No hay futuro sin hijos

20150519elsonar

Menos hijos, más tarde, sin alcanzar el número deseado. Así podrían resumirse las tendencias de la fecundidad en los países de la OCDE. Da la impresión de que en bastantes países ricos tener hijos se ha convertido en un lujo.

Un cambio familiar importante es la elevación de la edad de las mujeres que dan a luz. Si tomamos como punto de referencia la edad media al primer nacimiento, en España es ya 30,3 años, cuando en 1980 eran 25 años. España es el país de la OCDE donde más se retrasa la primera maternidad. Pero en la mayoría de los países se ha retrasado en torno a 4 años desde 1970, hasta alcanzar una media de 28,2 años en el conjunto de la OCDE.

Este retraso generalizado en la maternidad refleja sin duda el mayor tiempo dedicado por la mujer a su formación y las dificultades para afrontar las responsabilidades familiares por parte de hombres y mujeres jóvenes al comienzo de su actividad profesional. Pero, a título comparativo, en EE.UU. las madres tienen su primer hijo a los 25 años, en Polonia a los 26, en el Reino Unido a los 28. En España todo va con más retraso.

La primera consecuencia para los hijos es que se van a encontrar con madres y padres con menos energías para la crianza. Puede parecer que un retraso de edad de 5 años no es gran cosa a este respecto, pero no hay que olvidar que los promedios pueden ocultar diferencias acusadas. España es también, junto con Italia, el país donde dan a luz su primer hijo más mujeres mayores de 40 años. Es el caso del 5,1% de las madres primerizas españolas, y el 6,1% de las italianas. Y a medida que crece la edad, todo cuesta más esfuerzo.

También cuesta más llegar a ser madre, pues la fertilidad a los 35 ya no es la misma que a los 25. De ahí que las clínicas de fecundación artificial tengan tan buen negocio en España.

Menos hijos de los deseados

Otra consecuencia estadísticamente constatable es que cuanto más se retrasa la maternidad menos hijos se llegan a tener. Menos incluso de los que se desearían.

En la mayoría de los países de la OCDE, las encuestas indican que el número de hijos que hombres y mujeres desearían para su familia se sitúa en una media de 2,25 (por encima del 2,1 necesario para el reemplazo generacional). Aunque también hay países –como Dinamarca, México, Francia, Irlanda, Finlandia, Suecia y Nueva Zelanda– por encima de la media, porque el 40% de los adultos desearían una familia con 3 o más hijos.

Sin embargo, si se atiende al número de hijos que de hecho tienen las mujeres de 25 a 39 años, se ve que siempre está bastante por debajo del número ideal. En España, la tasa de hijos por mujer no supera el 1,3. Estamos en una sociedad que da muchas facilidades para evitar o eliminar al hijo no deseado, pero que no favorece tener los hijos que uno desearía.

Esto repercute también en la educación de los hijos, que van a encontrarse con solo un hermano o con ninguno. De los nacimientos que hubo en España en 2013, la mayoría de ellos fueron el primer hijo (52,7%) o el segundo (36,8%). La minoría fueron el tercer hijo (7,9%) y el cuarto o posteriores (2,6%). Parece que tantos padres a quienes les preocupa que “a mi hijo no le falte nada”, olvidan que les va a faltar algo mucho más decisivo: hermanos.

Los tres hijos se han constituido en una especie de barrera psicológica y económica, que pocas familias se atreven a franquear. En España, los nacimientos de terceros hijos o siguientes constituían el 26% del total en 1980, mientras que ahora son poco más del 10%. Pero el tercer hijo es también el que marca la diferencia desde el punto de vista demográfico: el necesario para alcanzar el 2,1 indispensable para la renovación de generaciones, para la financiación de las pensiones, para el mantenimiento de la fuerza de trabajo…

Así lo ha entendido el gobierno español al mejorar las prestaciones en su recién aprobado plan integral de apoyo a la familia. Entre las medidas se incluye un incremento de un 5% en la pensión de las mujeres que hayan tenido 2 hijos, un 10% para las de 3 hijos y un 15% para las de 4 o más hijos. Se trata, dice el gobierno, de que “el sistema de Seguridad Social reconozca la aportación demográfica de las familias como elemento clave para la sostenibilidad futura del sistema”.

Como decía el demógrafo Massimo Livi Bacci, se puede aplicar al caso de la natalidad el principio ético que Hans Jonas ha formulado con respecto a nuestra responsabilidad en la conservación del medio ambiente: “Actúa de manera que las consecuencias de tu acción sean compatibles con la continuidad de una auténtica vida sobre la tierra”. Nos ha costado, pero vamos reconociendo que el desarrollo sostenible empieza por asegurar la continuidad de las generaciones.

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