Pena de muerte, mala y buena

Pentobarbital sódicoEl preso Daniel Lee López, condenado a la pena capital en 2010, no quería pasar más tiempo en el corredor de la muerte de la prisión de Huntsville en Texas. Así que decidió no apelar y pidió al juez federal que terminara el proceso lo antes posible. El tribunal aceptó su petición y fue ejecutado el pasado 12 de agosto.

El preso hispano, de 27 años, había sido condenado a la pena de muerte en 2010 por el asesinato de un policía en 2009. Primero había agredido a un policía que intentaba detenerle por una infracción de tráfico. Y en su alocada huida atropelló y mató a un policía que estaba poniendo un dispositivo pincha llantas en la carretera.

Lee López tenía claro que una vida entre rejas no merecía la pena ser vivida. Por eso en el juicio rechazó un acuerdo con el fiscal que le hubiera supuesto la cadena perpetua a cambio de declararse culpable. También tuvo que batallar contra el criterio de sus abogados de oficio, quienes interpusieron un recurso ante el Tribunal Supremo alegando que López sufría un trastorno mental severo. No quería que le ocurriera como a otros presos del corredor de la muerte, que van agotando todos los recursos posibles para salvar su vida, con un promedio de espera de entre 15 y 20 años. Eso no era vida para él.

Y logró que se respetara su decisión. El 12 de agosto se convirtió en el décimo preso que recibía la inyección letal este año en Texas, estado que siempre va a la cabeza en esta macabra clasificación. Para López fue como un suicidio asistido, para evitar una vida entre rejas que le parecía indigna.

En su ejecución por inyección letal se utilizó pentobarbital sódico, barbitúrico que se utiliza como anestésico, pero que en altas dosis causa la muerte por paro cardio-respiratorio.

Curiosamente es el mismo fármaco que se está utilizando en Bélgica y Holanda para la eutanasia legal. Así figura en un artículo de seis importantes médicos, encabezados por Lieve Thienpont, todos destacados defensores de la eutanasia, publicado por el British Medical Journal el pasado 28 de julio. El artículo analiza 100 peticiones de eutanasia por parte de pacientes con problemas psiquiátricos, pero que no son enfermos terminales ni sufren dolor físico. Son enfermos con trastornos depresivos, que consideran que su vida ya no tiene sentido. Y la creciente ampliación de la “buena muerte” en Bélgica, permite que los médicos les apliquen también la inyección letal para que “mueran con dignidad”.

El instrumento de la muerte por inyección letal es el mismo, tanto para la pena capital como para la pena de muerte autoinfligida. Pero la Unión Europea hila fino. Para poner obstáculos a la pena de muerte impuesta por el Estado, la UE prohibió en 2011 la venta de este fármaco a Estados Unidos. Ello ha causado problemas de abastecimiento en los estados que aún practican la pena de muerte, y que ejecutaron a unas 35 personas en 2014. Hasta el mismo Lee López podría haber tenido dificultades para que se aplicara su última voluntad.

En cambio, Bélgica no ha hecho nada para impedir que el mismo fármaco letal se utilice en su propio territorio para la eutanasia legal, que se llevó por delante a 1.816 personas en 2013. Quizá es que el fármaco tiene un efecto anestesiante sobre la conciencia.

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