Mujeres en Samoa

Polynesian Cultural Center

Es curioso hasta qué punto los occidentales tendemos a representarnos las islas de Polinesia como un resto del paraíso terrenal. Los cocoteros al fondo de playas de blanca arena, una vida sin prisas, clima suave, jóvenes hermosas de bailes sensuales, hombres fuertes y dignos, costumbres sexuales tan tolerantes como naturales…

La isla de Samoa es una de las joyas más preciadas de este continente idílico. Pero en los paraísos siempre hay una serpiente. Y en Samoa ha inducido la violencia doméstica y sexual contra la mujer. El año pasado Samoa llevó a cabo una investigación nacional sobre la violencia en la familia y lo que encontró fue una epidemia de abusos. La investigación encontró que el 60% de las mujeres habían experimentado violencia física o psicológica por parte de su pareja; la violencia a manos de un tercero era casi tan frecuente como la causada por la propia pareja; el 20% decían haber sufrido violación, mientras que los casos de incesto alcanzaban el 10%. Una de las tasas de violencia de género y sexual más alta del mundo.

El problema se agrava por la cultura del silencio, que lleva a ocultar esta plaga por no perjudicar el buen nombre familiar, según dicen los que la han investigado. Pero otras cosas se ven a simple vista: las mujeres apenas ocupan puestos de autoridad en los concejos municipales y en el parlamento; están acostumbradas a hablar bajo y a no hacerse notar; desaparecen de las calles al anochecer; los jóvenes controlan estrechamente a sus novias… En fin, un paraíso patriarcal.

No todos los jóvenes se conforman con esta situación. Un reportaje de The Guardian habla de grupos como Brown Girl Woke, formado por chicos y chicas jóvenes que denuncian la violencia contra la mujer y la sumisión femenina. Los jóvenes varones están más abiertos a los cambios, pero parecen divididos entre el ideal moderno de igualdad y las costumbres tradicionales de sus pueblos.

También el gobierno empieza a reaccionar. Según el Ministerio de la Mujer –sí, hay uno–, en 17 de más de 300 pueblos de la isla se han aprobado normas contra la violencia en la familia. En algunos pueblos también hay toques de queda a partir de las 18.30, para tener a los jóvenes en casa por la noche (aunque lo que pase dentro es otra cuestión).

Esperemos que logren echar del paraíso a la serpiente. Pero esta triste realidad lleva a recordar el conocido patinazo de la antropóloga Margaret Mead, que fue la primera en moldear el mito de la afortunada isla polinesia con la publicación en 1928 de Adolescencia, sexo y cultura en Samoa. Mead se planteaba si la típica ansiedad problemática de la adolescencia en Occidente se debía a la misma naturaleza de la adolescencia o a la civilización en que se daba. Para comprobarlo, se fue a una aldea de seiscientas personas en Samoa, donde vivió, observó y entrevistó a 68 mujeres jóvenes de 9 a 20 años.

Su conclusión fue que en Samoa la transición de la infancia a la adolescencia era mucho más suave y tranquila, sin la ansiedad y confusión observadas en los EE.UU. Muchos lectores occidentales quedaron impresionados por su observación de que las samoanas jóvenes postergaban el matrimonio y disfrutaban de relaciones sexuales informales, aunque una vez casadas sentaban la cabeza. Todo natural y sin complicaciones. Esto es al menos lo que le dijeron estas mujeres, a través de un intérprete.

Pero quizá Margaret Mead no observó bien, o se conformó con lo que quisieron decirle las mujeres entrevistadas. Como es sabido, en 1983, cinco años después de la muerte de Mead, el antropólogo Derek Freeman publicó Margaret Mead y Samoa: la construcción y destrucción de un mito antropológico. Freeman, que hablaba perfectamente el dialecto samoano, basó la crítica en cuatro años de trabajo de campo en Samoa y en entrevistas con informantes sobrevivientes de la época de Mead. Según Freeman, la virginidad antes del matrimonio eran un valor importante para todas las mujeres samoanas, y las informantes de Mead entrevistadas negaron haber estado envueltas en prácticas de sexo casual cuando eran jóvenes, y admitieron que habían mentido a Mead. El panorama descrito por Freeman desmontaba la postal pintada por Mead de relajadas costumbres sexuales y de armoniosa transición a la adolescencia de unas mujeres felices.

El descubrimiento molestó a muchos y muchas que habían hecho de Mead un icono de investigación feminista. Pero, aunque el libro de Freeman tampoco se libró de la crítica, a su muerte su tesis de que Mead no había entendido bien las costumbres samoanas era generalmente aceptada. Entre los que apoyaban a Freeman estaban personajes como el psicólogo Steven Pinker, el biólogo Richard Dawkins, el psicólogo evolucionista David Buss, el zoólogo David Attenborough, el escritor científico Matt Ridley…

Al margen del debate sobre lo que vio Mead en 1928, la estructura patriarcal y el índice de violencia contra la mujer que todavía hoy se denuncian en Samoa sugieren que se trata de costumbres arraigadas (a no ser que las samoanas de hoy exageren como hicieron las de ayer con Mead).  Y si Mead no fue capaz de advertir estos problemas, quizá fue porque ya tenía en su cabeza unas tesis que le llevaron a ver solo lo que las confirmaba.

En la actualidad, dice The Guardian, Samoa está “inundada” de ayuda exterior para programas de igualdad de género. Según dos jóvenes universitarios citados, las ONG –muchas de ellas sin experiencia en temas de violencia familiar– se están multiplicando como hongos para conseguir una parte del lucrativo pastel. Esperemos que tengan más vista que Margaret Mead.

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