La moda descubre la objeción de conciencia

Melania trump (CC: Marc Nozell)

Melania trump (CC: Marc Nozell)

Aún no sabemos si Donald Trump construirá el muro con México o si pondrá barreras arancelarias a las importaciones chinas. Pero la cuestión candente de la etapa de transición es quién vestirá a la primera dama, Melania Trump. Lo curioso es que, sin que ella se haya dirigido a ningún diseñador, han surgido ya una serie de “no candidatos” a estas primarias de la moda presidencial. No, no es nada personal contra Melania, una exmodelo que, le pongas lo que le pongas, es muy difícil que le caiga mal. Es que no quieren saber nada con la presidencia de Trump.

Hay que tener en cuenta que la industria de la moda, como tantos sectores de la beautiful people y de Hollywood, habían apoyado sin reservas a Hillary Clinton. Quizá algunos tenían ya preparados los diseños para quien ya no sería la Primera Dama sino la Primera Presidenta. Y vienen estos votantes palurdos y echan a perder la colección.

La primera en disparar fue Sophie Theallet, quien aseguró de modo categórico en una carta abierta en Twitter: “No diseñaré ni me asociaré de ningún modo con la próxima Primera Dama. La retórica de racismo, sexismo y xenofobia desatada por su marido en la campaña presidencial son incompatibles con los valores compartidos por los que vivimos”. Quizá esto de juzgar a una mujer por las ideas de su marido –como si ella no pudiera tener las suyas propias– suena un tanto sexista; pero también es comprensible que la diseñadora no quiera que su trabajo redunde en ningún beneficio de Trump, incluso aunque sea a través de la imagen de su esposa.

Quizá el hecho de decirlo en una carta abierta, sin que Melania le haya hecho ningún encargo, refleja un afán de autopromoción, de dejar claro que uno está entre los bien pensantes, o incluso la pretensión de encabezar un boicot del mundo de la moda. Pero está en su derecho.

En la misma línea se han manifestado otros diseñadores. Así, Tom Ford (“Ella no es mi imagen”) o Marc Jacobs (“Prefiero dedicar mis energías a ayudar a los que serán dañados por Trump y sus partidarios”). En el fondo, es una cuestión de valores, como deja claro Phillip Lim, quien solo quiere ser asociado con “hombres y mujeres que compartan un conjunto similar de valores, deseos e ideologías: inclusión, diversidad, justicia, conciencia, innovación…”. Lo de descartar a Melania y a los votantes de Trump en nombre de la inclusión y la diversidad es sin duda un patrón ideológico muy exclusivo. Pero está en su derecho.

En cambio, otros diseñadores se han declarado dispuestos a trabajar para la futura Primera Dama. Entre ellos Tommy Hilfiger, quien piensa que “los diseñadores deberían estar orgullosos de vestir a Melania Trump. Es una mujer muy bella”. Podríamos decir que es como contar con una top model para exhibir tus diseños, y que encima te paga por llevarlos.

También Cynthia Rowley está en contra de mezclar moda y política. Además, la cuestión le parece irrelevante: “Melania puede comprar lo que quiera. ¿Cómo vamos a controlarlo?”

Si a los que se niegan de antemano a diseñar para Melania Trump les acusaran de estar discriminándola por su orientación política, se rasgarían las vestiduras. Dirían que son muy libres de elegir su clientela, que no están dispuestos a contribuir con su trabajo al ascenso de Trump, que no quieren verse asociados con los nuevos inquilinos de la Casa Blanca, que Melania tiene otros modistos a quien recurrir. Y tendrían razón.

Lo anormal es que estos diseñadores apoyaran a una candidata como Hillary Clinton, cuyas políticas niegan a otros profesionales esta misma libertad para ser coherentes con sus valores. Si Marc Jacobs no quiere que Melania Trump lleve sus modelos, ¿por qué un sastre no puede negarse a hacer un traje al novio de una boda gay? ¿Por qué un pastelero es condenado por negarse a hacer una tarta para una ceremonia de este tipo que, a su juicio, desnaturaliza el matrimonio? Si unos modistos no quieren verse asociados de ningún modo con unas ideas políticas que rechazan, ¿por qué un médico objetor del aborto o de la eutanasia no va a tener derecho a mantenerse al margen de prácticas que condena? Estos modistos objetores, ¿estarían obligados a buscar para Melania otro diseñador dispuesto a atender sus pedidos como algunos exigen al médico objetor?

Lo que los modistos objetores defienden es una libertad muy necesaria en una sociedad pluralista: la libertad de conducir la propia vida y los propios negocios conforme a las propias ideas. Están ejerciendo la libertad de discriminar, la libertad de asociarte y trabajar con la gente que piensa del mismo modo y de no hacerlo con los que piensan lo contrario, la libertad de no verte obligado a hacer cosas contrarias a tus convicciones.

No parece que estos desplantes de algunos diseñadores vayan a ser un obstáculo para que la Primera Dama se vista como quiera. Pero al menos han servido para descubrir que hay diseñadores con una conciencia tan delicada, por no decir escrupulosa, como para rechazar verse involucrados en la política de Trump ni tan siquiera con algo tan lejano como los vestidos de su esposa. Es de esperar que sabrán defender también la misma libertad profesional en otros campos.

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4 respuestas a La moda descubre la objeción de conciencia

  1. María Corcuera dijo:

    El día que se nieguen a vender a las esposas de los saudíes , ,qataries etc quizá les tome
    en serio. Mientras tanto creo que son ganas de publicidad facil

  2. Dolores dijo:

    Excelente. El derecho a la objeción de conciencia debe aplicar para todos por igual. Eso es la verdadera libertad y respeto.

  3. Pelayo dijo:

    Muy bueno

  4. Fernando Iglesias dijo:

    Estimado Ignacio:

    Me animo a participar en este conjunto de puntos de vista aun cuando entiendo que no estoy debidamente formado para opinar. O que lo estoy nada más que para “opinar”, en el sentido de aquella diferencia que establecían los griegos entre la “doxa”, la “opinión”, y el conocimiento cierto.

    Leyendo al columnista Ignacio Aréchaga tanto como a los comentaristas de su nota, percibo aciertos en todos ellos, y aciertos que no son estrictamente contradictorios. Todos señalan asuntos que merecen su consideración.

    Por mi parte (y mal que me pese…), vino a mi memoria un pensamiento del fallecido dictador Fidel Castro, que trataré de transcribirlo lo más fielmente posible: “En Estados Unidos, el gobierno no es una institución o un conjunto de instituciones, sino que es un sistema”.

    El fallecido dictador era un analista agudo y de una inteligencia muy cultivada y privilegiadamente crítica, excepto consigo mismo y con la (terrible) suerte del pueblo cubano.

    Pero haciendo abstracción de su autor, creo que la idea viene al caso, en tanto quizá no haya demasiada distancia entre los que fueron candidatos a la presidencia de los Estados Unidos. De esta falta de distancia, quizá, es que viene al caso el tema de que en los Estados Unidos hay un sistema, y que los dos partidos mayoritarios, con leves diferencias aparentes, tal vez sirvan a la perpetuación del mismo sistema.

    Tal vez, también, la “diferencia” entre la otrora candidata y el actual presidente electo de una de las naciones más poderosas del mundo, tal vez la “diferencia” estribe en el mero modo de expresarse.

    Quizá el multimillonario Donald Trump (nada edificante en ningún orden) exprese impúdicamente lo que existe en el fondo de las conciencias o de los inconscientes de grandes mayorías de votantes en los Estados Unidos.

    La llamada “sociedad americana” –tan diversa y tan mestizada– no es ningún modelo de sociedad democrática. Nada más que “ayer” fue asesinado el Dr. Martin Luther King. Y todavía hoy existe el Ku Klux Klan.

    El racismo, la xenofobia y la guerra permanente son características endémicas de la “sociedad americana”. La expresión “sociedad americana” no alude más que a una entelequia o a un ser tan poco real como las ideas del mundo platónico. Es una abstracción práctica para referir a los habitantes de una región del mundo.

    El casi emérito presidente Barack Obama, Premio Nobel de la Paz (!!!), ha comandado y comanda operaciones bélicas incontables de su país, país en el que la industria armamentística ocupa un lugar privilegiadísimo. Y la Secretaria de Estado de los Estados Unidos ha sido la candidata demócrata, con toda su responsabilidad y participación activa en la política netamente belicista de la nada pacifista “sociedad americana”.

    La impudicia del multimillonario (que se confesó conocedor –¿o encubridor? – de la violación de una mujer perpetrada por Bill Clinton) quizá no sea más que la manifestación brutal y sin maquillaje del sentir de la “sociedad americana”.

    Omitiendo todo el camino racional previo, llego a la idea de que “vestir” a Hillary Clinton es de la misma altura moral y política que “vestir” a Melania Trump.

    Asimismo, para no extenderme más en este comentario, me parece oportuno señalar que el tema de la moda, de las «top models» y de todo lo relacionado con ese submundo trivializado y absuelto en tapas de revistas y pantallas de televisión, debería ser un asunto a considerar en la pastoral de la Iglesia Católica.

    El mundo de las modelos, el mundo de los diseñadores y el mundo de las pasarelas está íntimamente ligado al mundo de la prostitución de mujeres y de hombres. Las mujeres venden el cuerpo que les tocó en el reparto genético universal, y los diseñadores y todos los demás operadores del buen vestir pagan por cuerpos de mujeres.

    ¿Ejerce más la prostitución la mujer que vende su cuerpo que aquel que está dispuesto a pagar por utilizar el suyo para su eventual placer o su beneficio económico?

    De manera marginal, y en el orden de ponderar los cuerpos de las mujeres por su “valor” estético, discrepo con Ignacio Aréchaga en que a Melania Trump le caiga bien cualquier obra de cualquier modista. Melania Trump no puede ocultar su rostro, artificial y plástico, y este rostro puede ser suficiente como para que algunos sintamos rechazo por su persona en general, esté o no vestida, puesto que a Melania Trump la conozco también desnuda, como la conocerá o podrá conocerla Ignacio Aréchaga si busca las fotografías “hot” en las que la exmodelo se exhibió sin ropa alguna.

    El solo rostro de Melania Trump es inauténtico, es falso, y rinde tributo al quimérico ideal de la juventud permanente, de la belleza protegida hasta el ataúd.

    Creo, desde mi oscuro lugar, que sería muy actual la pastoral de la moda, pastoral de denuncia y de profecía.
    Cada mujer, como cada ser humano, es un fin en sí misma, como creo que muy bien sintetizó Kant. El cuerpo de las mujeres no debería convertirse en mercancía en ningún lugar ni en ningún ámbito de la vida social.

    Y así como los católicos consideramos como un vil asesinato el aborto de un pequeño ser en gestación y tenemos el legítimo derecho a la objeción de conciencia, también deberíamos tener el coraje de denunciar al “mundo” en todas sus manifestaciones aparentemente reguladas por el maligno.

    Fraternalmente,

    Fernando Iglesias

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