Que nadie se sienta incómodo

“Que nadie se sienta incómodo” se ha convertido en el nuevo emblema de la tendencia políticamente correcta que quiere encorsetar la libertad de expresión o de simple lectura. Un episodio que ha llamado la atención en estos días ha sido la decisión del distrito escolar de Biloxi (Misisipi) de retirar la obra de Harper Lee, Matar un ruiseñor, de una lista de lecturas para alumnos de 13-14 años. “Hay cierto lenguaje en el libro que hace que la gente se sienta incómoda”, ha explicado el vicepresidente del distrito escolar.

Aunque no ha especificado más, las informaciones piensan que tiene que ver con el uso de la palabra “negro”, que en inglés tiene un significado ofensivo, y que en el libro aparece unas cincuenta veces, reflejando los comentarios racistas de distintos personajes. Pero la novela ya clásica de Harper Lee, publicada en 1960, habla precisamente del clima racista en el Sur en los años 30. ¿Y cómo retratar el racismo sin utilizar el lenguaje en que se manifestaban esas ideas?

To Kill a Mockingbird, que valió el Premio Pulitzer a su autora y que desde su publicación ha vendido más de cuarenta millones de ejemplares, fue no solo una gran novela sino también una eficaz denuncia de la injusticia de la segregación racial. Con su historia del negro injustamente acusado de violación y su defensa por parte del abogado blanco que no duda en enfrentarse a una comunidad cegada por los prejuicios racistas, popularizó la causa de los derechos civiles entre gentes que estaban al margen de esta lucha.

Sin embargo, una novela que en todo caso podría irritar hoy a los llamados “supremacistas blancos”, ahora se ve apartada de la escuela por afán de no molestar a los alumnos (¿negros?) que podrían sentirse incómodos con su lenguaje. Para el filtro políticamente correcto, cuenta menos el mensaje que el vocabulario. Por esta misma razón, incluso Las aventuras de Huckleberry Finn, la novela de Mark Twain, que emplea sistemáticamente la palabra “negro”, ha sido una de las más objetadas en la historia de la censura escolar.

Estos intentos de censura suelen presentarse como casos pintorescos de escuelas de la América profunda. Pero lo curioso es que ahora el hábito de silenciar las palabras incómodas se ha extendido y legitimado en universidades, en nombre de la protección de las minorías que requieren “espacios seguros” para defenderse de las llamadas “microagresiones”, es decir, de palabras que pueden desafiar sus convicciones.

Esta vigilancia es cada vez más estricta, hasta el punto que pueden verse afectados personajes que tienen un curriculum progresista por encima de toda sospecha. Hay muchos casos, pero, por tomar uno de estos días, basta el de Linda Bellos, feminista lesbiana británica, que toda su vida se ha empleado a fondo denunciando el sexismo, el racismo y la animadversión contra los homosexuales. Iba a hablar en el Peterhouse College, de la Universidad de Cambridge, invitada por la Beard Society, un “grupo feminista y de género”.

Según cuenta The Guardian, Bellos dijo a los organizadores que pensaba tratar de “algunas políticas trans… que parecen otorgar a aquellos que previamente fueron designados como varones el poder de decir a las lesbianas, y especialmente a las lesbianas feministas, lo que tienen que decir y que pensar”. Desde hace tiempo hay una tensión entre las feministas radicales, que conciben el género como una construcción social, y los trans, que lo ven como una identidad. Pero los organizadores no querían debate ni confrontación de ideas. Una representante de la Beard Society le respondió: “Lo siento, pero hemos decidido no invitarla. Creemos en la libertad de expresión, pero Peterhouse es tanto un hogar como un college. En este caso, el bienestar de nuestros estudiantes está en primer lugar”.

De lo cual se deduce que para que sus estudiantes estén cómodos no deben oír nada que pueda hipotéticamente trastocar sus ideas o prejuicios. Hasta ahora se pensaba que la formación universitaria exigía precisamente conocer distintas visiones del mundo y confrontar argumentos en un debate racional. En cambio, ahora lo importante es que nadie se pueda sentir incómodo con lo que oye.

Eso sí, creemos en la libertad de expresión fuera de esta casa. Y si esto le pasa a Linda Bellos, mujer, feminista lesbiana, no blanca y judía, es señal de que el listón de la intolerancia intelectual está muy alto hoy en algunas universidades.

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