pro-choice” es que dejen que cada mujer decida qué causas quiere apoyar y a quién quiere elegir. Erigirse en portavoz de las mujeres como grupo es una actitud muy “patriarcal”, propia de quien impone su voluntad al clan y sabe mejor que nadie qué les conviene a los demás.

 

 

 

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