Vigilias veganas, vigilias provida

Se levantan temprano para estar a primera hora ante las puertas de mataderos en Madrid. Esperan a los camiones que traen al ganado que va a ser sacrificado. Cuando llega un camión se poden delante, le obligan a detenerse, enseñan sus carteles de protesta. Acarician a los animales a través de los barrotes. Son militantes que realizan una “vigilia vegana”. Son gente pacífica. Solo quieren despedir a los animales y sensibilizar a la opinión pública contra la práctica de comer carne.

“Acariciamos a los animales y les damos cariño y amor en sus últimos momentos de vida”, explica uno de los manifestantes, vegano y miembro de Save Animals, organización internacional que impulsa este modo de protesta animalista. “Lo siento”, dicen, y piden perdón a los animales en nombre de la raza humana. El ritual aporta quizá más emoción a los veganos que al ganado, pero “les merece la pena”. Su objetivo es que “la gente comprenda la injusticia que se comete con los animales de ganado”, y que todo ser humano llegue a ser vegano y respete la vida de los animales. Por el momento estas manifestaciones, que reúnen a unas decenas de personas, han despertado más curiosidad que enojo, sin que nadie haya pedido prohibir su protesta en defensa del “derecho a comer carne”.

En esto puede decirse que los veganos han tenido más suerte que los manifestantes provida en Irlanda. Al entrar en vigor la legalización del aborto el 1 de enero, algunos grupos se han concentrado en las inmediaciones de clínicas abortistas. Son también gente pacífica, con sus pancartas y folletos, dispuestos a dialogar con el personal y usuarias que quieran escucharlos. No acosan ni increpan.

Pero inmediatamente el gobierno ha tomado cartas en el asunto para prohibir las concentraciones ante las clínicas. El Ministerio de Sanidad prepara ya una ley, que tendrá un trámite de urgencia, para crear en torno a los hospitales y las clínicas una zona de exclusión. Allí el personal médico y las usuarias podrán acceder “sin miedo de intimidación o acoso, y sin estar sometidos a comunicaciones no deseadas por ningún medio, ya sea oral, escrito y/o con exhibición de imágenes, en relación con los servicios de terminación del embarazo”.

Cuando se aprobó el aborto por referéndum se dijo que Irlanda contaba con un nuevo derecho. Pero ahora se ve que otro derecho ha sido recortado: la libertad de expresión termina donde empieza la terminación del embarazo. Las vigilias provida tienen menos cancha que las veganas.

No es extraño para estos tiempos en que hay una sensibilidad cada vez mayor por el bienestar animal, incluso en su etapa de vida más incipiente. Basta ver la polémica que ha surgido en torno al sacrificio de los pollitos machos de gallinas ponedoras. Estos pollitos machos de gallinas destinadas exclusivamente a la producción de huevos se matan nada más nacer, porque no sirven para poner huevos ni para producir carne, pues son de lento crecimiento y no resultan rentables. En fin, pollos no deseados.

El partido animalista ha protestado vivamente ante esta destrucción. Afortunadamente, se ha desarrollado en Alemania una técnica que permite determinar el sexo de un pollo en el huevo, nueve días después de ser fecundado. Si es macho o no está fertilizado, el huevo se utiliza para elaborar alimentos, y si es hembra va a la incubadora. Con este avance, por lo menos los descartan apenas ser fecundados. Aunque también habría mucho que decir sobre la práctica de convertir a la gallina en una máquina ponedora, encapsulada de por vida en un espacio mínimo, sin gozar de la vida al aire libre del corral. Ahora esto se ha convertido en un privilegio de las ponedoras de “huevos ecológicos”.

Pero la sensibilidad humana ha llevado también a preocuparse por la muerte indolora de los animales, y esto ha empezado a crear polémica sobre los rituales halal y kosher de las comunidades musulmanas y judías. Una directiva de la UE estipula que antes de sacrificar a un animal hay que aturdirlo, con una descarga eléctrica o gas. En cambio, en la tradición musulmana y judía, aunque cada una tenga su ritual propio, la matanza implica un corte profundo en el cuello del animal, sin aturdirlo previamente, y dejando que se desangre.

Hasta ahora la gran mayoría de los países (entre ellos España) han concedido un privilegio a las comunidades musulmanas y judías para que puedan matar al animal sin aturdirlo. Pero ahora la Federación de Veterinarios de Europa, los animalistas y más gobiernos piensan que no hay que conceder excepciones, por el estrés que genera al animal y el riesgo de prolongar su agonía. En Bélgica, donde viven más de 500.000 musulmanes y 30.000 judíos, nuevas leyes han prohibido matar al animal sin aturdirlo, y el asunto ha llegado hasta el Tribunal Constitucional, que deberá pronunciarse próximamente.

“Es una limitación de la libertad religiosa de los musulmanes”, dicen los responsables islámicos. “Es un día triste para la libertad religiosa”, lamenta el presidente de los rabinos europeos. ¿Por qué no prohíben también la caza?, argumentan otros.

Sería deseable que esta creciente sensibilidad por el bienestar de los animales llevara también a valorar esas vidas humanas incipientes que hoy son segadas por el aborto medicalizado. En todo caso, habrá que respetar la libertad de expresión de quienes procuran que la opinión pública no ignore este descarte de vidas humanas. Pues corremos el riesgo de que nuestra conciencia quede aturdida como paso previo a la insensibilidad.

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