Enterrar a los nazis

Funeral de Erich Priebke en AlbanoEn el rechazo de cualquier intento de rehabilitación del nazismo, no cuenta solo la energía con que se refuten esas ideas, sino también los métodos que se utilizan para combatirlas. Por eso me parece que los episodios que han tenido lugar en Roma en torno a la muerte y entierro (¿) del criminal de guerra Erich Priebke no contribuyen a fortalecer una sociedad democrática. Negarle un pedazo de tierra donde ser enterrado, impedir una ceremonia religiosa, arremeter con patadas y golpes contra el coche fúnebre, pedir que sea incinerado y sus cenizas esparcidas, no parecen unos gestos propios de quienes dicen defender la dignidad humana frente al nazismo.

Es cierto que Priebke participó en un horrible crimen de guerra, cuando en 1944 organizó la ejecución de 335 italianos en las Fosas Ardeatinas, como represalia contra un atentado que costó la vida a 33 soldados alemanes. Por ello, tras su extradición de Argentina,  fue condenado en 1998 a cadena perpetua, cumplida en arresto domiciliario por su avanzada edad. En su defensa alegó que la represalia fue ordenada directamente por Hitler, y que, si no la hubiera cumplido, él también habría sido fusilado. Se jugaba la vida. En eso tenía razón. Pero el problema está en haber aceptado formar parte de la Gestapo y luego de las SS, sirviendo a un régimen que podía dar órdenes tan inhumanas como la masacre de las Fosas Ardeatinas.

Para justificar la indignación desatada por su entierro, se ha dicho que nunca se arrepintió de su crimen. Nadie puede entrar en su conciencia para asegurarlo.  Hay algún signo externo. En un vídeo-testamento grabado poco antes de su muerte, vuelve a afirmar que no podía negarse a ejecutar la orden, pero también recuerda lo que dijo en el juicio en 1996: “Como creyente no he olvidado este hecho trágico. Para mí la orden de participar en la acción fue una tragedia íntima. Pienso en los muertos con veneración y me siento unido a los vivos en el dolor”. Tras su muerte, su abogado ha dicho que sí se había arrepentido. Es más,  Priebke se habría visto en privado con algunos parientes de víctimas de las Fosas Ardeatinas, quienes le habrían expresado también su perdón.

En cualquier caso, su crimen fue ya juzgado y la pena cumplida a perpetuidad. Pero más allá de la muerte no hay penas humanas.  Pretender castigar también a un cadáver, no tiene sentido.

Puede ser prudente una decisión como la del vicariato de Roma, de no celebrar un funeral público, sino una ceremonia religiosa en privado. Pero negar que se pueda decir una oración por su alma, es una imposición intolerante.

La negativa a darle un entierro normal se ha justificado también por la necesidad de evitar cualquier exaltación del nazismo y de que su tumba se convierta en centro de peregrinación de neonazis. Pero Priebke no fue más que una figura secundaria de la maquinaria nazi, no un gerifalte cuya tumba pueda ser un símbolo. Y si los descerebrados neonazis quieren reunirse, no necesitan ningún túmulo.

Estas reacciones serían más comprensibles en un clima de postguerra, en el que las heridas estaban abiertas y la exigencia de responsabilidades era urgente. Y de hecho entonces muchos se tomaron la justicia por su mano, en un clima de venganzas  ideológicas y personales, como ha documentado el historiador Keith Lowe en el escalofriante libro Continente salvaje. Pero han pasado setenta años, los crímenes nazis han sido castigados en la medida que lo permite la justicia humana y sus víctimas han sido reconocidas. El paso del tiempo no debe justificar el olvido de los hechos, pero sí puede dar más serenidad en las actitudes de la opinión pública.  De lo contrario, estos gestos tienen un aire de venganza póstuma que no deja de ser paradójica, por ir dirigida contra un hombre condenado precisamente por ejecutar  una represalia en tiempos de guerra.

La mejor manera de mostrar que el triunfo sobre el totalitarismo nazi no fue inútil es no comportarse según su barbarie, que le llevaba a pretender aniquilar al enemigo. Así lo hizo Italia cuando castigó a Priebke sin necesidad de echar mano de la pena de muerte, que su Constitución excluye.  Pretender ahora una pena después de la muerte, no contribuirá a elevar el listón de humanidad.

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1 respuesta a Enterrar a los nazis

  1. juan luis dijo:

    Este hombre ya está delante de su juez, incluso de sus víctimas. Todo el juicio de su vida pueden depender de un segundo. Lo que estos energúmenos quieren, es pretender sustituir a Dios en ese último juicio, y la soberbia de pretender que su juicio sea más sabio. En el fondo, a mí no me da miedo un cadáver, ni una tumba, pero sí me lo da la indignación desatada, en una masa que se proclama dictadora del bien y el mal, me recuerdan a esos inquisidores que quemaban a los condenados que ya habían muerto en efigie o incluso desenterrando sus cadáveres.

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