“Pro-choice” en la escuela

Las familias de menos recursos siempre han aspirado a poder elegir la escuela de sus hijos, como hacen las más ricas, sin tener que conformarse con la escuela pública que les toca. En EE.UU. lo están consiguiendo gracias a las charter schools. Creadas a partir de los años noventa, son escuelas de financiación pública y gestión privada independiente. En gran parte son frecuentadas por alumnos de familias de baja renta, muchos negros e hispanos, y a menudo estas escuelas han surgido para servir a estas poblaciones. Están teniendo buenos resultados académicos en áreas donde las escuelas públicas fracasaban. Las familias están satisfechas. La enseñanza es gratuita. La disciplina, firme. La calidad, variable, pero no peor que en las escuelas públicas.

Sus resultados deberían tener contentos a todos los que siempre han defendido la igualdad de oportunidades en la educación. Sin embargo, los principales candidatos demócratas en la carrera presidencial han dado la espalda a las charter schools o las ven con grandes reticencias. Sus objeciones son sintomáticas de un curioso modo de defender la enseñanza pública, en el que la institución cuenta más que los deseos de las familias.

Las charter schools son escuelas independientes gestionadas por equipos de profesores, asociaciones de padres, instituciones de enseñanza… la gran mayoría sin ánimo de lucro (el 85% del sector). Escolarizan a unos tres millones de estudiantes, un 6% del total de la red pública. Tienen un porcentaje de alumnos afroamericanos e hispanos superior al de la escuela pública, lo cual se deriva en parte de que muchas de ellas están situadas en zonas urbanas donde estas poblaciones son mayoritarias. Se puede decir, por tanto, que las charter schools atienden a una población desaventajada en mayor medida que las estatales.

Pero aunque los demócratas quieren defender a las minorías raciales desaventajadas, no les gusta que sus hijos vayan a escuelas que no sean estrictamente públicas, aunque reciban una buena educación. La expansión de las charter schools, impulsadas por la demanda social, es vista como una amenaza para la escuela pública tradicional. Los candidatos demócratas son más sensibles a las quejas de los sindicatos de profesores de la enseñanza pública, que arguyen que las charter schools detraen alumnos y financiación que deberían destinarse a mejorar las escuelas del Estado. Tampoco se puede olvidar que los sindicatos de profesores tienen mucho menos peso en el sector de las charter schools, y que los políticos demócratas cortejan a estos sindicatos.

Bernie Sanders y Elizabeth Warren, los candidatos demócratas más a la izquierda, aseguran que sus políticas educativas van a atacar las causas de la desigualdad en la escuela, aumentando la financiación de las escuelas con mayor población pobre. Pero los padres que eligen o están en lista de espera para las charter schools dicen que sus hijos no tienen por qué esperar a que las escuelas públicas mejoren. Y muchas familias de afroamericanos e hispanos se sientan traicionadas por los candidatos demócratas. Por eso, fue curioso que cuando el pasado 26 de noviembre los candidatos demócratas celebraron un debate en Atlanta dentro de la campaña de las primarias, se encontraran con una manifestación de padres que cantaban “Our children, our choice”, reclamando que no se dejara de financiar a las charter schools. Para un partido tan “pro-choice”, la libre decisión de los padres cuando se trata de la escuela debería ser sagrada.

De hecho, dentro de las filas demócratas también hay división de opiniones. Las encuestas revelan que, entre los votantes demócratas, el 47% de los negros y de los hispanos apoyan las charter schools, mientras que entre los blancos esta postura baja al 27%. El dato puede interpretarse como un síntoma revelador de que los más necesitados valoran la oportunidad que ofrecen estas escuelas, y que los que menos las usan prefieren las escuelas públicas por razones ideológicas, aunque muchas veces lleven a sus hijos a las privadas. Es el caso de Elizabeth Warren, que en discusión con un activista aseguró que sus hijos habían estudiado en escuelas públicas, pero luego su equipo de campaña reconoció que su hija sí fue a una escuela pública, pero que su hijo había completado la mayor parte de su educación en una escuela privada.

La posibilidad de tener esa libertad de elección es lo que ha atraído a muchas familias hacia las charter schools, que se han beneficiado en muchas zonas de un apoyo bipartidista. Y tanto Bill Clinton como Obama tuvieron una actitud favorable hacia ellas. Ha sido ahora, con una polarización ideológica más acentuada, cuando los demócratas han empezado en algunos estados a recortar la financiación o a poner más restricciones. Otros demócratas piensan que esto es un error. Así lo ha dicho el senador Cory Booker, de New Jersey, afroamericano, que se ha distinguido por su apoyo a las charter schools: “Como demócratas, no deberíamos caer en la trampa de descartar las buenas ideas porque no cumplen requisitos ideológicos puros o porque no interesan personalmente a las voces más altas y privilegiadas en el partido”.

En cambio, Sanders ha acusado a los ricos de “utilizar las charter schools como un medio para privatizar el sistema de educación pública”. Poco importa que, en este caso, la privatización esté beneficiando sobre todo a familias desfavorecidas. Fuera de lo público no hay salvación.

Tampoco parece importar la opinión de las familias, pues los ideólogos saben siempre mejor lo que les conviene. Pero da la impresión de que el mensaje no cala entre los padres: muchos prefieren defender una fórmula que está funcionando, en vez de confiar en una futura mejora de la escuela pública, que no se sabe si llegará.

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