Pandemias silenciosas

Estamos tan preocupados por los muertos por covid que pasamos por alto pandemias cuya letalidad ya no nos alarma. No se trata solo de otras enfermedades infecciosas (tuberculosis, malaria, sida…) que siguen causando centenares de miles de muertes al año. También hay pandemias sociales, no provocadas por ningún virus, y que causan estragos.

De vez en cuando saltan datos llamativos sobre estas epidemias silenciosas. En San Francisco, en 2020, el número de víctimas por sobredosis (699) fue el triple de los muertos por covid (235). En Japón, hubo más muertes por suicidio (2.153) en octubre de 2020 que el total de muertos por covid (1.765) en los diez primeros meses de ese año (luego ha habido un repunte de muertes por covid hasta los 7.500 fallecidos).

La droga y la soledad son dos virus sociales cada vez más letales. Y, desgraciadamente, las medidas de confinamiento y distancia social adoptadas para afrontar el covid han contribuido a dejar más aislados a esos otros grupos de riesgo.

En EE.UU. la adicción a los opioides como el fentanilo ha dado lugar a una crisis de salud pública. La propaganda desaprensiva del laboratorio productor, la receta fácil de muchos médicos y la posterior incorporación de esta sustancia al muestrario del tráfico de drogas, han provocado una explosión de muertes por sobredosis: 91.000 entre mayo de 2019 y mayo de 2020.

La pandemia de covid ha dejado más aislados a muchos adictos. Si la regla de oro de la prevención de sobredosis es no dejar solo al adicto, con el confinamiento y la distancia social han quedado dejados a sus impulsos. La soledad ha sido más acentuada entre los sin techo, que abundan en San Francisco. El municipio les alojó en hoteles baratos y en parkings utilizados como campamentos oficiales “covid” para los homeless. Pero tener un techo ha sido también para no pocos un modo de morir por sobredosis en soledad. El número de víctimas comenzó a crecer en marzo, después del inicio del confinamiento. Y fue aumentando hasta alcanzar una media de dos muertes por día. Si San Francisco registra la tasa más baja de muertes por covid entre las grandes ciudades, en las muertes por sobredosis está entre las primeras.

La soledad y la crisis económica que han acompañado a la pandemia han sido más letales en Japón que el propio virus. Japón siempre ha tenido una tasa de suicidios alta –ocupa el puesto 14 en el ranking mundial–, pero la tendencia era descendente. En cambio, en 2020 la tasa creció por primera vez desde hace 11 años hasta un 18,5 por 100.000 habitantes (en comparación, en España es de 8,7). El total de 23.532 muertes por suicidio en 2020 desborda ampliamente el número de fallecidos por covid. El crecimiento ha sido más significativo entre las mujeres, pues cada vez hay más mujeres que no se han casado y que tienen empleos precarios, golpeados por la crisis.

La alarma ha sido suficiente para que el gobierno nombre un “ministro de la Soledad”, encargado de supervisar las políticas dirigidas a luchar contra la soledad y el aislamiento. En realidad, Tetsushi Sakamoto era ya ministro encargado de abordar el problema del declive de la natalidad y de la revitalización regional. Y, sin duda, son ámbitos muy relacionados, pues el envejecimiento de la sociedad y la falta de relaciones sociales de los ancianos tienen mucho que ver con la falta de hijos.

Japón sigue en esto las huellas del Reino Unido, donde en 2018 se nombró también un “ministro de la Soledad”, aunque más bien se incorporó esta tarea al Ministerio de Deporte y Sociedad Civil, ya existente. El nombramiento fue la respuesta del gobierno a los trabajos de una comisión que estudió el problema, según la cual 9 millones de una población total de 67 millones reconocían sentirse solos algunas veces o de modo permanente. El Ministerio publicó una estrategia para paliar la soledad, pero el hecho de que en dos años haya tenido tres titulares quizá indica que este ministro se encuentra un tanto solo en el gabinete.

De todos modos, el informe de la comisión advertía que este no era un problema que pudiera solucionarse por la mera acción del gobierno. Por eso hacía un llamamiento a que alcaldes, líderes sociales, empresarios, hombres de negocios, grupos de voluntarios, colaboraran en crear un ambiente adecuado para la búsqueda de soluciones.

La pandemia nos ofrece la oportunidad de repensar cómo atender a los mayores. Con el covid hemos lamentado la avalancha de muertes en residencias de mayores y de fallecidos en las UCI sin que sus familiares hayan podido despedirse de ellos. Pero en Japón o en Suecia son frecuentes los casos de ancianos que mueren en su casa sin que nadie se entere y que permanecen sin ser descubiertos durante semanas.

Esta epidemia de soledad es típica de algunos países ricos, donde el problema no es tanto la falta de recursos como la pobreza de relaciones sociales, una carencia que se ha acentuado con las medidas de distanciamiento social. La pandemia de covid ha provocado posturas ambivalentes ante los mayores. Por una parte, se ha procurado tenerlos aislados “por su propio bien”, por ser un evidente grupo de riesgo. Pero la soledad no les hace ningún bien. Diversas investigaciones han comprobado que la soledad va asociada a mayores riesgos de salud, como ataques al corazón, depresión, demencia o desórdenes alimentarios, además de la tristeza que puede provocar la interrupción de las relaciones con familiares y amigos. Por eso no es extraño que el abuelo aislado en casa prefiera correr el riesgo de ver a sus nietos antes que ser abandonado a una soledad crónica.

Para estas pandemias silenciadas no hay más vacuna que mantener a los mayores en la red de conexiones sociales.

Print Friendly, PDF & Email
Esta entrada fue publicada en Sociedad y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a Pandemias silenciosas

  1. Juan Llor Baños dijo:

    Extraordinariamente bueno!!
    Me atrevo a sugerir el seguir escribiendo sobre la pandemia en sus efectos secundarios.

  2. Daniel Rivadulla dijo:

    Una vez más, muy acertado este post. ¿Quién no tiene, en la España de hoy, alguna persona mayor de 80 años en su familia, por ejemplo? Pues no sé yo si estamos «educados» suficientemente para atenderles durante esta pandemia… Me cuentan algunos mayores, con los que tengo trato por ser familiares de mis amigos, que sus hijas o hijos no les han dejado, ni les dejan, prácticamente «hacer nada», durante estos meses. Los han convertido -¿Por una falsa hiper-protección?- en seres inútiles y desorientados. Claro que resulta muy «cómodo» actuar así -por no decir «cobarde»…- pero considero que es una injusticia más de las que ya sufrimos, sanos o enfermos, durante esta pandemia. Una pandemia que es, le explico a mis hijos, casi como una guerra ( o sin el «casi»). Y por lo tanto asistimos a comportamientos deleznables, aunque también los hay heroicos, que es con los que hay que quedarse…

Los comentarios están cerrados.