Feministas excluidas de la izquierda

La pureza ideológica de la izquierda siempre ha sido un caldo de cultivo de las divisiones: revolucionarios contra socialdemócratas, leninistas contra trotskistas, comunistas contra anarquistas… Pero ahora que la izquierda ha abandonado el ardor revolucionario y ha abrazado la política identitaria surgen divisiones inéditas. La última –cada vez más marcada– es la oposición entre el activismo transgénero y el feminismo clásico. Ya se sabe que el imperativo progresista es estar siempre luchando en favor de algún tipo de minoría discriminada. Y ahora que todos los partidos se declaran feministas y que los gais están perfectamente integrados en el sistema, los transgénero se han convertido en la nueva minoría mimada en el discurso de izquierdas.

Pero este giro está provocando encontronazos con feministas de toda la vida, que después de luchar durante años por una habitación propia se encuentran allí con unos ocupas inesperados. Y saltan chispas. A finales de febrero, Izquierda Unida expulsó de su unidad al Partido Feminista de España, liderado por la histórica luchadora Lidia Falcón, aún combativa a sus 84 años. Su pecado fue oponerse a un documento de la coalición sobre los derechos del colectivo transgénero. El Partido Feminista criticó en un comunicado las “consecuencias nefastas” de permitir que los menores transgénero accedan a tratamientos hormonales y cirugía para cambiar de sexo, o que los adultos lo hagan sin la consulta previa a un psicólogo. Medidas que previsiblemente formarán parte de la “ley trans” prevista en el acuerdo de gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos. Falcón incluso se atreve a decir que estas políticas “están organizadas por el lobby gay y sus acólitos”. Parece que no solo los del pin parental se quejan de las imposiciones del lobby gay.

Lidia Falcón muestra la brecha fundamental que se ha abierto en la izquierda desunida cuando dice: “Han desaparecido las categorías de hombre y mujer. Y si no hay mujeres, el movimiento feminista no es necesario”.

De eso se quejan también sus correligionarias británicas. Allí el partido laborista ha hecho suya una campaña en favor de los derechos de los trans, que, aunque se presentan como minoría discriminada, se dedican hoy a imponer sus ideas y a intentar silenciar a sus oponentes. Uno de los compromisos de la campaña incluye aceptar que “las mujeres trans son mujeres, los hombres trans son hombres, y los no-binarios son no-binarios”, y que “no hay conflicto entre los derechos de los trans y los derechos de las mujeres”. Y, por si hubiera conflicto, el compromiso reclama expulsar del partido a los miembros “transfóbicos” y luchar contra lo que llama “grupos de odio”, es decir, los que les contradicen. Tres de los cuatro candidatos a suceder a Corbyn a la cabeza del partido han suscrito ya el compromiso.

Curiosamente, entre los “grupos de odio” que mencionan están organizaciones como Woman’s Place UK y LGB Alliance, grupos que han surgido para defender los derechos de las mujeres, incluidas las lesbianas, frente a un colectivo trans cada vez más autoritario. Su “odio” se revela en que tratan de proteger espacios exclusivamente para mujeres en vestuarios, dormitorios, baños, competiciones deportivas, casas para mujeres maltratadas, prisiones… sin tener que compartirlos con cualquiera que se autodefine como mujer pero tiene cuerpo de hombre.

El movimiento trans nació como una extensión de la lucha por los derechos de los homosexuales. Pero ahora encontramos a un grupo como LGB Alliance, que ha perdido la T, y que defiende estos lemas: “La homosexualidad es atracción por el mismo sexo. El sexo biológico es real. El sexo es binario, no un espectro”. Esta defensa de la biología suena casi revolucionaria en los tiempos que corren, pero también las lesbianas ven venir al lobo. Ciertamente, después de hablar tanto de no discriminar por la orientación sexual, ahora resulta que lo importante no es el sexo sino la identidad de género, con lo que la preferencia por el mismo sexo ya no cuenta. ¿No será esto homofobia?

Sea lo que sea, en el Reino Unido está dando lugar a una especie de caza de brujas en el laborismo. Los activistas trans esgrimen amenazas de expulsión incluso contra destacadas figuras del sindicalismo, que han luchado por los derechos de los trabajadores, de las mujeres, de los negros y de los LGTB, pero que ahora se resisten a reconocer que las mujeres trans y las mujeres son lo mismo. Alguna diferencia debe de haber, ya que las mujeres trans no tienen la menstruación ni pueden quedarse embarazadas, y hasta es posible que padezcan cáncer de próstata.

Pero estos detalles biológicos carecen de importancia para los que piensan que lo decisivo es el género al que uno siente que pertenece. Dentro de la progresiva extensión de la ley del deseo, al principio se hablaba de transexuales que querían cambiar de sexo con hormonas y cirugía. Luego se quiso “despatologizar” el cambio, con el reconocimiento de que uno podía cambiar de sexo con una mera declaración performativa, que le transformaba por la mera fuerza de las palabras. Y después “mujer trans” se ha transformado en un término global que ampara a cualquiera que siente que es mujer.

No es extraño que cada vez más feministas se sientan amenazadas por una ideología trans que invade su territorio y desvaloriza los derechos basados en la diferenciación sexual. Después de tantos años luchando por acceder a puestos y espacios que solo ocupaban hombres, ahora se encuentran con individuos nacidos varones que aseguran ser mujeres y que quieren disputarles puestos en espacios exclusivos de mujeres.

Esta evolución muestra que la negación del sexo biológico acaba perjudicando a las mujeres y socava los mismos fundamentos del feminismo. Pero donde impera la ideología, la realidad no cuenta. ¿Cómo explicar, si no, la reciente afirmación de Dawn Butler, política laborista encargada de cuestiones de igualdad, que asegura que “los niños nacen sin sexo biológico”? Quizá haya que crear una nueva categoría de “negacionista”. En la misma entrevista descalifica la “transfobia” y justifica la amenaza de expulsar del partido a los que no acepten la nueva política en este asunto: “Hablar de penes y de vaginas no ayuda para hablar de este tema, ya que entonces estás diciendo que las mujeres trans no son mujeres”.

Así que después de tanto exigir que en cuestiones de igualdad se tenga en cuenta la perspectiva de género, ahora resulta que distinguir entre penes y vaginas es tabú. Tanto peor para las feministas.

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