Los conservadores blancos como víctimas

En las guerras culturales de hoy es decisivo alcanzar la posición estratégica de víctima. Con ella se adquiere la autoridad moral no solo para defender tus derechos, sino también para hacer fuego indignado sobre cualquiera que discuta tus teorías sobre el origen de la discriminación o sobre tus pretensiones. No importa que las afrentas hayan sido hace tiempo superadas ni que los miembros del colectivo agraviado estén en muy distintas situaciones. Lo importante es mantener el estatus de víctima, siempre necesitada de apoyo incondicional para exigir reparación por alguna discriminación histórica.

Pero ¿cómo ingresar en esa categoría si no se es feminista, ni LGTB, ni se pertenece a una minoría racial o a un pueblo indígena ni tan siquiera a una religión exótica? Prácticamente ya solo quedaban excluidos de esa categoría los varones blancos, lo que les convertía automáticamente en opresores de todos los demás. Pero esto se va a acabar.

Quien ha dado un paso al frente en nombre de todos ha sido James Damore, el joven ingeniero despedido de Google el pasado agosto por mantener opiniones heterodoxas sobre las causas de la insuficiente presencia de mujeres en las profesiones tecnológicas.

En un documento interno, Damore se atrevió a decir que los prejuicios y estereotipos sociales no bastan para explicar por qué las mujeres eligen menos los trabajos tecnológicos. A su juicio, la biología puede influir en los intereses y capacidades de hombres y mujeres, lo que les llevaría a decantarse por determinadas opciones profesionales. En general, decía Damore, las mujeres se sienten más interesadas por las personas que por las cosas, y por la estética más que por las ideas, lo que las inclina a trabajar más en áreas sociales o artísticas. Así que Damore rechazaba que “prácticamente cualquier diferencia entre hombres y mujeres se vea como una forma de opresión hacia estas”. Y no es que el programador quisiera apartar a las mujeres de su campo, pues proponía medidas para que las mujeres tuvieran más incentivos para trabajar en Google y en otras empresas tecnológicas.

Su análisis y las medidas correctoras que proponía son sin duda discutibles, y su documento se presentaba como una contribución al debate abierto en Google sobre las políticas para incorporar a más mujeres, que solo representan el 31% de la plantilla. Lo que no esperaba Damore es que la respuesta de Google fuera despedirle, por “promover estereotipos de género nocivos en nuestro espacio de trabajo”, como alegó Sundar Pichai, director ejecutivo de Google. Pero lo que había hecho Damore es precisamente cuestionar unos estereotipos políticamente correctos, que llevan, según decía, a “profesar una intolerancia hacia ideas y pruebas que no encajan en una determinada ideología”.

Lo que consiguió la compañía con el despido fue convertir al programador en una víctima de la libertad de expresión, con firma en las páginas del Wall Street Journal y presencia en las cadenas de televisión. Por supuesto, lo que dijo la compañía es que el asunto no tenía nada que ver con el respeto a la libertad de expresión, que es la excusa habitual cuando se penaliza a un tipo solo por lo que dice.

Pero ahora James Damore ha dado un paso más y ha demandado a Google alegando que en la compañía los varones blancos conservadores son discriminados por sus ideas. La demanda reviste la forma de lo que en el derecho estadounidense se denomina una “class action lawsuit”, en la que una de las partes es un grupo en el que un miembro del colectivo demanda en nombre de todos. Esto es algo que también se ha hecho en casos en que unas mujeres demandan a una empresa por discriminación salarial o unas víctimas del tabaquismo exigen indemnizaciones.

La demanda, firmada también por Gudeman, otro empleado de Google que fue despedido por un comentario político sobre los musulmanes tras la elección de Trump, va acompañada de casi 100 páginas de mensajes internos de Google en las que los empleados discuten temas políticos sensibles.

Las pruebas incluyen un mensaje de Rachel Whetsone, que trabajó como vicepresidenta de comunicaciones en Google tras una carrera en el partido conservador británico, en el que asegura: “Parece que creemos en la libertad de expresión excepto cuando alguien discrepa de la postura mayoritaria… Innumerables veces en Google la gente me ha dicho en privado que no pueden desvelar que han votado a los Republicanos porque temen cómo reaccionarán otros colegas”.

También Damore se queja de que la tolerancia corporativa hacia estilos de vida alternativos, desde el transexualismo a la poligamia, no se extienda al conservadurismo. A su juicio, en la compañía los varones blancos conservadores son “marginados, rebajados y penalizados”.

Entre las pruebas, un mensaje de un director propone la creación de una lista de “gente que hace difícil la diversidad”; otro escribe que “hay algunas visiones alternativas, incluidas opiniones políticas diferentes, que no quiero que la gente se siente segura de compartir aquí”. La demanda mantiene que numerosos directores de Google tienen listas negras de empleados conservadores con los que rechazan trabajar; que la empresa tiene una secreta lista de autores conservadores a los que no se les permite el acceso al campus; y que los despidos de Damore y de Gudeman fueron un acto de discriminación.

Un portavoz de la compañía se ha limitado a decir que “estamos deseando defendernos de la demanda de Damore en los tribunales”.

La Justicia decidirá. Pero la demanda demuestra que ya hasta un hombre blanco conservador puede ser candidato al estatus de víctima, en vez de ser considerado automáticamente como un privilegiado opresor. Habida cuenta de que hasta ahora habían sido sistemáticamente excluidos de esta categoría, habría que desarrollar una política de discriminación positiva para dar preferencia a sus casos.

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1 respuesta a Los conservadores blancos como víctimas

  1. Enrique Latre dijo:

    Muchas gracias, Ignacio. Genial, como siempre.

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