Pena de muerte digna

Frank van den BleekenEn Bélgica un condenado a cadena perpetua ha pedido –y finalmente obtenido– que se le libere anticipadamente con la eutanasia de una vida que considera sin sentido y que solo le proporciona un sufrimiento psíquico.

Frank van den Bleeken es un presidiario belga que a los 20 años fue condenado a cadena perpetua por la violación y asesinato de una joven de 19 años. A sus 50 años, van den Bleeken no padece dolores físicos, ni está en fase terminal de ninguna enfermedad. Pero, tras pasar tres décadas en prisión, considera que esa vida no vale la pena ser vivida, y por eso pidió la eutanasia, aduciendo un sufrimiento psíquico insoportable.

La Comisión federal sobre a la eutanasia le respondió que no respondería a su demanda hasta que todas las posibilidades terapéuticas hubieran sido agotadas. Bleeken pidió ser transferido a un psiquiátrico penitenciario en Holanda, donde podría ser tratado, en virtud de un acuerdo existente entre ambos países. Pero los tribunales se lo denegaron. Así que presentó una demanda contra la ministra de Justicia, pidiendo el traslado o la eutanasia. Tres médicos han certificado que Bleeken padece un sufrimiento permanente, que no puede ser curado. Así que finalmente su abogado ha llegado a un acuerdo con el Ministerio de Justicia, para que la eutanasia sea permitida.

Aunque excepcional, su caso está en la línea de la deriva de la eutanasia en Bélgica que ha llevado a justificarla primero por sufrimientos físicos y luego psíquicos, del paciente terminal al incurable y del adulto consciente al menor de edad. Con estos criterios cada vez más laxos, la cifra de eutanasias no ha dejado de crecer desde su legalización en 2002, y según el informe oficial de la Comisión sobre la eutanasia, “tiende a acentuarse netamente desde 2011”. El año pasado fueron 1.807 las eutanasias declaradas oficialmente.

No es extraño que, conforme a estos criterios, un condenado a cadena perpetua piense que también él tiene derecho a acceder a la eutanasia. Si se abre paso la idea de que ciertas situaciones impiden vivir con dignidad, ¿cómo oponerse a su deseo de una “muerte digna”?  Si algunos consideran que la muerte es preferible a llevar una vida sin autonomía, ¿no puede pensar lo mismo quien no tiene más perspectiva vital que estar encerrado a perpetuidad en un ambiente hostil? Si el único criterio es la autonomía individual, habrá que respetar la decisión de quien prefiere expiar su pena con la muerte rápida en vez de con una muerte lenta.

Incluso podría decirse que también aquí se aplica la eutanasia “por piedad”. Así parece verlo Jacqueline Herremans, presidenta belga de la Asociación por el Derecho a Morir con Dignidad, quien declara que el propio Bleeken “se considera un peligro para la sociedad” y, habida cuenta de que los internos viven en condiciones inadecuadas, “la eutanasia era la solución del mal menor” en este caso.

Pero no debe de ser un caso tan excepcional: a raíz de esta autorización, unos quince presos belgas han pedido que también a ellos se les aplique la eutanasia, ya que  prefieren morir a vivir la vida que llevan.

Pues, aunque en Bélgica la eutanasia se haya transformado en la práctica en un derecho, otros derechos de los presos dejan bastante que desear. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó en 2013 a Bélgica por no haber proporcionado terapias adecuadas a presos con problemas psiquiátricos.

La eutanasia para condenados a cadena perpetua puede presentarse como la respuesta a su deseo de alcanzar una “muerte digna”. Pero puede ser también una vuelta a la pena de muerte disfrazada de motivos humanitarios. La inyección letal en el corredor de la muerte en Texas y en el hospital belga  es el mismo modo de liquidar a sujetos engorrosos. Que una se califique de muerte indigna y la otra de digna es uno de los misterios del newspeak.

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