La caza de brujas, de São Paulo a Berkeley

 

Protesta contra Milo Yiannopoulos en Berkeley

La presencia de la filósofa estadounidense Judith Butler en unas conferencias en São Paulo ha dado lugar a unas protestas y declaraciones a favor y en contra que no suelen agitar otros coloquios filosóficos. La razón es que Butler, profesora de la Universidad de Berkeley, ha sido un referente mundial en la teoría/ideología de género, y su pensamiento ha servido como armazón filosófico para propuestas de cambios legales sobre la familia, el matrimonio o la identidad sexual. De ahí que haya atraído la atención de gente que no suele encenderse por debates filosóficos.

Aunque la agitación haya sido noticia en Brasil, tampoco hay que exagerar su importancia. Las noticias dicen que, a la puerta de la sede de las conferencias, una cincuentena de personas enarbolaban una pancarta en la que se leía “no a la ideología de género” y agitaban un muñeco con forma de bruja y la cara de la filósofa, que luego quemaron. Del otro lado de la entrada un grupo de tamaño similar replicaba con carteles que decían: “Vergonzosa es la ignorancia, obscena es la violencia, inmoral la intolerancia”. La filosofía nunca ha movilizado multitudes. Pero en las redes sociales una petición firmada por 300.000 firmas había pedido la anulación de la conferencia de la filósofa americana. Finalmente Butler pudo dar sus conferencias, aunque a la entrada y a la salida se expusiera a algunos abucheos.

Suficiente para que algunos corresponsales, como el de Le Monde, hablen del “ascenso del extremismo religioso en Brasil”. Por su parte, Butler se declara “horrorizada” por el hecho de que una representación suya haya sido quemada: “Quizá los que han quemado mi efigie, representándome como bruja y defensora de los transexuales, no sabían que las que fueron llamadas brujas y quemadas vivas eran mujeres cuyas creencias no se correspondían con los dogmas de la Iglesia católica”. Así, hoy día, el fantasma de esas mujeres trasmutadas en diablos se correspondería con la “ideología ‘diabólica’ de género”. Quizá la propia Butler tampoco sabe que la quema de brujas fue un fenómeno circunscrito a la Europa protestante, mientras que en la Iglesia católica la actitud predominante fue no atribuir a esas mujeres poderes especiales ni pactos con el maligno, sino verlas como mujeres incultas. Pero, en fin, quizá la autora de Gender Trouble se arma un lío cuando se trata de los géneros de Iglesias.

Lo importante es que Butler defiende su derecho a no ser silenciada advirtiendo que “cuando la violencia y el odio se convierten en instrumentos de política y de moral religiosa, entonces la democracia está amenazada”.

Uno estaría dispuesto a pensar que estos ataques vocingleros solo se producen en Brasil por obra de integristas religiosos, mientras que en Berkeley, de donde procede la filósofa, se escuchan respetuosamente todas las ideas. Pero, por desgracia, tampoco en Berkeley las ideas se combaten con otras ideas. Al contrario, si por algo ha aparecido Berkeley en los titulares periodísticos este año ha sido por las protestas y ataques de los activistas de izquierda, que han impedido que hablaran en el campus conferenciantes tildados de conservadores.

El pasado febrero radicales de izquierda impidieron que Milo Yiannopoulos diera su speech en el campus, con protestas en las calles, actos vandálicos y enfrentamientos con otros estudiantes, lo que obligó a intervenir al alcalde de la ciudad para restablecer la calma. Cualquiera sabe que Yiannopoulos explota la veta de lo políticamente incorrecto, pero cabría esperar que una institución académica, comprometida con la libertad de expresión, tolerara su intervención.

Pero no. Nada más anunciarse su presencia, invitado por los Berkeley College Republicans, una carta abierta firmada por una serie de profesores, pedía al entonces rector que se cancelara la intervención de Yiannopoulos por sus ideas y por su conducta. Era acusado de defender “la supremacía blanca, la transfobia y la misoginia”. Por supuesto, los firmantes empezaban diciendo: “Defendemos la libertad de expresión y la libertad académica en el campus, y comprendemos que las posturas controvertidas deben ser toleradas en cualquier comunidad académica dedicada al debate abierto y opuesta a la censura”. Pero todo el resto de la carta se dedicaba a pedir que se censurara a Yiannopoulos.

Y entre los abajo firmantes, por orden alfabético, la tercera firma era la de Judith Butler.

No hace falta estar de acuerdo con las ideas de Yiannopoulos –ni con las de Butler– para defender su derecho a expresarlas. Tampoco puede considerarse un caso particular y extremo. La misma suerte han corrido este año en Berkeley otros conservadores como Ann Coulder o David Horowitz. No es que la autoridad académica prohibiera su actuación, sino que ante las protestas surgidas la Universidad “no podía garantizar la seguridad”, con lo cual el evento se cancelaba. Tampoco es un problema exclusivo de la universidad californiana. Por toda la geografía universitaria se han visto casos de conferenciantes silenciados o desinvitados porque sus críticos aseguran que transmiten el “discurso del odio”, o están en contra de la diversidad. A Yiannopoulos el temor no es que le quemaran en efigie, sino en persona por no compartir los dogmas de la ortodoxia de izquierdas de Berkeley.

Tan caldeados están los ánimos que, ante el comienzo de curso, la actual rectora de la Universidad, Carol Christ, ha tenido que lanzar una circular en defensa de la libertad de expresión, pidiendo a la comunidad académica que respete a todos los conferenciantes invitados, y que si alguien quiere protestar, debe hacerlo pacíficamente, y advierte que no se tolerará la violencia.

Así que Judith Butler debía estar ya curada de espanto ante las protestas de São Paulo.

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