La islamofobia de lobos solitarios

Ante masacres terroristas como la de Christchurch en Nueva Zelanda, siempre hay la disyuntiva de atenerse a la autoría de un lobo solitario o ver el acto criminal como fruto de una hostilidad generalizada contra la comunidad que lo sufre. No cabe duda de que Breton Tarrant apretó el gatillo en las dos mezquitas movido por su odio contra los musulmanes como grupo, algo que él mismo refleja en su manifiesto online. Pero ¿quiere esto decir que Tarrant ha sido solo el brazo armado de un prejuicio social contra el islam, alimentado por un clima de opinión política y mediática?

Esta es la interpretación ofrecida en una carta dirigida a The Guardian por personalidades musulmanas, que atribuyen este y otros atentados terroristas al clima de islamofobia que estaría instalado en la sociedad occidental. “Esta masacre ha sido inspirada por el odio contra el islam y los musulmanes –dicen–. Los musulmanes han sido señalados constantemente como comunidades sospechosas, extranjeros con opiniones bárbaras que son una amenaza para nuestra sociedad. Estamos ahora cosechando el terrible resultado de una islamofobia sistémica e institucionalizada entretejida en muchos sectores de nuestra sociedad”.

Se comprende el dolor que provoca estas palabras, pero ¿es un diagnóstico objetivo? Si atendemos a la reacción que ha provocado el atentado en la sociedad neozelandesa y en otras en Occidente, solo se oyen públicamente palabras de condena, de solidaridad con la comunidad musulmana, de consuelo y simpatía.

Si cada vez que se produce un atentado contra una comunidad hay que buscar su origen en un caldo de cultivo social, junto a la aversión al islam habría que identificar otras fobias. No sé hasta qué punto la islamofobia en el Reino Unido puede tener repercusión en las antípodas, pero las estadísticas dicen que en Gran Bretaña ha habido –por ceñirnos solo a esta década– más atentados obra de terroristas islámicos que de cualquier otro signo. ¿No se advierte un odio a Occidente en estos terroristas suicidas que ponen bombas y atropellan a peatones indiscriminadamente al grito de “Alá es grande”? Si lo de Christchurch se debe a la islamofobia, ¿el odio a Occidente de los terroristas islámicos es un sentimiento personal o es algo que han aprendido en su comunidad?

Sin embargo, me parece que la gran mayoría de los políticos y de la prensa se han esforzado en estos casos por distinguir entre la comunidad musulmana y los terroristas islámicos, sin estigmatizar a los musulmanes en general.

En su carta, los líderes musulmanes ven un denominador común de supremacistas blancos en atentados cometidos contra minorías raciales y religiosas, y citan tres en concreto: contra una sinagoga en Pittsburgh, una iglesia metodista en Charleston y contra fieles musulmanes en Finsbury Park en Londres. Sin duda, entre ultraderechistas se da esta violencia motivada por el odio, pero también hay otros atentados que no tienen este origen y que suelen atraer menos atención porque no se dan en Occidente.

Si de ataques en templos se trata, en Filipinas a finales de enero un terrorista suicida provocó un atentado en la catedral católica de Jolo, que causó 27 muertos y medio centenar de heridos. Jolo está situada en la isla de Mindanao, la de mayor presencia musulmana. El ataque, reivindicado por el Estado Islámico, iba dirigido a sabotear el proceso de paz entre el gobierno y los grupos armados de las comunidades musulmanas. ¿Se ha hablado mucho de ello? Quizá no es noticia porque es ya el ¡décimo atentado que sufre esta catedral!

También el criminal racista de Christchurch confesaba en su manifiesto su intención de “incitar a la violencia, a la venganza y a la división entre los pueblos europeos y los invasores (musulmanes)”. Para no hacerle el juego, hay que evitar dejarse arrastrar por provocaciones criminales, como bien dicen los líderes musulmanes en su carta: “Creyentes de todas las religiones y no creyentes debemos unirnos para afirmar categóricamente: un ataque contra una comunidad es un ataque contra todos”.

Pero atribuir la paranoia personal de Tarrant a una islamofobia “sistémica e institucionalizada” no deja de ser aventurado. Y también inquietante, sobre todo cuando los líderes musulmanes aseguran que: “Este fanatismo ha sido alimentado por profesores insensibles, por políticos irresponsables, así como por medios de prensa que regularmente publican a los que demonizan al islam y a los musulmanes impunemente, disfrazando sus repugnantes mantras con un barniz de objetividad”. Frente a lo cual piden a los gobiernos “medidas proactivas para proteger y educar a los ciudadanos”.

Esta apelación parece sugerir la idea de que para evitar el discurso del odio de “los grupos de extrema derecha y supremacistas blancos” (único grupo incriminado) habría que recortar la libertad de cátedra de algunos profesores, la posibilidad de algunos debates políticos y la libertad de expresión en algunos medios de prensa. Pero ¿quién define qué es objetivo y qué es solo “un mantra repugnante con un barniz de objetividad”?

Puestos a definir, la política británica Sayeeda Warsi, del Partido Conservador, ya ha pedido que, para responder a las inquietudes de los líderes musulmanes y evitar hechos violentos como el de Christchurch, el gobierno británico debería adoptar una definición formal de islamofobia. Pero hay motivos para pensar que lo que la baronesa Warsi entiende por islamofobia daría lugar a una definición muy amplia. Basta recordar que calificó así un humorístico comentario del político Boris Johnson que, para criticar el uso del burka, dijo que las mujeres que lo llevaban parecían “buzones”. Cuando tan intolerable es la crítica del burka como la apelación a la violencia da la impresión de que hemos perdido hasta el barniz de objetividad.

Para que la libertad de expresión no sea otra víctima de los extremistas más vale no entrar por ese camino. Más práctico es tener una legislación restrictiva de armas, vigilar a los grupos extremistas de cualquier signo que han dado lugar a actos de violencia y cultivar lazos de conocimiento y estima entre comunidades.

 

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