Testamentos bajo demanda

En las encuestas siempre hay una brecha entre lo que la gente opina sobre un asunto y lo que hace personalmente cuando le afecta. Así ocurre con la eutanasia. Si hemos de creer a las encuestas, en España habría una mayoría a favor. Es verdad que en este debate el resultado puede ser muy distinto según se formule la pregunta. Lo que mucha gente quiere decir cuando apoya la eutanasia es que no desea morir con dolores insoportables prolongando artificialmente su fase terminal. Pero esa muerte digna puede conseguirse también con cuidados paliativos y sin inyecciones letales.

El gobierno ya ha prometido una ley de eutanasia para responder a esta “demanda social”. Pero ¿existe realmente tal demanda? Si hubiera una preocupación generalizada ante la posibilidad de acabar la vida sufriendo tratamientos inútiles y dolorosos, lo lógico sería que los interesados dejaran clara su voluntad con una declaración anticipada. Para eso existe el testamento vital, en el que una persona indica a qué posibles tratamientos quiere o no someterse en el caso de que sufra una enfermedad grave y sea ya incapaz de dar su consentimiento válido. Así los médicos pueden tener más claro qué esperaba el paciente que se hiciera en su atención en situaciones límite.

Esta posibilidad está ya prevista desde la ley de Autonomía del Paciente de 2002. Sin embargo, según datos recientes, desde entonces solo han formalizado ese testamento vital 286.336 personas, apenas un 0,6% de la población. No da la impresión de que el asunto quite el sueño a la inmensa mayoría. Tampoco puede achacarse este desinterés a reparos éticos o religiosos, ya que expresar las propias preferencias acerca del modo de ser tratado en los últimos momentos de la vida es algo muy distinto de la eutanasia.

En un reportaje en que se analizan las causas del escaso número de testamentos vitales, hay quien lo achaca a la falta de información por parte de los pacientes y de los médicos. “No se ha promocionado ni entre los ciudadanos ni entre los sanitarios”, dice el presidente en Madrid de la asociación Derecho a Morir Dignamente, el médico Fernando Marín. Es posible, pero cuando hay que promocionar algo es señal de que no hay una demanda espontánea, una necesidad ineludible y generalizada. Seguro que no hace falta promocionar las operaciones de cataratas.

Otros aducen que la cercanía de la familia en una sociedad como la española suple la necesidad del testamento vital. Mucha gente confía en que el cónyuge y los hijos tomarán las mejores decisiones pensando en el bien del paciente. Pero si a la hora de defender la eutanasia se invoca como razón suprema la autonomía del paciente, dejarlo todo en manos de los familiares parece una abdicación de la autonomía.

Más explícito es Federico de Montalvo, presidente del Comité de Bioética de España, cuya tesis doctoral versó sobre este tema. “Yo creo que el fracaso del testamento vital estriba en que no hay demanda. Está claro que la ley fue por delante de la aspiración de los ciudadanos, que no reclaman este derecho y menos en una sociedad de consumo, vivencial, que se coloca de espaldas a la muerte”. En fin, que no queremos pensar en la muerte ni para planificar cómo abordarla.

Sin embargo, a la hora de prever el reparto del patrimonio tras la muerte la gente es más previsora. En España se hacen más de 600.000 testamentos al año, sin necesidad de que nadie haga campañas. No todo el mundo hace testamento, pero quien tiene algo significativo que dejar a los herederos suele adelantarse a prever las consecuencias de su muerte.

Quizá la escasa difusión del testamento vital se deba también a las dificultades prácticas de su aplicación. No se ven las cosas del mismo modo cuando uno está sano que cuando pasa a ser enfermo grave. Un estudio que revisó en EE. UU. 690 artículos científicos sobre el testamento vital, encontró que el 30-40% de los enfermos graves cambian de criterio respecto a los cuidados que desean. Tampoco es sencillo prever lo que puede avanzar la medicina en el tratamiento de las enfermedades: puede haber progresos que nadie podía prever al hacer el testamento vital.

Además, casi el 80% de las personas cambian de opinión en función de la información que reciben. Y siempre habrá la dificultad de aplicar a la situación clínica del paciente los contenidos inevitablemente vagos de una declaración anticipada suscrita años atrás.

¿Quiere esto decir que el testamento vital es inútil? No, siempre puede dar pistas sobre lo que el paciente esperaba, aunque en último término la familia y los médicos siempre tendrán un margen de maniobra para tomar decisiones.

En todo caso, si no hay una tendencia social a ejercer la autonomía del paciente con una declaración anticipada, apelar a la demanda social para justificar la eutanasia parece también infundado. A no ser que lo que se busque sea que otros puedan decidir con más autonomía sobre la muerte del paciente que ya no puede dar su opinión.

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