Nueva York libre de pieles

La regulación del aborto sigue agitando la vida política en Estados Unidos. En los últimos meses, los legisladores de diez estados han aprobado cambios legales que ponen condiciones más restrictivas. Los defensores del derecho al aborto ven ahí una maniobra para llevar la cuestión ante el Tribunal Supremo, que podría reconsiderar la sentencia de 1973 que lo legalizó. De ahí que en estos días hayan salido a la calle para manifestarse: “Basta de prohibiciones” era el grito repetido.

El estado de Nueva York se ha distinguido en su acción para blindar el derecho al aborto, ampliando los supuestos admitidos para abortar incluso en el tercer trimestre del embarazo: si antes solo podía hacerse en caso de peligro de muerte para la madre, ahora también valen el mero riesgo para la salud de ella y la inviabilidad del feto, y para decidir si se dan, basta la opinión de un médico.

Pero no hay que pensar que Nueva York defiende siempre el derecho a decidir y el no imponer las propias convicciones a las conciencias ajenas. Hace pocos días se presentó en el pleno del consejo municipal la propuesta de prohibir la venta de pieles en la ciudad. La iniciativa, impulsada por los defensores de los derechos de los animales, prohibiría la venta de artículos de piel y accesorios. Los infractores se expondrían a multas de 500 a 1.500 dólares, y cualquier dinero obtenido con este comercio podría ser requisado. La ley no prohíbe llevar pieles, sino su venta en la ciudad. Pero hay que tener en cuenta que la ciudad de Nueva York es el mayor mercado de comercios minoristas de pieles, con 150 negocios y 1.100 empleos.

La propuesta se presenta con una clara impronta moral. Para pedir su voto a los miembros del consejo municipal, el speaker Corey Johnson alegó que “es lo que éticamente hay que hacer”. Afirmó que la industria de pieles daba un trato cruel a los animales, criados solo para obtener su piel. Pasó un video que muestra a los animales viviendo en jaulas y siendo electrocutados y despellejados. “La prueba de la crueldad de la industria de pieles es abrumadora”, dijo. La exhibición de imágenes de este tipo es siempre ilustrativa, como bien saben los adversarios del aborto cuando muestran imágenes de los signos de vida de un feto y de cómo es eliminado. Pero en el caso del feto humano se hace todo lo posible para descalificar estas imágenes como inconvenientes y efectistas.

La propuesta es polémica, como se vio por la concentración de manifestantes a favor y en contra ante la sede del Ayuntamiento. “¿Cuántos animales más tienen que morir?”, decían los provida animalistas. “Pongamos a las personas primero”, respondían los partidarios de la autonomía del cliente.

Los defensores de la propuesta se han encontrado con una reacción que engloba diversos sectores e intereses. Los peleteros se alarman por la pérdida de negocio y de empleos en un sector tradicional en la ciudad. Los judíos ultraortodoxos hasidistas defienden su derecho a llevar sombreros de piel en el Sabbath. Personajes populares afroamericanos alegan que, para muchos de su comunidad, vestir pieles es un signo de haber triunfado socialmente. Otros ven ahí el comienzo de una pendiente resbaladiza que llevará a nuevas prohibiciones en nombre de los derechos de los animales: ¿nos van a decir los políticos cómo hemos de vestir o qué hemos de comer?, se preguntan.

Pero ni la economía, ni la tradición religiosa, ni los usos sociales parecen ser un obstáculo para los promotores de la prohibición. Según ellos, matar animales criados solo para mantener un producto de lujo debe ser una práctica prohibida en una sociedad moderna. Así que la autonomía personal, el derecho a decidir qué vestir, debe ceder si es a costa de la vida de un visón o de un zorro.

El hecho de que quien quiera llevar pieles siempre podrá comprarlas fuera de la ciudad tampoco disuade a los promotores de un “Nueva York libre de pieles”. Lo importante es el mensaje que se quiere dar con la prohibición, hagan lo que hagan en otros sitios. Y además pueden alegar que lo mismo se ha hecho en Los Ángeles, San Francisco y West Hollywood. Lo que siempre había sido un signo de riqueza y glamour ha empezado a ser visto como una muestra de atraso moral en el trato hacia los animales.

Tampoco hay temor de que al defensor de los derechos de los animales se le tache de ultra, por extrema que sea su postura. Y hay gente verdaderamente escrupulosa. En The New York Times, en un consultorio ético (The Ethicist) se responde a las perplejidades morales de los lectores. En uno de los últimos, un lector que se presenta como “vegano ético” y que, como propietario de un negocio, invita a veces a comer a los clientes, pregunta si es ético pagar con su dinero una comida carnívora del otro y muestra su temor a que su veganismo pueda ser interpretado como un reproche al estilo de vida del cliente.

El consultor, Kwame Anthony Appiah, contesta que, como el que paga suele elegir el restaurante, siempre puede llevarle a un restaurante vegano, o sea, imponerle la dieta. Pero, aparte del consejo práctico, le anima a defender a las claras su postura: “Sin duda, debe tener en cuenta la posibilidad de perder negocios por su actitud. Pero el veganismo ético no es una preferencia moral, limitada a su virtud personal; aspira a reducir el daño a los animales, incluso a cuestionar la idea de que los animales pueden ser tratados como una propiedad. Defender su punto de vista puede ser un modo de apoyar su causa, haciendo que otros se unan a ella”.

Se ve que lo de “estoy en contra, pero no quiero imponer a otros mis convicciones”, no vale para estos casos.

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